La industria de la frivolidad

La memoria del sabor

La frivolidad es definitivamente el estado de la cocina de nuestro tiempo. Se me viene a la cabeza nada más ver la lista de estrellas y estrellados -el silencio de las ausencias es tan ruidoso como las ovaciones a los triunfadores- recién estrenada por la edición española. He seguido en las redes la gala y los saraos que la circundan -incluido el fiestón previo de los cocineros, con esa ausencia absoluta de mascarillas que dice bien poco en su favor… y en el de los clientes a los que darán de comer y saludarán mañana- y veo que esto se parece cada vez más al invento de The 50 Best.

 

Foto cedida por la Guía Michelin
Foto cedida por la Guía Michelin

¿Qué la fiesta es en Valencia? Pues seis estrellas para restaurantes de la comunidad; siete si se incluye la de Quique Dacosta en el Ritz de Madrid. ¿Qué Dani García nos la jugó hace tres años, cerrando el restaurante después de recibir la tercera? Se la devolvemos por todo lo alto: dos estrellas de golpe para su recién abierto Smoked Room de Madrid, (cinco meses han bastado para llevarlo al cielo; Dacosta lleva nueve en el Ritz y solo se ha ganado una) y el nombre de Dani García vuelve a ser patrimonio de la Michelin. Aquí mandamos nosotros y la vendetta nos conviene a todos. ¿Qué Ricard Camarena o Disfrutar podrían haber recibido la tercera? Mejor lo dejamos, no vaya a ser que moleste a las vacas sagradas de la guía. ¿Hay que repartir las estrellas verdes? A los de siempre, que lucen más. ¿Qué necesitamos proyección? Jarana por todo lo alto, con la mitad de la comunicación gastronómica ejerciendo de groupies y consagrando el compadreo como forma de ser y de estar.

 

Nadie tiene derecho a quejarse, y menos yo, que creo más en Santa Claus que en la honestidad de las guías. Al final es una empresa privada, sus decisiones sobre el estatus de los restaurantes las toma el equipo de inspectores y, cuando lo consideran oportuno, los máximos responsables intervienen para corregir, retocar o reenfocar detalles. Ellos no anuncian votos ni votantes que nadie certifica, pero se van pareciendo a los otros. La frivolidad es muy contagiosa.

 

Dos detalles reclaman atención: la consagración de los restaurantes encabezados por cuatro cocineros latinoamericanos -dos argentinos, una chilena y un colombiano- y el imparable peso de la cocina de hotel. Dos de los cuatro nuevos dos estrellas y siete de las primeras estrellas españolas se alojan en hoteles de lujo. Lo mismo sucede con tres de las cinco nuevas estrellas portuguesas y la única incorporación en Andorra. Repaso de memoria referencias en Barcelona, Canarias y Marbella y la lista se dispara.

 

Estaba cantada la estrella para el restaurante Fierro (Valencia), encabezado por los argentinos Carito Lourenço y Germán Carrizo, mientras la del Nub de la chilena Fernanda Fuentes y el italiano Andrea Bernardi aparece como novedad debido al cambio de local del restaurante, trasladado al Hotel Bahía del Duque. La novedad es que la edición de este año consagra la cocina del colombiano Edwin Rodríguez, en el restaurante Quimbaya de Madrid.

 

Y una curiosidad, este año no hubo estrellas para Martín Berasategui. Paciencia; se queda con doce hasta que abra el restaurante del Bernabeu. Para compensar, le nombran padrino.

Volteo mi archivo, buscando una entrevista publicada hace más de un año al filósofo alemán Peter Sloterdijk. Eran los tiempos más duros de la pandemia y reflexionaba sobre las nuevas maneras de estar en el mundo que saldrán de ella. “El mundo”, decía a El País, “en su concepción como gigantesca esfera consumista está basado en la producción colectiva de una atmósfera frívola. Sin frivolidad no hay público ni población que muestre una inclinación hacia el consumo”. Coincido con él, aunque la segunda parte del párrafo -“Este vínculo entre la atmósfera frívola y el consumismo se ha roto” (con la pandemia). “Tras una disrupción tan importante, el regreso a los estándares de frivolidad no va a ser fácil”- nos deja en evidencia. La industria es más frívola que nunca y el consumo parece empujado por un reactor.