Patrick Valette, un chileno pionero del vino en el Himalaya

A entre 1.900 y 2.900 metros de altitud en el Himalaya se están elaborando vinos de gran calidad. Uno de sus artífices es el chileno-francés Patrick Valette, director de Dan Sheng Di y Celebre

Mariana Martínez

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Apenas el avión se detuvo en la pista, a mi alrededor todos comenzaron a ponerse los abrigos. Llegábamos a Shangri-la. Ubicado a 3.284 metros sobre el nivel mar, el paraje idílico del libro Horizonte perdido de James Hilton dejó de ser ficción en 2001, cuando el Gobierno de la República Popular China rebautizó con su nombre la antigua ciudad de Zhongolian. 

 

Shangri-la es hoy puerta de entrada de un exitoso destino turístico en los Himalaya chinos. También a una zona de vinos que está empezando a dar que hablar. 

 

Patrick Valette Lamoliatte será mi guía en este viaje entre rostros tibetanos, aunque estemos a más de 1.000 kilómetros de la capital política del Tíbet. Es un viejo amigo del vino que conocí cuando regresó a Chile después de 30 años en Francia para hacerse cargo de los vinos de la viña El Principal, cofundada por su padre en 1993.

 

Que este chileno esté ahora a cargo de un ambicioso proyecto en el Himalaya, es parte de una larga historia. Mientras conduce despacio ante mi terror por los acantilados que nos separan del río Yangtsé, descubro que su padre, francés, llegó primero a Argentina en un barco cuidando ganado. A Chile huyó —no sabemos porqué— con un solo contacto: el bisabuelo de Patrick, de cuya nieta se enamoraría. Pasando los años, Patrick Valette Lamoliatte nació en Temuco, al sur de Chile. Más tarde, toda la familia Valette-Lamoliatte volvería a Francia. Su padre hizo cargo de una de las muchas propiedades de Alexandre Valette: el legendario Chateau Pavie de Saint Emilion, en Burdeos. Así, el padre primero y el hijo después, entrarían por sí mismos en el mundo del vino. 

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Bucun es el viñedo más grande de los cuatro del proyecto de los hermanos Zhan. Como los demás, tiene entre medio gigantescos nogales, granados, naranjos tibetanos, olivos y otros frutales.

Patrick llegó al Himalaya invitado por los hermanos Zhan Huangrun y Zhan Huangen. Provenientes de una familia comercializadora de té fino en Chaozhou, se involucraron en el negocio del vino en 2008, primero importándolos y luego proponiéndose elaborar vinos de la máxima calidad. Eligieron a Patrick para ayudarlos. Dan Sheng Di Sulu 2018, el primer gran cabernet sauvignon del proyecto, con 96 puntos en The Wine Advocate y un precio de 2.000 dólares la botella, es una declaración de intenciones. 

 

Si no hay propiedad privada…

 

Encontrar el lugar en China era parte del reto. El pueblito de Sulu, entre 2.000 y 2.200 metros de altitud, es nuestra primera parada en el valle del río Yangtsé, el segundo más largo del mundo. Al llegar, nos unimos a un grupo jóvenes mujeres tibetanas. Caminaban alegres en nuestra misma dirección para trabajar en sus viñedos.

 

Al igual que las tierras, los viñedos pertenecen a la República Popular China. Los trabajan para ganar dinero las familias que siempre han habitado las montañas, acostumbradas a una agricultura de subsistencia. El Gobierno comenzó a plantarles vides en el año 2001. 

 

Los hermanos Zhan han arrendado por 30 años los viñedos de cuatro pueblos: Sulu y Reni Bairen en el valle del río Yangtsé, y Bucun y Syongong en el valle del río Mekong. Entre todos, con sus bancales y sus respectivas terrazas cultivadas, suman 43 hectáreas. Esto los convierte en la segunda bodega más grande de la región después de la estatal Shangri-la. Detrás está Ao Yun, del grupo LVMH.

 

Contratar los viñedos no es fácil. “O es todo el pueblo, con sus familias, o nada. La ventaja —aclara Patrick, que soñaba con probar un par de hectáreas de cada pueblito— es que no debes preocuparte por la mano de obra. Los viñedos están literalmente en los jardines de las casas”. Una buena razón para no aplicar productos químicos.

 

A pesar del prestigio que ha ido ganado el sector del vino dentro de la región de Yunnan, apenas hay 800 hectáreas de viñedos. La casi nula posibilidad de crecer en extensión interesó a Patrick, porque, sumado a lo complejo del terreno, obliga a enfocarse en la calidad.  

 

Los vinos del Himalaya

 

La otra razón de peso fue su clima mediterráneo de altura. Alejado del frío de los glaciares entre las cien montañas sobre los 7.000 metros que hay en la cordillera del Himalaya, aquí, a entre 1.900 y 2.900, las temperaturas son menos extremas. No hace falta enterrar las vides para protegerlas de temperaturas bajo cero como en Ningxia, donde el gobierno regional quiere duplicar de aquí a 10 años sus actuales 39.000 hectáreas de viñedos.

