El utensilio más ubicuo en las mesas del mundo no son ya los cubiertos, los palillos o ni siquiera los platos. Lo omnipresente son los teléfonos móviles y su influencia es tal que el acto de comer se ha transformado en lo profundo en los últimos quince años más que en el siglo anterior. Por un lado, los comensales más activos reivindicamos lo puro en las cartas: parrilla, producto, técnicas tradicionales y ancestrales, pero luego vamos y tecnificamos la mesa con un apabullante despliegue de la última tecnología disponible en dispositivos de grabación y hasta iluminación, convirtiendo el tiempo de comer en un nuevo nodo digital de nuestras vidas.
Hoy tenemos más herramientas que nunca para conocer, profundizar y recordar lo que comemos, pero nunca hemos estado menos presentes mientras estamos comiendo. El teléfono compite con el plato por la atención a lo que sucede en la sala –y gana– desvirtuando los destellos y el hilo narrativo que el equipo del restaurante ha previsto. No prestamos atención a lo que comemos y lo que es peor, tampoco a las personas con las que compartimos mesa. Antes fotografiar que escuchar, ya saben. Hace no tantos años un comportamiento así se hubiera considerado de peor educación incluso que meterse un dedo en la oreja.
Sí lo analizamos un poco más técnicamente desde la experiencia culinaria cabría afirmar que alternar el tiempo del servicio entre degustar, fotografiar, leer y hasta compartir contenido en las redes sociales provoca una fragmentación cognitiva, una pérdida del hilo narrativo y del interés. El que hace fotos no se entera, gastronómicamente hablando, de lo sutil, de lo que va más allá del montaje visual del plato y de la ristra de ingredientes que lo componen.
¿Si tuvieras ante ti solo durante quince segundos el nuevo plato creado por Ferran Adrià, te lo comerías o lo fotografiarías? Ante tamaña provocación un grupo de aficionados al que pregunté dudó y cambió de parecer. Las respuestas más rápidas y automáticas, eso sí, se decantaron por capturar el exclusivo momento antes de degustar una elaboración nunca antes conocida del más grande.
Hay expertos en experiencia digital, como Brian Solis, que aseguran que el nuevo lujo es la atención de las personas y otros que han demostrado, como Daniel Goleman, que la multitarea es un mito: «Lo que hacemos es cambiar rápidamente de foco perdiendo presencia en cada acto». No hay que bucear mucho para encontrar conclusiones científi cas similares en la red. Científicos de la British Columbia University sostienen que la presencia del teléfono en la mesa disminuye la calidad de la experiencia social y otros igual de listos que aseguran que el uso de dispositivos electrónicos «reduce la percepción de textura y cantidad ingerida». Sin irnos tan lejos, el estudio MEC de la Universidad Complutense concluye que «la distracción disminuye el placer inmediato», mientras que el interés cognitivo, la atención, «aumentan la valoración a largo plazo».
Hoy tenemos más herramientas que nunca para conocer, profundizar y recordar lo que comemos, pero nunca hemos estado menos presentes mientras estamos comiendo. El teléfono compite con el plato por la atención a lo que sucede en la sala –y gana– desvirtuando los destellos y el hilo narrativo que el equipo del restaurante ha previsto. No prestamos atención a lo que comemos y lo que es peor, tampoco a las personas con las que compartimos mesa. Antes fotografiar que escuchar, ya saben. Hace no tantos años un comportamiento así se hubiera considerado de peor educación incluso que meterse un dedo en la oreja.
Sí lo analizamos un poco más técnicamente desde la experiencia culinaria cabría afirmar que alternar el tiempo del servicio entre degustar, fotografiar, leer y hasta compartir contenido en las redes sociales provoca una fragmentación cognitiva, una pérdida del hilo narrativo y del interés. El que hace fotos no se entera, gastronómicamente hablando, de lo sutil, de lo que va más allá del montaje visual del plato y de la ristra de ingredientes que lo componen.
¿Si tuvieras ante ti solo durante quince segundos el nuevo plato creado por Ferran Adrià, te lo comerías o lo fotografiarías? Ante tamaña provocación un grupo de aficionados al que pregunté dudó y cambió de parecer. Las respuestas más rápidas y automáticas, eso sí, se decantaron por capturar el exclusivo momento antes de degustar una elaboración nunca antes conocida del más grande.
