François Simon, crítica al crítico - Elaine Sciolino en "International Herald Tribune"

Hemos encontrado en la edición europea del periódico «International Herald Tribune» (edición global de «The New York Times»), este interesante y contundente artículo escrito por Elaine Sciolino sobre el crítico francés François Simon. Se trata de una de las más importantes plumas gastronómicas del país y se le compara con Antón Ego, el despiadado crítico de la película «Ratatouille». Hace poco ofreció cinco cenas (para 20 personas cada día) cocinadas por él mismo. Fueron un fracaso. En este artículo se repasan las «perlas» de Simon y, de paso, se hace crítica al crítico…        

 

El crítico gastronómico a través del espejo

Cuando el sumiller de uno de los restaurantes más caros de París empezó a rellenar su copa sin preguntar, François Simon paró su mano antes que una sola gota se derramara. «Me gusta controlar la temperatura del vino» él dijo. «En un restaurante me horroriza tener que obedecer. Quiero ser mimado». Simon seguramente sea la figura del mundo culinario francés más temida y más leída, un hombre con una apariencia de lo más normal pero con un bolígrafo tan afilado como una navaja, similar a un cuchillo de carnicería.  

Como crítico gastronómico del periódico «Le Figaro», durante más de dos décadas, él ha pelado, troceado, e incluso ha asado a la brasa cada uno de sus temas; siéndole totalmente indiferente el impacto de sus palabras en la sociedad, pero puede «doler» cuando sucede lo contrario. 

Una vez describió una comida en el restaurante Guy Savoy, uno de los favoritos de Michelin, como «una crucifixión tres estrellas», ya que le habían servido alcachofas y trufas fuera de estación. Marc Veyrat, quien posee un fantástico 20 sobre 20 en la guía de Gault-Millau, es para Simon un «payaso» y «un falso campesino» con tendencias megalomaníacas.

Él ha extendido su riqueza intelectual con libros, un programa que se emite semanalmente en el que oculta su cara y un blog que incluye sus grabaciones secretas de vídeo de las mejores y de las no tan buenas mesas de Francia.

No teniendo suficiente con juzgar a los demás, Simon proclama ser un experto cocinero (alardea de saber cocinar un pollo de 200 maneras diferentes). Hace poco tomó una decisión a la que sólo se atreverían pocos compañeros de profesión. Se encerró en la cocina de Le Cochon a l’Oreille y cocinó durante cinco noches seguidas, para 20 personas cada día, las 20 primeras personas que se apuntaban en Internet.

El debut de Simon como chef tuvo lugar durante la semana de «Le Fooding», patrocinada por un movimiento gastronómico francés que él apoya firmemente, y esto fomentó una aproximación a una cena igualitaria e irreverente. Anunció su cocina en su blog y en su columna del periódico y, cuando llegó el día de cocinar, la gran mayoría de los medios de comunicación franceses ya habían tomado nota. 

La comida apenas fue adecuada. La sopa de calabaza, sazonada exageradamente con jengibre, vainilla y aceite de sésamo negro. Estaba granulada, sin cocinar correctamente y demasiado espesa. «No estoy de acuerdo», dijo Julie Demarest, administradora en una empresa de purificación de agua. «Es muy espesa, como avena, no me gusta». El pollo sazonado con piñones y pasas completó la cena, acompañado con una desaliñada ensalada. El zabaglione con sake era espumoso en lugar de cremoso y el centro de los macarrones era gomoso en lugar de suave. «Esos macarrones son demasiado duros, como cristianos disecados», dijo Marc Beekenkamp, un diseñador de páginas web que utilizó esta expresión que quiere decir que el plato era muy pesado. Cuando el maître ofreció el postre, sólo pocas personas lo aceptaron.

Pero su compañero y amigo, Matthieu Zerafa, salió en su defensa. «Cada día él se sienta a criticar y hoy el juzgado es él. Tenéis que comprender algo, está muy nervioso».

Esto nunca se había discutido. Simon se enorgullece de ser una persona independiente y provocadora. Sus artículos no sólo hablan de la comida de los restaurantes sino también del servicio, la decoración y el público. Simon ha creado una imagen a su alrededor de manera que algunos reporteros franceses lo conocen como el modelo de Anton Ego, el arisco e inolvidable crítico gastronómico de la película «Ratatouille» del año 2007. Brad Bird, el director de la película, dijo a través de su portavoz que el personaje era una imitación que venía de varias procedencias. Ningún problema: Simon asumió rápidamente la personalidad de Anton Ego. 

