El café de Vicentina

Ignacio Medina

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Vicentina Poccho es una mujer sencilla, menuda y decidida que acaba de asomarse a la fama, consiguiendo el primer premio en uno de los concursos cafeteros más importantes, por el que competían pequeños productores de café orgánico de medio mundo. Sucedió en Seattle, en el curso de la Spercialty Coffe Expo, la feria de cafés especiales que marca los ritmos del sector. Es una competencia seria en la que como es normal nunca están todos los que son, pero los ganadores siempre triunfan con cafés de mérito. Sobre todo, es una competencia que cada año cambia la vida de algunos pequeños productores. Ya lo hizo en 2007 con la de Raúl Mamani, casi vecino de Vicentina, con un café llamado Tunki que tuvo muchas consecuencias en su vida y la de otros productores de Puno. El concurso mira especialmente a los cafetales del hemisferio norte. Cuando se celebra todavía no ha empezado la temporada en el hemisferio sur, por lo que nuestros productores presentan cafés de la campaña anterior. Complica la victoria y es difícil que el ganador pueda subirse a la estela del premio para multiplicar la cotización de su cosecha.

El café de Vicentina es serio y aromático. Se ofrece largo y sutil, está bien estructurado, con empaque y elegancia, y exhibe la fragante acidez que distingue a los cafés de calidad. He conseguido una muestra recién tostada, lo último que quedaba a la espera de que empiecen a llegar la nueva cosecha, y lo he gozado sorbo a sorbo unas pocas mañanas. Es una mezcla de bourbon, caturra, pache y típica, las variedades que cultiva en sus 3,5 hectáreas de cafetal. También tiene geisha, el café de moda, pero la cultivan y venden por separado; su cotización es más alta.

Los cafés de Vicentina Poccho y su marido Pablo Mamani flotan por encima de las nubes. Es una figura literal. Sus cafetales trepan las laderas de los Andes, allá por el valle de Inambani, en el departamento de Puno, y no es extraño que dejen las nubes por debajo. Instalados a 2026 metros sobre el nivel del mar, están entre las fincas de café más altas del Perú. Hay otras que rondan esas alturas por aquí y en algún otro departamento, aunque tampoco son tantas, pero la suya exhibe alguna circunstancia más a tener en cuenta. Por ejemplo, que precisamente ahí, en la provincia de Sandia, donde el páramo puneño se desploma hacia la selva, se cultivan los cafés más septentrionales del continente, repartidos por estos parajes y algunos otros instalados en territorio boliviano. A partir de ese punto el café pasa a ser un desconocido en el campo. No hay más cultivos al sur de esa frontera y precisamente aquí, donde acaba el cafetal, se cosechan algunos de los cafés más cotizados del Perú.

Hablar de cotización alta en el cafetal peruano es casi una exhibición de humor negro. Comparados con las producciones convencionales, los cultivos orgánicos implican una merma del 40% en el volumen y casi no hay diferencia de precio: 0,50 soles (0,15 dólares) por kilo. En 2017 los acopiadores pagaron 5.50 soles por kilo (1,6 dólares), lo que en una finca de 3,5 Ha, como la de Vicentina, equivaldría a unos 3.300 dólares anuales. Ella gana un poco más porque sus productos están respaldados por el movimiento de Comercio Justo, pero tampoco es para echar cohetes.

Se mire por donde se mire, Panamá y sus comarcas cafetaleras de Boquete están del otro lado del mundo. Aquí se consagró la variedad geisha después de vagar por el cafetal con más pena que gloria, y sus cafés consiguen cotizaciones estratosféricas. El pasado mes de mayo, Boquete vivía una nueva edición de su concurso anual de cafés, el Best of Panamá 2018, que viene a ser el concurso de concursos, sobre todo por las consecuencias. Dos meses después, los cafés ganadores y algunos finalistas participan en una subasta por internet que decidirá su destino y su cotización. El mejor de 2017 se cerró a 1306,5 dólares el kilo. Un despropósito que puede verse superado en la subasta del próximo 19 de julio por el Elida Geisha Lavado de Lamatus Family Estate, ganador este año. Casi como Vicentina…