Gastromotiva y la esperanza en las favelas

Un Comino
Muchas personas piensan que los profesionales de este ramo gastronómico nos pasamos el día y la noche disfrutando como gorrinos. No piensen que vengo con la queja. Solo puntualizo que no siempre tenemos la suerte inmensa de que nos pasen cosas buenas y, como todo hijo de vecino, nos tenemos que tragar a diario muchos sapos sin cocinar. Es verdad que a cambio, a veces, podemos levitar degustando una comida excelsa, visitando un mercado mágico en un alejado rincón del mundo o compartiendo una de esas botellas que el tiempo vuelve celestial aquí en la tierra. Lo bueno también puede ser no ingerible, como me ha ocurrido esta semana, conociendo a unas de esas personas que si Bertold Brech volviera a la vida las incluiría entre las imprescindibles. Me refiero al cocinero brasileño David Hertz, ideólogo y precursor de la organización Gastromotiva, dedicada desde hace ya veinte años a dar una oportunidad a miles de chicos y chicas de las favelas de Rio de Janeiro y otros lugares similares de América. Al principio solo en su país, pero después también en México, El Salvador y Sudáfrica. Comunidades en las que se combina la formación técnica en cocina con la transmisión de valores humanos. La gastronomía en toda su bondad y fuerza como motor de resiliencia social, tan lejos de esa otra imagen fatua y de frivolidad que a veces se transmite digitalmente y se promociona como si fuera la relevante.

Hertz dejó un día los restaurantes de alta cocina en los que trabajaba en distintos países del mundo tras una visita a una de esas favelas donde comprendió que su vida y la de muchas personas tendrían mucho más sentido si se dedicaba no a perseguir el más excelso de los menús, sino a enseñar las bases de la profesión a muchos jóvenes que no solo carecían de recursos para poder hacerlo por sus medios, sino que ni siquiera pensaban que pudieran tener una oportunidad diferente a la de engrosar las filas de alguna de las organizaciones y actividades ilícitas que se desarrollan en sus barrios.

 Más de 6.000 jóvenes
Desde esa fecha, Gastromotiva ha convertido en ayudantes de cocina y cocineros a más de seis mil jóvenes y ha servido no menos de medio millón de comidas en diferentes proyectos sociales. Hoy en día mantienen decenas de cocinas solidarias y alianzas con universidades, con otras ONG y con algunos de los mejores chefs del mundo, amén de con las empresas que ayudan económicamente para que se pueda desarrollar toda esta labor.
Me hubiera gustado que el destino me hubiese puesto a David Hertz en mi camino mucho antes, pero le pude conocer esta semana en Dreams Asturias, la extensión de Madrid Fusión que se celebró el martes en Gijón. Yo sabía de él y de su trabajo, pero no de su humanidad y de el aura grande que le acompaña y lleva a emocionarse hasta el llanto cuando habla de toda esta ingente labor que han desarrollado y en la que siguen sin denuedo, creando esperanza. No solo él. También Silvia Camacho, la compañera mexicana que lleva el peso del proyecto en el país azteca, tiene esa lucidez y clarividencia para distinguir y transmitir lo que es importante en la vida y lo que es meramente accesorio.
Los seguidores de esta columna me han leído muchas veces defender la gastronomía como una herramienta poderosa para conectar a las personas deshaciendo las barreras que las separan y hasta para transformar las comunidades. Gastromotiva es una flecha del mismo carcaj.  Cuando Hertz habla en parábola –casi más que en metáfora– dice que sus ingredientes «son las personas» y que cocinan y les enseñan a cocinar, sobre todo, para generar diálogo.  «Los jóvenes de las favelas no saben que pueden soñar», dice él, que entendió en una de ellas su propio lugar en el mundo, lo que ahora llaman «el propósito», el día en que su pasión se encontró con la necesidad del mundo.
En 2016 Gastromotiva abrió el Refettorio junto al cocinero italiano Mássimo Bottura, un comedor social que recupera alimentos que se iban a destruir y los convierte en comidas nutritivas y dignas. Son ya decenas de comedores populares repartidos por el país que, de paso, ayudan a proteger y defender la cocina popular brasileña como patrimonio vivo y como expresión de identidad.
Su larga experiencia con jóvenes de comunidades desfavorecidas o conflictivas en Brasil y en México, el país donde más ha prendido Gastromotiva después del suyo, les ha demostrado que la gastronomía también dignifica vidas porque quita el hambre, forma y también ayuda a tejer redes sociales llenas de esperanza.
A lo largo de los años van apareciendo por el mundo cada vez más iniciativas de cocina social. Algunas, quizás las más necesarias, se extienden soto voce, con toda la energía puesta en alimentar y en ayudar, no tanto en mostrar o parecer. Hay algunas, sin embargo, que asumen la promoción como parte relevante de su actividad con el objetivo de concienciar a la sociedad y también de atraer recursos para poder seguir con su labor. Por desgracia existe también algún caso en los que los valores positivos de la solidaridad se aprovechan para limpiar conciencias o atraerse la luz.