Barcelona clama contra el cierre

David Salvador

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Han sido centenares de afectados. No había chaquetillas, ni uniformes ni delantales. Eran camareros, cocineros, cocteleros, picas, empresarios, periodistas, también productores, distribuidores de alimentos, comerciales, vecinos. Profesionales y usuarios que se han visto agraviados por la medida del cierre de bares y restaurantes que decretó el miércoles la Generalitat. “No somos el problema”, gritaban. Aunque ha habido instituciones que han reclamado protagonismo, la marea restauradora que hoy ha salido a la calle -sin demasiada distancia social, es verdad, por mucho que ellos mismos la reclamaban- estaba convocada por los mismos profesionales mediante grupos de whatsapp. Ya con micro en mano, sin presentarse, cabreados, “cansados de la discrecionalidad del Gobierno”, advertían que el corazón de la restauración late más fuerte que nunca y que con esta acción no daban por acabadas las protestas. “La próxima semana habrá más protestas, incluso también cortes en el transporte público. Tenía cara la voz que hablaba. No tenía nombre. “Llámame cabreado”.

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Han sido centenares, multiplicados por redes tras la concentración más espontánea que sucedió el pasado miércoles en el mismo sitio cuando se dio a conocer la noticia. “Empezamos pocos pero el nivel de cabreo es tal que nos hemos hecho grandes”. Ahora sí tenían nombre las palabras. Era Jon Giraldo, chef y propietario de los restaurantes Anormal (antes lideró el restaurante Spoonik). “Creamos con mi equipo el logo de #noalcierre e hicimos las pegatinas, y el whatsapp y las redes, y el cabreo, han hecho el resto. Vale ya”.

El efecto mariposa esperado en un sector que afronta unas pérdidas de 780 millones de euros con el cierre de dos semanas, con más de 200.000 trabajadores afectados directamente (datos de Pimec). “La gota que colma el vaso. Estas últimas semanas aún hemos ido trabajando al 50%. Ahora si llegamos al 10% será mucho”, explicaban los propietarios del bar Mio Cid de la zona.

Era rabia. La había mostrado Albert Raurich, Benjamín Lana u Hostelería de España, la cercioraba la marea presente hoy en Barcelona: “Nos sitúan como culpables y no lo somos. Nos están estigmatizando y no nos lo merecemos”. Giraldo añadía: “No hay ni un caso documentado que parta de la restauración. Hemos adaptado las medidas de distanciamiento, lo hemos hecho bien. Si alguien no ha cumplido, que lo multen, pero no se puede señalar al colectivo, y menos con una medida discrecional y de hoy para mañana. ¿Qué hacemos de nuevo con el fresco que teníamos? ¿Cómo van a subsistir nuestros trabajadores? Algunos no han cobrado aún del primer ERTE, ¿y ahora nos metemos en otro? Es una vergüenza”.

Giraldo se quedaba sin voz. Volvía el hombre sin nombre, el camarero sin uniforme, el comercial sin zapatos. Todos abandonaban plaza Sant Jaume para subir por Via Laietana y seguir demostrando unidad. “No pararemos hasta que se revoque esta medida, hasta que se reconozca la labor del sector y no se le señale”. Son un colectivo variado y sin siglas aparentes, que no ha puesto recursos contra el cierre. “No sirven de nada. Solo conseguirán aplazar su ejecución, y que no sepamos cuándo tendremos qué cumplirlo con el caos que eso implica. Nosotros simplemente queremos que se anule”. Y que se les respete. Eso por encima de todo.