Un encuentro fortuito, en plena pandemia, entre Mari Carmen Vélez (La Sirena, Petrer, Alicante) y el cubano Rigoberto Almeida en Morro Jable (Fuerteventura), lugar secreto de la chef alicantina desde hace 18 años, desembocó, primero, en un flechazo amical y culinario, y luego, hoy, en un impresionante restaurante conjunto -Lo Nuestro- llamado a ser referencia gastronómica en la isla. Benditas casualidades.
torturado de la lava, sucediéndose, dibujan la desolada hermosura de Fuerteventura mientras suenan en la radio, nostálgicos, los versos de Pete Sinfield en Islands, “Bajo el viento tornado ola, paz infinita, la isla junta las manos bajo el cielo paradisíaco…”. Voy camino a Morro Jable -la punta sur de Fuerteventura-, carretera infinita de soledades en pantones ocres, a encontrarme con la vieja amiga Mari Carmen Vélez, que, junto al cocinero Rigoberto Almeida, ha abierto hace dos días Lo Nuestro, un restaurante impensado en esa zona donde medran los turistas y los chiringuitos impíos. Playas eternas de clara arena, mar perpetuo de turquesas y prusias, luz atlántica sin filtros, palmeras al ritmo del viento… el faro. Y ahí, frente a la esbelta linterna, Lo Nuestro.
Todo empezó, como decía, en los oscuros tiempos del confinamiento. Mari Carmen y su marido decidieron, dado el cierre de la restauración, refugiarse en su casa de Morro Jable, en Fuerteventura, y allí, el mismo día de su llegada, entraron en el restaurante El Pellizco a comer. Pidieron un arroz, y fue tan desastroso que la Vélez se acercó al cocinero y le propuso enseñarle. Estuvieron toda la tarde en la cocina y, al día siguiente, el segundo arroz de El Pellizco ya era perfecto. Aquel chef era Rigoberto Almeida. Cubano de familia canaria, descubrió en La Habana, con siete años, que lo suyo era cocinar los recuerdos de los abuelos, los mojos, el sancocho… La presión interior siguió tras licenciarse en química de los alimentos y, habiendo recorrido gran parte de América del Sur, ya a punto de viajar a USA para enrolarse en los negocios de restauración de una parte de su familia, conoció a una chica española, de Fuerteventura, y ahí cambió el destino. De freganchín primero, curso de cocina a distancia después, jefe de cocina del hotel San Borondón a continuación y restaurante propio, El Pellizco, a la postre. Un restaurante que, partiendo de la tradición inquieta de toques y técnicas contemporáneas, a día de hoy ya muy personal, consiguió un rápido éxito.
Así empezó todo
A todo esto, Mari Carmen decidió alargar sus ‘vacaciones’ y fue creciendo la amistad con Rigoberto, con el que hasta creó algunos platos. No fue difícil que pensasen en hacer algo juntos… Y aunque Vélez estaba a punto abrir un restaurante en Arabia Saudí, un pelotazo con mucha pasta por en medio en Riad, le pudo la fascinación majorera. Y, así, montaron entre los dos Lo Nuestro, “paellas y cocina creativa” (“lo de paellas es para que lo entiendan los guiris, pero en realidad son arroces”, aclara Mari Carmen). Mari Carmen, por cierto, dice que va a “estar bastante tiempo aquí, porque en La Sirena tengo un equipo fantástico que funciona perfectamente, y mi ilusión es Lo Nuestro”.
Anteayer. Morro Jable, Fuerteventura. El faro y, al fondo, el mar y el cielo. Grandiosa terraza con cocina abierta y pérgola bioclimática automática que se mueve para conseguir la atmósfera perfecta entre el sol y el viento. Hace dos días que han abierto, y son dos y medio en la cocina y dos en sala. Cocina heroica. Tanto monta, monta tanto. Yo estoy hoy en los arroces, tú mañana en los platos más creativos. Sin problemas. A nadie se le puede escapar el poderío de Mari Carmen, pero ojo con Rigoberto. Aquí se desdibujan las fronteras entre Vélez y Almeida, Mediterráneo, Atlántico y Caribe, arroces y los platos más recreativos, siempre la finura en las armonías y los acabados.
Se entra en materia con una yuca crujiente con miel de palma de La Gomera. Texturas cristalinas que dan paso a un divertimento: dados de queso majorero en tempura de naranja con juego de mermeladas, plato de perfumes y colores. Muy refrescante el hummus de remolacha con cherries inyectados en albahaca, queso de cabra majorera y pipas de calabaza, una caprese en libertad de restallantes sensaciones. Refinadísima y muy chic brandada de bacalao, divertida, con arroz frito y gambas cristal, ahumado en campana en el servicio.
Impecable el tartare de vaca madurada veinticinco días, en juego con ahumados. Y el pulpo a la gallega, con un puré de papas ebrio de tinta y todas las esencias del octópodo.
La cabra, siempre la cabra en Fuerteventura. Tradicional guiso, erótico, en conos crujientes, estilosa manera de gozar de lo más casero. Pide paso Rigoberto con su güira de langostinos a la tailandesa, un cromatismo de amistad americano-asiática. Y, por fin, el arroz meloso: de langosta y pulpo, un espectáculo de exactitudes y suavidades de fondo, perfecto. ¿Y sí…? Pues OK. Fideuá de marisco, otro canon insoslayable.
Pisa fuerte, Fuerteventura…