Catando Londres. Álbum de unas vacaciones (1)

Un paseo por los mercados callejeros

Damien Hirst es un cachondo. Te recibe la fotografía del artista, en la exposición que desde esta primavera puede verse en la Tate Modern, abrazado a la cabeza amputada de un cuerpo a punto para una clase de anatomía, en plan camarada,  riendo, como si la cabeza del difunto perteneciera a un colega dispuesto para unas birras. Luego, en vitrinas, una cabeza de vaca, sanguinolenta y llena de moscas, diversos animales en formol…y paredes llenas de estanterías con frascos de farmacia…Provocación, humor, vanguardia ¿arte?

Hay quien lo considera quintaesencia de la banalidad. Bueno, quizá. Pero si la obra de Hirst es reflejo de la banalidad,  y, probablemente de los mecanismos que rigen el mercado del arte, los mercados, en plural, lo son de la realidad de la calle; el terreno de lo cotidiano, sin filtros. A la Tate fui ayer. Hoy me esperan dos mercados callejeros.

Hordas de turistas salen del metro de Notting Hill en dirección a Portobello, pero yo, como si no lo fuera, voy en dirección contraria. Me gusta más el barrio sin el mercadillo. Todavía es más peliculero y se aprecian mejor los escenarios por dónde deambulaban Hugh Grant y Julia Roberts, en la película que toma el nombre del barrio.

Entre Notting Hill Gate y Kensington Church St., en un párquing exterior, se esconde uno de los 20 mercadillos de productores locales, los London Farmers’ Markets,  que se instalan una vez por semana en diversos barrios de Londres.  Y allí me dirijo con mi super móvil/cámara a inmortalizar la versión local del km 0.

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Notting Hill farmers market.

Existe una valoración por el buen producto, por lo próximo y por lo autóctono, por la venta directa, que lejos de ser algo para exquisitos consumidores, se ha convertido en un segmento de negocio con presente y con mucha proyección. Algo de eso sabemos también por estos pagos. Es una realidad a distintas velocidades, en todo el primer mundo, que la crisis no ha truncado.

No tiene nada de extraño que todos esos mercados de productores locales, proliferaran en el Reino Unido (Londres) desde finales de los noventa del siglo pasado. Una década antes, en este mismo país, se desató el escándalo de las vacas locas; una de las crisis alimentarias más graves de finales del siglo XX. Una crisis que puso entredicho la condición de carnívoro en que habían convertido al hasta entonces herbívoro vacuno.

Ese entre otros casos, más el exceso de anabolizantes y la sobrexplotación del ganado y de los campos, contribuyó a crear una mayor conciencia por el medio ambiente, por la salud y, por ende, por la recuperación del sabor. Todo ello explica a su vez el creciente interés por lo orgánico. No hay más que fijarse en lo que se vende, con más o menos evidencia, en cualquier supermercado, desde Tesco a Whole Foods  pasando por Sandsbury o Selfridge.

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Tomates en los almacenes Seldfrige con variedades recuperadas.

En los  Farmers’Markets casi todo es orgánico.

El de Notting Hill es un pequeño ejemplo de lo que se puede comprar en esos mercados. Frutas y verduras de variedades autóctonas y algunas de ellas recuperadas, pasteles, panes y esas típicas empanadas británicas –“pies”-, quesos, embutidos, carnes, pescados y mariscos, mieles, mermeladas y, claro, flores. Te vas con la cesta más o menos llena, pero con el ramito de flores, seguro.

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Verduras en el Farmer’s Market de Notting Hill.

Yo con lo que me voy es con hambre. Cruzo la  ciudad hacia el sud-este, en dirección a Berdmonsey, hasta la parada de metro del Puente de Londres, donde me espera otro mercadillo.

He quedado con Rachel McCormack, una inquieta escocesa, profesora de cocina catalana en Londres, que ha dado el carácter que ahora tiene al Maltby Street Market, que es sobre todo un lugar para degustaciones.

El barrio, recuperado de un pasado industrial, se está convirtiendo en un lugar cada vez más “cool”. Eso me cuentan, pero nadie lo diría pasando por algunas de sus desapacibles calles. Por fin, tras salir del metro, llego a una zona donde veo gente. Bajo las vías del tren, en unos almacenes abovedados, se suceden diversos comercios de alimentos, alguno de los cuales es, también, obrador. En uno de ellos, los sábados, se vende el pan del grupo del St Johns, el gastropub que ocupó un lugar destacado entre los 50’s Best.

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Uno de los puestos bajo las vías del tren.

Por fin, al girar la calle, doy con lo que busco. Me imaginaba algo parecido al mercado de San Miguel, o un Borough Market con menos turistas, pero esto, en el llamado “ropewalk» no se parece a ninguno de los dos espacios.

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Llegando a Malby St. Market.


Es una calle corta, al final de la cual hay una gran tienda-almacén de antigüedades y muebles viejos. La parte trasera de los almacenes que había visto antes de girar la acera dan a esta calle. La panadería  del St. Johns comparte  espacio, por este lado, con un obrador de pastelería que ofrece su género a los paseantes.

La mayoría de los tenderetes se sitúan bajo el arco, cerca de la calle, y una simple cortina los separa del resto de la larga bóveda que  tiene otros usos, como en el caso del obrador del St Johns. En uno de esos tenderetes se vende un exquisito salmón escocés ahumado artesanalmente. Una mujer rumana vende café turco y pastelitos “baclava” de su tierra (la sombra del Imperio Otomano es muy alargada!).

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Una mujer vendiendo baklava y café turco…de Rumanía.

En otra parada ofrecen pan con queso asturiano y un chico de Málaga corta, muy bien, jamón de Los Pedroches y de Teruel.

Enfrente, en una barbacoa transportable,  asan una carne excelente, bogavante, vieiras y ofrecen una sidra artesana de Cornualles muy rica.

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Los de Cornualles; bogavante a 10 libras, vieiras, carnes y sidra en Maltby St. Market.

La gente se acomoda para comer en unas mesas habilitadas por el chamarilero a lo largo de la calle, con alfombras incluidas. Esto me parece tan exótico como esa costumbre, tan británica, de enmoquetar el wáter.

Pero lo que más me llama la atención es la coctelería. Un taller en funcionamiento durante la semana se habilita los sábados para ofrecer, entre maderas, máquinas y tornillos, blodymary, gin tonic y algún otro cóctel.

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El taller (dcha.) y su conversión en cocltería (izq.).

Prefiero no ver donde lavan los vasos y parece que a nadie le importa, porque la coctelería es el lugar más concurrido del mercado, que, en un día soleado (sí!!) como hoy, está lleno. Me alegro por Rachel, que está siempre ojo avizor buscando buenos productos que puedan ampliar la oferta. Como un heladero que trae al mercado, en su carrito, sorbetes y helados de arroz “jasmin” tostado, o de lavanda y miel, o de capirinha…No se ven turistas en este tramo del Maltby St. Market y eso lo hace definitivamente snob.

Guisos no hay, ni casquería, no sé si Damien Hirst encontraría inspiración aquí.

Vuelvo a mi barrio donde Jamie Oliver, el cocinero más popular del Reino Unido, ha abierto otra de sus singulares tiendas. Pero eso os lo cuento otro día.