Los museos dan a la gastronomía la categoría de arte

Redacción

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Bocados de Monet con anchoas y caramelo de piquillo, se suman a una receta que ilustra una teoría física de Einstein o unas anchoas con alga de tierra degustadas bajo la mirada de la Araña Gigante, de Louis Bourgoise: esto es lo que ocurre cuando los museos hacen hueco en su oferta a la alta gastronomía.

Cada vez son más los espacios artísticos en España que apuestan por redondear su propuesta con un buen restaurante en el que, alimentados la vista y el intelecto, poder saciar también el estómago con obras de arte más efímeras, las culinarias.

El Museo Guggenheim de Bilbao fue el primero en abrir sus puertas a un restaurante de alta cocina que recientemente ha sido rebautizado como Nerua, con el joven Josean Martínez-Alija al frente de una cocina que él asocia «a la pureza, lo natural, lo esencial» y que busca «sabores tradicionales con productos locales».

«Esto te permite vivir una experiencia distinta de las ya conocidas como poder comer en un restaurante frente al mar o en la montaña. Nerua tiene un lugar privilegiado frente a obras como los tulipanes, de Jeff Koons; la fuente, de Ives Klein; o la niebla, de Fujiko Nakaya; y con vistas a la piel de titanio que recubre el museo y a la ría», explica a Efe.

Sin embargo, tanto arte no contribuye a inspirar al chef, que prefiere como musa a la naturaleza, que «conecta» más con el estilo de su cocina.

Ramiro’s, con una estrella Michelín, acaba de mudarse del Museo de la Ciencia de Valladolid al Centro Cultural Miguel Delibes -de un edificio de Moneo a otro de Bofill-, un entorno en el que su jefe de cocina, Jesús Ramiro, sólo ve ventajas, entre ellas la posibilidad de montar una cocina solar en el patio del museo el Día del Sol, y elaborar platos inspirados en una teoría de Einstein o en el espacio.

«Una carta de un restaurante gastronómico debe de ser variada, equilibrada, lógica, y por supuesto con productos de temporada», señala el joven cocinero, que no se ha inspirado en ninguna obra literaria o de arte a la hora de diseñar sus platos.

En el Museo Thyssen de Madrid sí es posible comer platos basados en la cromática, el contenido o las sensaciones que transmiten algunas de las obras de arte que cuelgan en sus salas.

El «gastrobar» de esta pinacoteca acaba de renovar su carta de tapas y raciones, y su chef, Daniel Napal, propone bocados de Monet con anchoas y caramelo de piquillo inspirados en el cuadro «Marea baja en Varengeville», de Claude Monet, ibéricos de Paul Klee, focaccia al estilo Gauguin o emparedados de cecina y queso a lo Walt Kuhn.

Otro futuro referente de la alianza entre arte y cocina está en el recién inaugurado Centro Niemeyer de Avilés, asesorado gastronómicamente por Pedro y Marcos Morán, padre e hijo al frente de Casa Gerardo (una estrella Michelín).

«Es cierto que estar en un entorno especial predispone a la gente, que está más receptiva», sostiene Marcos, quien destaca lo novedoso el «Espacio Gastro» del Niemeyer.

Se trata, refiere, de una iniciativa en la que «los mejores cocineros del mundo ceden sus recetas para que nuestro equipo de profesionales las elaboren para doce personas en un espacio especial, a trece metros de altura, integrando la cocina y la mesa en el mismo entorno para que los comensales -que no necesariamente se conocen-, compartan lo humano y lo culinario con la gastronomía como eje».

El Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) también cuenta con un restaurante galardonado con una estrella Michelín, La Sucursal.

Fuente: «Agencia EFE».