Sostres desenmascarado

Leo el libelo de Sostres contra David Muñoz (restaurante Diverxo) y no me extraño en absoluto. ¿Alguien se ha sorprendido con el texto de marras? Quien lo haya hecho, me temo, será de la misma calaña banal que el autor… Sostres es un tipo cuya impostada iniquidad literaria está perfectamente diseñada; nada que ver con el periodismo o la veracidad. Subjetivismo, afirma él con suficiencia alegando falazmente la imposibilidad (cierta) de la objetividad. Pero no. Ni tan siquiera se trata de subjetividad.

En el caso de Diverxo que me ocupa, además, me dicen que la invectiva fue inducida por unos problemas que tuvo su fotógrafo con David Muñoz… Es decir, cabreo en el más puro estilo setentero, cuando todavía se usaba el “no sabe usted con quien está hablando…” y el más oscuro todavía “te vas a enterar…”. Tristeza, amigos, por descubrir que, a la postre, no fue el menú sino una pataleta de “niño pijo”.

Pero, atención. A pesar de esta última concreción, no debemos olvidar el fondo del asunto. Sostres no es Sostres. Sostres es un personaje que ha creado Sostres. Una ilusión destinada a medrar en los ambientes periodísticos, a ganar fama y dinero a través de la provocación ciega (“vendiendo” incluso sus propias miserias). De esta suerte, hemos podido leerle textos absolutamente contradictorios, puesto que, como decía, la cosa va de “epater”. Y textos de virulento salvajismo, incluso autodestructivo. Las cabriolas y las piruetas, además, deben ser vertiginosas, puesto que en un entorno posmoderno para deslumbrar es preciso el situacionismo trepidante y la amoralidad instantánea. Anacronismo indigestado de los sesenta… El personaje Sostres es así: vacío y atroz en lo intelectual, alimentado tan sólo por la negación sistemática (o el ataque tóxico) de todo lo que tiene algún tipo de consenso.

Y le funciona. Aunque a veces (muchas) deba pagar la bravata (su leit motiv) dolorosamente exponiéndose como un bufón contemporáneo… Así ha sido en sus dos últimos artículos. Aunque incluso este mismo texto que estás leyendo forma parte de su topología, ya que su “plan profesional” necesita del escándalo, la contestación para subsistir y desarrollarse. Suena, verdad… Sí; Sostres es, de forma volitiva y prolijamente orquestada, el mismo periodismo de los programas del corazón; vale decir, basura.

Pero, como apuntaba hace un momento, los que lo leen y comentan, yo mismo en este caso, somos parte de su “floreciente business” (hasta el momento) madrileño. Efectivamente, Sostres necesita público narcotizado por la trivialidad posmoderna para subsistir, puesto que en realidad nada dice, sus críticas y discursos no son inteligentes, y sus artículos quedan sólo como una sucesión de frases insolentes con el fin de pasmar a los muchos indigentes mentales que fatigan salones y cenáculos.

En un mundo sin incultura aplaudida ni “estupidez concienzuda” el personaje Sostres no existiría. Sólo en este “continuum” fatalmente baladí puede reptar tamaña tontería disfrazada de “polémica” o de “verdad sin ambages”. Es por ello que la infamia verdaderamente lanzada a la “no es personal, tío, sólo negocios” contra Muñoz me parece abominable. Y me lo parece no sólo por la futilidad mencionada, sino por la “ignorancia sincera” del personaje Sostres en lo estrictamente gastronómico y por la falta de fondo conceptual para justificar el escarnio.

En todo este festín de las frivolidades, resulta curioso ver el origen de todo el asunto. Hablo de un artículo periodístico que intentaba “enfrentar” dos visiones gastronómicas aparentemente antitéticas (falsa hipótesis, por cierto), la tradicional y la vanguardista, Sánchez Dragó y Sostres, en el que cada uno de los “protas” llevaba al otro a un restaurante “contrario”. Y, mira, no acabo de pillar este pretendido “formato polemista”. Ambos, además de compartir dudosos gustos sexuales, son la misma hechura, la misma “figura” de personaje diseñado (obviemos el folclore baladí de “lentejas versus esferificaciones”, meramente artificioso) para ganarse el pan con poco o ningún esfuerzo (aunque con gatillo fácil para los insultos).

Todo lo dicho pretende sólo ser un análisis para explicar lo que de verdad Sostres oculta; es decir, desenmascarar al personaje. No, desde luego, una demanda de censura a sus palabras (las del personaje). Riguroso en este sentido el artículo de Víctor de la Serna en la parte de la libertad de expresión, que comparto de forma entusiasta (igual que su matiz sobre la diferencia entre la crítica a un restaurante y a una persona). No sería yo quien, sin embargo, le entregaría papel y espacio mediático a un personaje tan inicuo (su barbarie es, precisamente, su motor de financiación). Coincido asimismo con Víctor en la excelencia de Diverxo (puedes consultar, en 7canibales.com, un par de artículos míos al respecto: 1 y 2), uno de los restaurantes más sugerentes, provocativos, emocionantes, lúdicos y gratificantes de España. Con argumentos conceptuales y culinarios contrastables, no a partir de una literatura de la injuria “por la cara” donde se llega a decir, sin ningún argumento, que Dios jamás llamaría a su vera a David Muñoz.

Yo no creo en Dios. Ni Sostres. Pero me temo que él (el personaje), en ese entorno divino que, esto sí, atribuye fanáticamente a Ferran Adrià, sería de los arrojados a la Gehena y el rechinar de dientes.