Fin de semana de otoño, paseo al atardecer por un viñedo, visita a una bodega y cata de vinos. Apetecible, ¿verdad? Ahora cambiemos el viñedo por un campo de pimientos de piquillo en Lodosa, la visita a la bodega por una conservera y la cata por un taller de asado y embotado con artesanos. El plan sigue siendo atractivo, quizá menos evidente, ideal para el viajero ‘foodie’ que ya se ha pateado decenas de bodegas y busca algo distinto. A esa diferencia apela el Gobierno de Navarra para construir un destino enogastronómico. Ojo, que no se trata solo de convertir el campo en un reclamo: en este caso, el turismo es una herramienta para revalorizar sus productos. Si visitar las bodegas ha conseguido que entendamos lo que vale el trabajo detrás de cada botella, ¿por qué no hacer lo mismo con un bote de pimientos?

El producto lo vale. Su forma imperfecta, su piel fina y una carne delicada que al caer en la sartén no suelta agua, sino gelatina, hacen del piquillo de Lodosa uno de los más apreciados por los entendidos. “Cuando pruebas el nuestro ya no querrás comer otro”, presume Jonás Romero, uno de los últimos productores del pueblo. El paladar entrenado aprecia notables diferencias, no solo con frutos llegados de otros países, sino con los cultivados en un radio de 20 kilómetros. Esa finura de la carne y un dulzor que no necesita correctores de acidez lo convierten en una guarnición ideal para las chuletas a la brasa que hoy triunfan en la hostelería. Sin embargo, en muchos restaurantes se descuidan en favor de pimientos mediocres.
La competencia es más feroz si cabe en el lineal del supermercado, donde el de Lodosa se enfrenta a frutos llegados de Perú o de China que se venden por cinco veces menos. “El nuestro es el pimiento menos rentable que hay —explica Jonás—, entre la producción y la elaboración, el bote habría que venderlo a siete euros, pero en el súper encuentras otras variedades por uno o dos”. La globalización ha vuelto un lujo lo que antes era cotidiano y eso se ha traducido en la crisis de un sector que antes daba sustento a todo Lodosa. Durante la época de la recolección, toda la familia arrimaba el hombro, pero eso ya no es posible, ni legal. Ahora los agricultores se las ven y se las desean para encontrar mano de obra que recoja el fruto: “Ni pagándola a cualquier precio: faltan manos, y hay años que se quedan cientos de kilos en el campo”.
Hoy el pimiento, mañana la alcachofa
Una de las claves de la estrategia para potenciar el trabajo del sector primario es dar a conocer su valor a un público que cada día viaja más por razones gastronómicas. Bajo el lema ‘El secreto imperfecto de nuestra tierra’, Navarra se propone “construir un destino de temporada, regido por las estaciones, que hoy llegue atraído por el pimiento y más tarde por la alcachofa o el espárrago”, explica el jefe de marketing turístico de la Comunidad Foral, David Chivite. La idea es atraer a un viajero “respetuoso con la tierra, que apoye a los productores locales y que busque vivencias auténticas”, palabras mágicas en el sector gastronómico.
De las palabras a la acción, hace unos días los campos de Lodosa y la Torre de Velasco —una impresionante fortificación medieval restaurada recientemente— acogieron una de esas experiencias inmersivas. Los visitantes pudieron recorrer los cultivos, recolectar los pimientos, aprender a asarlos y pelarlos con los productores y finalmente degustarlos en la propia finca, acompañados de otros productos locales. Para cerrar la jornada, el chef Jesús Iñigo elaboró un menú íntegramente con piquillos de Lodosa, maridado con vinos de la Denominación de Origen Navarra.
La hospitalidad de los navarros hizo el resto. La cercanía de los productores, las explicaciones de los detalles del cultivo y de la situación que atraviesan convirtieron el evento en algo más que una mera degustación. Porque no se trata solo de darse un festín, sino de ser consciente de la historia, el cuidado y el tiempo que hay detrás de cada fruto. De entender, en definitiva, lo que vale un pimiento.