Si vas a venir a Sevilla para lo de la Michelín no seas capullín y aprovecha para pasear por la ciudad. Es uno de los placeres estéticos más satisfactorios de los que podemos disfrutar gratuitamente y, al tiempo, hacer un poco de sano ejercicio, calmo, elegante y no estresante.
Al tiempo que se camina se va descubriendo el genio de la ciudad y sus mil bellezas monumentales o callejeras, populares o aristocráticas. Al compás de la sed y el hambre que en cada cual tal práctica cultural despierte, lo recomendable es ir corriendo y recorriendo aquí y allá, allí donde a uno le plazca y se le antoje siguiendo su instinto y apetencia sus cien mil bares, tabernas y barras de su intrincada y extensa hostelería. Porque nada -y empleo la palabra nada en su pleno sentido- hay más edificante que el libre albedrío en el beber y en el comer. Déjense de cicerones y recomendaciones como ésta mía o las de otros colegas guiadores con la espuria o bienintencionada pretensión de meternos y dirigir sus vidas, aunque sea por un corto y cierto tiempo y espacio de ellas. Son muy cortas y muy suyas como para darnos pábulo en sus importantes vivencias. Láncense sin prisas y sin miedo a vivirla, porque tapear por Sevilla es una maravilla. Cálcense sus cómodos zapatos y ropa, metan unos cuantos billetes, en consonancia con su poderío financiero, en el bolso o bolsillo y échense a la calle sin más, por la cara, a vivir Sevilla, que es una maravilla.
Yo, si es que les interesa saberlo, lo he venido haciendo así durante décadas y les aseguro que atesoro cientos de buenos momentos que meter en la vieja mochila donde guardo las alegrías de mi vida, allí todas arrepujás sin orden ni concierto e incontables por tanto.
Haciendo ímprobos esfuerzos saco de ella recuerdos de haber probado gambas y jamón en la barra del Jaylu; un vinito en la Taberna Morales; cubos de sopa de galeras en La Moneda; haberme enrollao mogollón con los rollitos de jamón york con anchoas y paté en La Flor de Toranzo, cañas, al lado, en la Cervecería Internacional y mejores ratos en la barrita interior de Casa Moreno; echar unos tragos en Las Teresas o en Casa Román picando chacinas; garbancitos y judías blancas o verdes en El Caserío; unos generosos momentos y vinos en El Cateca; una y dos tapas de boquerones fritos adobaos en el Blanco Cerrillo; unos finos imperiales en el Entrecárceles; tapas gratificantes en el Eslava; otras muy ibéricas en Lalola, ahora en la Alameda y ya en la zona, más cervecitas bien acompañás en el Maquila, el Disparate o en la barra de La Azotea, y para taquear a lo mex Mano de Santo; marisquitos y tapas caseras en el Periqui Chico; algo ya más pescatero en la barra de Cañabota; un solomillo al ajo en el Sol y Sombra; unas cabrillas en salsa y unas codornices de narices en Ruperto; actualizaciones del tapeo en Tradevo, Castizo y Ovejas Negras; clasicismo en el Casablanca o la Barra del Ispal; de mercadeo simpático en los de la calle Feria o de Triana; categoría en la barra del Becerrita; ensaladillas rusas por doquiera que vayas y caracoles también, pero no los pidas ahora porque provocarás el cachondeíto general: “ojú, miarma, otro desnortao de esos de las ruedas, sí, como se llama joé…. La Michelín esa. Digo, pos no quería caracoles ¡en noviembre!,… yo le puse un mosto y más papas aliás y salió dando palmas, si es que….”
Pues eso, ya conocen ustedes mis recomendaciones tapatólogas de todo el territorio central capitalino, ya me he despachao con ustedes a base de bien.
Lo siguiente que vienen obligados a hacer es no hacerlas ni puñetero caso, ya saben: tírense a la calle sin más y entren donde les apetezca, les haga gracia o les venga en gana: arriesguen ¡coño!, y hablen con sus gentes que tapear por Sevilla es una maravilla.