 

«Además», explica el enólogo, con experiencia en Francia, Estados Unidos, España, Uruguay y Chile, «la acidez de las uvas es muy alta. Sus pH son parecidos a los de Burdeos, aunque con una madurez y un grado de alcohol mayor. Así, tenemos un perfil aromático más frutal, propio del Nuevo Mundo, con la acidez y los taninos elegantes de Burdeos. Eso te da la identidad de un vino totalmente diferente de los demás”.

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Mujer local trabajando en Sulu, En Sulu, el primer viñedo que se cosecha cada año y donde nace el vino más caro.

Tierra de policultivo 

 

Entre árboles frutales, trigo y maíz, las vides en espalderas son de origen francés. Igual que los misioneros cristianos que llegaron con sus viñas para elaborar el vino de misa —y dejaron, por cierto, la desconocida uva tinta rose honey—. La variedad más plantada es la tinta de Burdeos cabernet sauvignon. La estrella entre las blancas, la chardonnay de Borgoña. Hay cabernet franc, syrah y pinot noir, pero menos. Ante la poca diversidad de cepas, la altura de cada terraza y las diferentes exposiciones al sol aportan matices distintos a sus vinos. También los suelos; unos coluviales mezcla de arena y arcilla de origen volcánico, otros de granito y piedra caliza.

 

Para mostrar tanta singularidad, Patrick llegó a vinificar 10 chardonnay diferentes: nueve de Siyongong, pueblo entre los 2.300 y 2.700 de altitud, y un décimo que es mezcla de todos los demás. De cada uno, fermentado y criado en barricas de roble francés, hay apenas 300 botellas. Se venden, y caras.

 

«Si no es caro, no es bueno»

 

Patrick explica que en China los precios de los vinos se multiplican por siete sin cuestionamientos: «para los chinos, si no es caro, no es bueno”. Los consumidores pertenecen a nuevas generaciones con alto poder adquisitivo. “Son solteros, curiosos y abiertos a otras culturas, trabajan duro seis días a la semana y tienen opinión. Los he visto pagar hasta 100.000 dólares por una cena”, comenta.

  

El valle del Mekong

 

Después de subir hasta los 4.292 metros, admirar los peludos yaks en el camino, los bosques de pinos y montañas sobre los 7.000, cruzamos hasta el más verde valle del río Mekong.  

 

Patrick nos había contado que una vez que firmaron los contratos, nunca más vieron a los hombres. «Los únicos que vemos entre los cultivos son los jefes de cada campo», dice. Con la IA de sus teléfonos celulares, logran entenderse.

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Mujeres de Sulu llevan la poda de las viñas a sus animales.

Ya en Bucun, el pueblo-viñedo manejado por 54 familias, entiendo por las señas que Patrick está dando instrucciones para cortar el pasto entre hileras. Si lo dejan, competirá con las vides que, a pesar de las lluvias y el riego, producen menos de cinco toneladas por hectárea. “Probamos a aumentar el volumen, pero el vino no dio calidad”, dice Patrick.  

 

Vianney Jacquin, francés y mano derecha de Patrick, vive en Benzilan con su familia. Me explica que es costumbre dejar crecer todo porque cualquier cosa verde se transforma en alimento para los animales. Que los lugareños queden contentos con los manejos que Patrick ha ido aplicando para pulir la calidad, es parte de las negociaciones. 

 

Desde Bucun me señalan, del otro lado del río Mekong y aún más arriba, Siyongong, el reino de la chardonnay. Un estrecho pero impecable camino de cemento llega hasta su último viñedo. Hacer la bodega aquí, allá, o en Sulu, hubiera sido hermoso, pero un desatino desde el punto de vista logístico. 

 

A una hora del aeropuerto

 

Para facilitar las cosas, Patrick decidió que la bodega donde llega la uva de los cuatro pueblos, estuviera a una hora de Shangri-la, en Benzilan. Los hermanos Zhan entendieron las razones. Toda la maquinaria y las barricas llegan por carretera desde el puerto de Guangzhou.

 

Para ver avances en viñedos, definir momentos de cosecha y seguir la evolución de los vinos, Patrick viaja desde Biarritz, donde vive, tres veces al año. En total está en China entre 90 y 100 días. 

 

La moderna y pulcra bodega, con tanques de acero entre 5.000 y 10.000 litros, podría estar en cualquier parte del mundo. Solo la sonrisa y buen humor de Sangzhu, la asistente tibetana de Vianney, y la mirada tímida de Ashenzhu, el jefe de campo de Sulu, pueden hacernos recordar donde estamos realmente. 

 

Leer las etiquetas de los hermanos Zhan 

 

Dan Sheng Di (lugar de nacimiento) es la línea que lleva el nombre del pueblo o los pueblos donde nace cada vino. El de menor precio (175 dólares) y más botellas, Celebre o Baozhong (en chino) celebra la complejidad de mezclar orígenes. Hay Celebre blanco y tinto. El cuarto vino es AllofMe (58,45 dólares), mezcla de la cepa local rose honey con cabernet sauvignon; un tinto completamente opuesto a los intensos y elegantes Sulu y Bucun, y no solo por su colorida etiqueta. Este año se suma un delicioso chardonnay con botrytis noble, dulce, denso y de rica acidez. Será el más curioso o atípico de Dan Sheng Di junto al ligero y floral de Allofme

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Bucun y Sulu, los dos vinos tintos de Dan Sheng Di.

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