Hay expertos en experiencia digital, como Brian Solis, que aseguran que el nuevo lujo es la atención de las personas y otros que han demostrado, como Daniel Goleman, que la multitarea es un mito: «Lo que hacemos es cambiar rápidamente de foco perdiendo presencia en cada acto». No hay que bucear mucho para encontrar conclusiones científi cas similares en la red. Científicos de la British Columbia University sostienen que la presencia del teléfono en la mesa disminuye la calidad de la experiencia social y otros igual de listos que aseguran que el uso de dispositivos electrónicos «reduce la percepción de textura y cantidad ingerida». Sin irnos tan lejos, el estudio MEC de la Universidad Complutense concluye que «la distracción disminuye el placer inmediato», mientras que el interés cognitivo, la atención, «aumentan la valoración a largo plazo».
Una app para comer
Podemos seguir haciéndonos preguntas al respecto. ¿Queremos conocimiento o notoriedad social? ¿Recordarlo o vivirlo? Seguramente, así, en clave de reflexión todos estaremos de acuerdo en que la ubicua presencia del móvil no tiene demasiado sentido mientras compartimos mesa, pero llegada la hora real de sentarse a comer… el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿Quién no se ha dejado llevar? ¿Quién no encuentra una justificación laboral para sacar el móvil del bolsillo y empezar a mover el dedo aunque en frente tengamos al mismísimo Papa?
Llevo mucho tiempo dándole vueltas a este asunto, pero la verdad no me pusé a aterrizar mis ideas al respecto hasta que el cocinero Ricard Camarena, uno de los más inteligentes del gremio, a mi juicio, me contó su proyecto de desarrollar una app, junto a una empresa valenciana experta en estas tecnologías, para facilitar a los comensales de su restaurante gastronómico una herramienta que les permita disfrutar de todo ese conocimiento, tanto conceptual como visual, que se aporta en un restaurante como el suyo, sin arruinarse la experiencia con el uso del teléfono para apuntarlo y fotografiarlo todo mientras los platos llegan a la mesa.
Lo de Camarena ya está en la calle y lo que me divierte más es que propone usar la tecnología, lo último en reconocimiento de imágenes, para bloquear uno de los aspectos más negativos de dicha tecnología. Concéntrate y emociónate, ya tendrás luego tiempo de revisarlo todo, de poseerlo y aprenderlo mejor, viene a decir. Pero ni siquiera la aportación tecnológica es lo más relevante. Lo realmente valioso es la disruptiva apuesta por el uso temporal diferido que permite a los teléfonos móviles seguir teniendo su protagonismo, pero tras la comida, al final, cuando se baja el telón del especáculo culinario. En palabras del autor de la idea y cocinero de Barx: «Creemos que la tecnología debe estar al servicio de la emoción, no de la distracción. Con esta app buscamos contar todo lo que hay detrás de cada plato, sin romper la magia del momento en sala». El suyo es un camino intermedio entre dejar que el acto de comer se siga desvirtuando y el de aquellos cocineros radicalísimos que prohíben hacer fotos de la comida durante el servicio.
Llevo mucho tiempo dándole vueltas a este asunto, pero la verdad no me pusé a aterrizar mis ideas al respecto hasta que el cocinero Ricard Camarena, uno de los más inteligentes del gremio, a mi juicio, me contó su proyecto de desarrollar una app, junto a una empresa valenciana experta en estas tecnologías, para facilitar a los comensales de su restaurante gastronómico una herramienta que les permita disfrutar de todo ese conocimiento, tanto conceptual como visual, que se aporta en un restaurante como el suyo, sin arruinarse la experiencia con el uso del teléfono para apuntarlo y fotografiarlo todo mientras los platos llegan a la mesa.
Lo de Camarena ya está en la calle y lo que me divierte más es que propone usar la tecnología, lo último en reconocimiento de imágenes, para bloquear uno de los aspectos más negativos de dicha tecnología. Concéntrate y emociónate, ya tendrás luego tiempo de revisarlo todo, de poseerlo y aprenderlo mejor, viene a decir. Pero ni siquiera la aportación tecnológica es lo más relevante. Lo realmente valioso es la disruptiva apuesta por el uso temporal diferido que permite a los teléfonos móviles seguir teniendo su protagonismo, pero tras la comida, al final, cuando se baja el telón del especáculo culinario. En palabras del autor de la idea y cocinero de Barx: «Creemos que la tecnología debe estar al servicio de la emoción, no de la distracción. Con esta app buscamos contar todo lo que hay detrás de cada plato, sin romper la magia del momento en sala». El suyo es un camino intermedio entre dejar que el acto de comer se siga desvirtuando y el de aquellos cocineros radicalísimos que prohíben hacer fotos de la comida durante el servicio.