Claves de la agricultura volcánica

Mónica Ramírez

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Diversos estudios indican que los cultivos en tierras volcánicas ofrecen productos singulares y diferentes a los peninsulares, con una identidad propia. Chefs y científicos lo confirman.

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En Lanzarote un ejemplo de ello es la uva de la variedad malvasía, la denominada volcánica, que presenta unas características genéticas distintas a las de la Península. Ocurre lo mismo con productos de otros cultivos, entre los que encontramos autóctonos como la batata de jable, la papa de Los Valles y la lenteja o cebolla de Lanzarote, por citar algunos.

A km de esta isla, en Filipinas, el cocinero Chele González propone otro ejemplo “la tierra erosionada por la lava da buenos resultados para los cultivos. De hecho, aquí, la zona del Taal tiene las mejores verduras de los alrededores de Manila por esta razón, porque tuvo actividad previa hace años también.” Una afirmación que comparte Fina Puigdevall, del restaurante Les Cols, asentado en otro territorio volcánico, La Garrotxa. “Los productos que salen de las tierras volcánicas son distintos, espectaculares”, asegura.

Confirma estas opiniones la vulcanóloga Anne Fornuier “En tierra volcánica, hay una mineralización que se puede ver en productos como el vino. Las cenizas y todas las partículas vienen de un magma profundo con minerales que poco a poco se infiltran en la tierra y son un fertilizante natural. Dos o tres años después de una erupción hay mucha más abundancia de minerales, lo que permite dar productos diferenciados, endémicos…”. Un poco más allá va el geólogo Llorenç Planagumà al manifestar “Es verdad que los volcanes producen desastres, pero si hay vida en la Tierra es gracias a ellos”.

Tras una erupción, el territorio tarda entre tres y cuatro años en recuperarse, aunque para poder cultivar nuevamente hay que esperar algo más. Así lo asegura Fornuier “Entre tres y cuatro años empieza a haber una pequeña revitalización, pero para tener un cultivo habrá que esperar cuatro o cinco años excepto si hay una nueva emisión de cenizas. Es lo que hemos visto, por ejemplo, con la erupción submarina de El Hierro, en 2012. Dos años y medio, o tres, después ya había bacteria nueva… Así que tres, cuatro años para su revitalización y cuatro o cinco para su cultivo”.

Otro de los aspectos a tener en cuenta de la tierra volcánica es que no limita el cultivo de ningún producto más que la geolocalización o el clima. Ni añade ni quita. Es decir, si el territorio solía producir determinados alimentos, estos podrán seguir cultivándose después de la revitalización del suelo, pero si el clima y la ubicación del territorio impedía otros, la tierra volcánica no cambiará esto tal y como confirma Fornuier: “Es válido cualquier tipo de producto que está en su zona climática”.

Por otro lado, en Lanzarote -uno de los ejemplos más recientes en nuestro país-, la erupción del Timanfaya en el s. XVIII provocó una modificación en el sistema de cultivo que perdura hasta la actualidad. Tras el manto de ceniza volcánica que cubrió parte de la isla, los agricultores se vieron obligados a excavar en ellas hasta alcanzar suelo vegetal para poder cultivar. Estas excavaciones u hoyos -algunos con una profundidad de hasta 3 metros-, no solo propician el alimento de la planta, sino que la protegen de los vientos. Y aún más, los lanzaroteños descubrieron que la ceniza ayuda a mantener la humedad de la escasa pluviometría de la isla, favorece el drenaje y otorga, por ejemplo, a las cepas -y por tanto, a los vinos-, unas características especiales. De hecho, el nuevo sistema de cultivo no solo ha revitalizado y singularizado sus productos, sino que ha dotado a Lanzarote de un paisaje único.