Aunque podemos consumir tomate durante todo el año, en los meses en los que este alimento puede madurar al sol es cuando dispone de mayor sabor y perfume, con todas sus propiedades organolépticas en efervescencia.
Es un alimento con muy poco valor energético, y esto se debe a que el 95% de su contenido es agua, por lo que es un excelente método de hidratación.
Está considerado como fruta en vez de una verdura por su contenido en azúcares simples, pero esto no es nada malo; significa que del 4% de hidratos de carbono que contiene, una gran cantidad son simples y esto le confiere un sabor más dulce en relación con las verduras.
Es una buena fuente de minerales como el potasio y el magnesio, que nos ayudan a mantener un buen estado de hidratación y evitar problemas musculares como calambres, más frecuentes en días de altas temperaturas.
De su aporte vitamínico podemos destacar las vitaminas del grupo B y sobre todo la vitamina C y el licopeno, un tipo de carotenoide con propiedad antioxidante, muy necesaria para minimizar efectos de la exposición solar. También es una buena fuente de fibra, por lo que favorece el tránsito intestinal.
Aunque se ha desaconsejado su consumo en caso de padecer cálculos renales y ácido úrico, lo cierto es que en cantidades moderadas no es perjudicial por su contenido en oxalatos. Sí se deben tener precauciones por su acidez, en caso de problemas digestivos como gastritis o úlceras y en ocasiones puede producir eccema en la piel.
En ensalada, salteado, asado, relleno, en gazpacho, triturado o frito el tomate puede estar presente de tantas maneras, con tantas variedades y en tantos platos que es imposible no convertirlo en el protagonista indiscutible del verano.
El tomate es el producto de temporada por excelencia, y muy versátil en cocina.