Del mejor bar del mundo a Cotorritos

Un Comino
Ciudad de México está llena de contrastes de día y también de noche. El segundo mejor bar del mundo en 2025, primero en 2024, según 50Best Bars, dista tan solo doscientos metros de la cervecería Cotorritos. Jóvenes en su mayoría internacionales hacen cola en la entrada trasera del hotel NH Collection sito en Colonia Juarez, en el barrio rosa, para poder acceder al Handshake Speakeasy. No solo hay que esperar religiosamente a que llegue la hora del turno asignado –pasados noventa minutos desde su entrada, lo que la casa llama «una sesión», los clientes tienen que salir obligatoriamente del bar para que entren otros– sino que hay que conseguir una reserva vía web con días de antelación, según el horario elegido, que se cumple a rajatabla. Las reglas están claras. Si uno llega quince minutos tarde se considera «no show» y se pierde el turno y el dinero porque al reservar hay que abonar 250 pesos mexicanos por persona, unos 12 euros.
La expectativas del clientes son muy altas cuando se va a entrar por primera vez a uno de los bares más reconocidos del planeta. El lugar es lujoso pero muy pequeño. Es difícil pensar que no haya otro mejor en el mundo en el que  poder charlar, bailar, conocer gente o beber. Los sitios están medidos como en un pequeño restaurante de mesas juntas por el que no se transita.
Barra o mesa, nada de gente caminando por el bar o grupos charlando distendidos. Cada uno a su puesto y a pedir rápido de la carta para aprovechar la hora y media asignada. A beber. Se ofrecen algunos cócteles clásicos, variantes de martinis, champanes de te y algunos sin alcohol. El grueso de la carta conforma la joya de la corona, algunos clásicos del local como el ‘Once Upon in Oaxaca’, elaborado con mezcal Siete Misterios, menta, limón, absenta y suero de leche o el ‘Cariño’, a base de ron Bacardí, chartreuse amarillo, limón, vainilla, yogurt griego y nuez moscada. Nosotros optamos por ‘Earl Grey’, elaborado con Roku Gin, té earl grey, bergamota, lemongrass y Nami Sake, muy herbal y fresco, y por hacer patria también pedimos el gimlet de aceite de oliva, con tequila Don Julio blanco, aceite de oliva, manzana, romero y lillet blanc, mucho más redondo y cítrico. Por no extendernos más citaré el ‘Matcha yuzu’ a base de whisky, té matcha, vainilla y suero, pero hubo alguno más. Que nadie se asuste por las cantidades de alcohol ingeridas. Todos son tragos muy cortos que se sirven en vasos de tamaño pequeño con grandes piezas de hielo en forma de esfera o de lingote, según el cocktail. La intención del local es que cada cliente beba no menos de tres. El precio medio es de unos 300 pesos, 15 euros, por cada uno. La calidad de los tragos sí que está a la altura de los grandes lugares del mundo. Son elegantes, finos y ejecutados con precisión. Se elaboran al momento frente al cliente, pero muchos de ellos simplemente se terminan ya que muchas de las mezclas las tienen preparadas en botellas. Aquí solo manda el sabor. La liturgia del servicio tampoco es un espectáculo de habilidades como alguno podría imaginarse de un lugar tan afamado.
 Energía vital
A la vuelta de la esquina se encuentra la cervecería Cotorritos, un lugar grande para beber, cantar y pasarla muy «padre», un local de mexicanos para mexicanos con otra energía vital. Los cacheos a fondo en la puerta son preceptivos. Cintura, pecho y piernas.
Donde se toma mucho no se puede dejar nada al albur en un país como éste. Incluso se obliga a llevar las gorras con la visera hacia atrás para dejar la cara al descubierto o si no hay que quitársela. No se discute. Pese a todas estas medidas de seguridad que le recuerdan a uno en dónde está, el visitante enseguida se siente cómodo y se contagia del buen humor de muchos jóvenes que llegan a buscar relajo y diversión sin necesidad de gastar demasiados pesos. La informalidad mexicana, las pandillas charlando animadamente y un cantante semiprofesional animando el karaoke hace que las horas pasen a la velocidad del rayo en el Cotorritos. Un hombretón que no se debió haber portado nada bien llora a moco tendido para tratar de ablandar a una chica que no le deja ya recostarse sobre su hombro. Detrás seguro hay una historia tan rotunda como las que cuentan los corridos y las canciones melódicas que se encadenan una tras otra. Puro México. Llegan las bandejas con tragos y bengalas y se apuran las ‘chelas’ (cervezas) y las rondas de mezcal a velocidades supersónicas. Cuando ya la noche empieza a declinar las pantallas dejan de mostrar las letras de la siguiente canción y lanzan la oferta: Botella a 690 pesos (33 euros) para las 15 primeras peticiones en la barra. A elegir entre conocidas marcas de vodka, ron o whisky. Rápidamente se levantan las manos y algunos caminan ligeros a conseguir una de las gangas.
Afuera convive pacíficamente toda la fauna de la noche que habita el barrio rosa. Locales mixtos, otros de ambiente exclusivo gay, escaparates de tiendas con ropajes de alto voltaje. La ciudad de 21 millones de habitantes está a punto de despertar.