Inteligencia artificial y los restaurantes, una verdad a medias

Entre el bien y el bar

La inteligencia artificial (IA) puede ayudar a un restaurante optimizando la gestión de inventario, personalizando la experiencia del cliente, optimizando el menú, mejorando el servicio al cliente, analizando comentarios y opiniones, y optimizando el precio y la demanda, entre otras aplicaciones. Al utilizar la IA, los restaurantes pueden aumentar la eficiencia operativa, ofrecer recomendaciones personalizadas, diseñar menús más atractivos, brindar respuestas rápidas a los clientes, obtener información sobre la satisfacción del cliente, y predecir la demanda y ajustar los precios en consecuencia”.

 

Eso me respondió la IA a la pregunta de cómo puede ayudar la IA a un restaurant, en un párrafo.

 

Lo primero que me vino a la cabeza es cuál sería la diferencia entre la inteligencia humana y la artificial, si prácticamente todo lo descrito en el párrafo es a lo que se dedican casi la totalidad de los seres humanos que trabajan en restaurantes.

 

La mecanización de ciertos procesos productivos también fueron pensados y llevados a cabo de manera inteligente hace unos 150 años, con tropiezos y aciertos, pero digamos que la discusión de si comíamos o producíamos mejor o peor hace 150 años que a la fecha es completamente válida. ¿Se generan mejores condiciones de trabajo o de experiencia gracias a la tecnología?, sin duda es así, pero tampoco se puede negar que se puede mejorar muchísimo.

 

Hornos convectores, abatidores de temperatura, cámaras de frío, software de comandas, inventarios, provisión de mercaderías, recursos humanos, reservas, cobro en línea, aplicaciones de delivery… han proliferado al punto de ser parte constitutiva del negocio, y en muchos casos pasan a ser el socio flojo del negocio: cobran caro por participar tecnológicamente sobre la venta bruta del boliche, pero en los momentos de crisis no ponen un pie en el local ni aportan financieramente a su sostén.

 

No es raro entrar a un comedor repleto de clientes y ver ocupada una de sus mesas por el administrador o manager del restaurant con un computador portátil, tratando de cuadrar números que sólo a él interesan, muchas veces distrayendo su atención de lo principal que debería procurar: hospitalidad y comida rica.

 

Es ahí donde creo que el mismo negocio atenta a veces contra el fin de su existencia. Sólo la gente que vea satisfechas sus variadas necesidades volverá continuamente a buscar esos servicios. ¿O creemos que la gente come por tragar? ¿O come para tomar fotos a sus platos? ¿O por moda? La gente come por necesidad, pero también por la necesidad de un espacio convivencial. Comer también es una necesidad cultural.

 

La gente no va a restaurantes por cómo hayan resuelto sus problemáticas de gestión o producción. Creo que la mayoría de los comensales no van por la ecuación, sino por el resultado.

 

Por cierto, el estado debería procurar que la ecuación y la forma en que se resuelve el problema sea amistosa con el medio ambiente, justa con los trabajadores e inocua en las resultantes que van sobre el plato, además de velar también por el patrimonio cultural en juego.

 

Si hoy en un restaurant de Santiago de Chile se come ramen, no es tanto por la decisión de un tipo de IA o por el gusto sofisticado de los habitantes de nuestro país, sino más bien por la ruta trazada sobre convicciones políticas desde la propia Seúl, pues Korea se propuso salir al mundo no sólo a través de su comida (K-Food), sino también a través de películas y series (K-Drama), de la música (K-Pop) o productos de belleza (K-Beauty) por ejemplo.

 

Y además si en ese mismo restaurant de Santiago no se come caldo de pata (tradicional plato obrero chileno que lleva casi los mismos ingredientes) es porque seguimos encontrando más cosmopolita y sexy el tonkotsu que la pata de chancho. Es como si se alejara desde el nombre, tonkotsu ramen, lo suficiente de ese otro nombre, mentalmente sucio o maloliente que es caldo de pata. Y es lamentable que al estado le importe muy poco esta especie de gentrificación de nuestros espacios de memoria o patrimonio del gusto.

 

Le pregunto de nuevo a la IA: ¿Qué debería vender un restaurant en el centro de Lima?

 

“Un restaurante en el centro de Lima debería considerar vender platos de la cocina peruana, ya que es reconocida a nivel mundial por su diversidad y exquisitez. Algunas opciones populares podrían ser ceviche, lomo saltado, ají de gallina, causa limeña, anticuchos, tiraditos y suspiro limeño. Además, podría ofrecer una selección de bebidas típicas como chicha morada, pisco sour y Inca Kola. También sería recomendable incluir opciones vegetarianas y veganas para atender a un público más amplio”.

 

Hago la misma pregunta, pero referida a Santiago de Chile.

 

“Un restaurante en el centro de Santiago de Chile podría considerar vender platos de la cocina chilena tradicional, así como también opciones internacionales para satisfacer diferentes gustos. Algunos platos típicos chilenos que podrían ofrecerse son el pastel de choclo, empanadas, cazuela, asado de tira, curanto, completos (hot dogs chilenos) y el famoso completo italiano. También podrían incluir pescados y mariscos frescos, como el congrio, la reineta y los locos. Además, es importante tener una variedad de vinos chilenos disponibles, ya que el país es conocido por su producción vinícola. También podrían considerar incluir opciones vegetarianas y veganas para atender a un público más amplio y consciente de la alimentación”.

 

¿Díganme que no soy yo el que entiende un condicional en la oferta de gastronomía chilena en Santiago, pero no se da así cuando ponemos gastronomía peruana en Lima?

 

Y lo más trágico es que los platos que la IA nos propone en Lima no me cabe duda de que son los preferidos y los que más se piden; ni siquiera los explica como típicos.

En Santiago, los platos que me propone la IA los llama típicos y la verdad sea dicha, están en franca retirada de los restaurantes del sector.

 

Penoso resulta creer la Inteligencia Artificial como una verdad revelada que hay que aceptar mientras seguimos comiendo.

 

Las comidas, creo, deben alejarse lo más posible de lo artificial, aunque les anteceda la palabra inteligencia.

 

“…y como los porotos enfurecidos, los porotos-leones, los porotos-águilas, los porotos-chacales de la patria tratada a patadas por el destino”. Rotología del Poroto, Pablo De Rokha. Chile, 1961.

 

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