Cantabria fue históricamente una región vitivinícola pero esa actividad cayó en el olvido hasta que hace solo unos años las viñas empezaron a resurgir. Ahora su objetivo es conseguir vinos con personalidad propia que la diferencien en un mercado «cambiante, global y muy competitivo».
Esa es la idea que ha trasladado al sector la consejera de Ganadería, Blanca Martínez, durante la inauguración, en el Centro de Investigación y Formación Agraria (CIFA) de Muriedas (Camargo), de la novena edición de la cata de vinos experimentales de Cantabria.
La iniciativa ha reunido a enólogos, catadores, productores y distribuidores de distintos puntos del país, de Galicia a La Rioja pasando por la Ribera del Duero, para evaluar las características de los vinos producidos de manera experimental en las propias bodegas del centro.
Los vinos que los expertos han catado a ciegas son el resultado de un proceso que empieza en el viñedo, donde se controla la evolución de la maduración de la uva, y continúa «con un cuidadoso proceso de vinificación, según el CIFA.
El objetivo no es conseguir vinos comerciales porque los caldos que se producen en estas bodegas son monovarietales, es decir, se elaboran con una única variedad de uva.
Se trata de conocer sus características para mejorar el resultado final de las mezclas (o coupages) que normalmente se realizan en la producción de los vinos comerciales.
Las aportaciones de los expertos se incorporarán al proceso experimental para mejorar las técnicas de cultivo y de elaboración de los caldos.
Además de la cata ciega, el CIFA ha organizado, en paralelo, una cata dirigida para que los vitivinicultores de Cantabria, los técnicos y otros profesionales del sector intercambien impresiones sobre la última campaña y los caldos que se han obtenido.
En esta actividad ha participado Sumpta Mateos Fernández, enóloga, asesora de bodegas con denominación de origen Montsant, Terra Alta y Penedes y profesora de la Universidad de Viticultura de Tarragona.
Antes, la consejera ha subrayado que la calidad es una condición necesaria pero no suficiente para «triunfar en un mercado cambiante, global y muy competitivo» porque son «los matices, los pequeños detalles» los que diferencian un buen caldo de otro excelente,
Blanca Martínez cree que hay que apostar por un producto con personalidad propia, que sea fácilmente reconocible, capaz de competir y de generar riqueza.
A juicio de la consejera, la evolución de los vinos de Cantabria ha sido «espectacular» en los últimos años, durante los que se han probado nuevas formas y variedades. «Desde luego el reto es conseguir lo mejor y en eso está trabajando el CIFA».
Las variedades que se estudiarán este año se engloban dentro de las dos menciones de calidad de Vinos de la Tierra, «Costa de Cantabria», como Albariño y Treixadura, y «Liébana», como Mencía, Syrah y Palomino.
Pero, dentro de ese camino hacía la diferenciación, se han sumado dos variedades autóctonas, Carrasquín y Gros Maseng, tintas y de origen lebaniego, que han sido recuperadas y reinjertadas en 2009.
Según la memoria de 2011 del proyecto experimental del CIFA, Cantabria tenía el año pasado más de 105 hectáreas de terreno dedicadas a la producción de vino (60,03 en Liébana y 44,33 en la costa).
Los datos dejan clara la evolución: en la campaña 1999/2000 había 39 hectáreas y en 2008, eran 73.
La vendimia de 2011 ha estado marcada en Cantabria por un invierno frío en el interior y suave en la zona costera, con precipitaciones normales salvo en algunos valles, donde fue más seco, una primavera extraordinariamente cálida, un verano con escasa insolación y un otoño cálido y seco. El año, para el CIFA, ha sido «bastante bueno», con una producción menor pero de mayor calidad.
Fuente: «Agencia EFE».