Desde Ratatouille no ha parado: «He llegado a ser el amor de mis sobrinos», escribió en su blog, titulado «Simon Dice». Dijo que estaba encantado cuando todos sus amigos empezaron a llamarle Anton Ego, escribiendo que «en el fondo Anton es un buen chico. Él sacrifica su reputación para celebrar la cocina de una rata». 

Simon tiene cierta opinión a la hora de estipular la rígida jerarquía que tiene la guía Michelin y la Gault-Millau que transforman a los chefs en súper estrellas. Acusa a la política de a menudo conducir de chefs estrellas a chefs que apenas merecen la pena en Michelin. Ataca a diferentes chefs franceses y repite sin cesar que Francia ha perdido su «supremacía culinaria». 

Incluso antes que el chef británico Gordon Ramsay abriera su restaurante en Versalles la primavera pasada, Simon ya lo juzgaba. «Platos como su entrante de crema de alcachofas de Jerusalén con chicharrones de cerdo y repollo pueden encontrarse en 70 restaurantes parisinos que son, simplemente aceptables, buenos», afirmó en el The Daily Telegraph. «Además, es inglés, y a los parisinos no les gusta ir a Versalles, está demasiado lejos». 

Simon acusa a Alain Ducasse (con quien una vez escribió un libro sobre la Provenza) de construir un imperio de comercialismo, precios estratosféricos, «cocina fotocopiada» y lo peor de todo, el absentismo de muchas de sus cocinas. Dijo que Le Jules Verne, el restaurante de Ducasse en lo alto de la Torre Eiffel, sirve comida «digna de un avión, no en primera clase, sino en clase buissnes».

Opina «nada bueno y todo malo» sobre los muchos iconos gastronómicos de Paris, incluyendo La Tour d’Argent, Hélène Darroze, Procope, Allard, Maxim’s y Brasserie Balzar. «Lo que realmente me molesta es que los chefs están acostumbrados a elogios literarios excesivos», dijo en una entrevista durante una comida en un restaurante donde los aperitivos costaban una media de 30€ o 40 € la pieza. «Se convierten en divas insoportables. No aceptan la más mínima crítica. Y cuando hablas de ellos como si fueran Beethoven o Mozart, estás mintiendo».

Simon también apountó su crítica sobre otros críticos de la comida francesa, culpándolos por identificarse en los restaurantes, por hacerse amigos de los chefs aceptando comidas y regalos gratis. «Es mucho más fácil convertirse en un cortesano, estar dentro en vez de fuera de la casa de los cocineros».

Sin embargo otros críticos consideran el enfoque de Simon distante y estéril. «Yo quiero conocer al chef, comprender lo que siente, su marco de referencia, sus raíces», dijo Jean-Claude Ribaut, el crítico gastronómico de toda la vida de Le Monde. (Ribaut paga sus comidas en los restaurantes). «Quiero saber si se crió en una granja, si su padre plantaba verduras. Si vas de forma anónima, nunca tendrás este tipo de diálogo».

Para Nicolas de Rabaudy, un escritor gastronómico que ha revisado los libros de Simon, se ha convertido en una persona mezquina de espíritu y absorbido consigo mismo. «Su ego le ha superado, pobre François,» o «es que, vamos, François Simon es la única persona a quien no le gusta la sopa de alcachofas y trufa de Guy Savoy. Es uno de los mejores platos de la cocina moderna francesa», afirma Rabaudy. Cuando se le preguntó a Guy Savoy sobre Simon y su bolígrafo afilado, este respondió: «Francamente, lo que escribe o dice no me interesa en lo más mínimo. La vida es demasiado corta.»

François Simon se autorretrata como una persona cercana a sus lectores, solicita sus comentarios ya que imprime su número de teléfono al final de sus columnas. Alaba descaradamente a sus favoritos, incluyendo Yannick Alléno de Le Meurice, Pascal Barbot de L’Astrance, y su «bistro» favorito, Paul Bert, en el Arrondissement 11. El «Ravioli con salsa de tomate» preparado por el chef italiano Fulvio Pierangelini en Gambero Rosso, en San Vincenzo, «casi me hace llorar de emoción», aseguró. Llamó la «Trufa à la croque au sel con un vaso de Montée de Tonnerre chablis», del restaurante Lucien Vanel de Toulouse (ahora desaparecido), «mejor que la cocaína». Incluso sus admiradores quieren que se modere. «Tiene un carácter fuerte, sus artículos son divertidos y no pontifica», dijo Christian Millau, co-autor de la guía Gault-Millau, quien le dio su primer trabajo como crítico hace 30 años. Pero, añadió, «A veces le digo que no se pase».