Cuatro de cada cinco personas que me ven en plató, de entre todas esas visitas que alguna vez tenemos durante las grabaciones de «MasterChef«, me dicen que soy más alto y más esbelto al natural que en televisión. Bueno, bien, les doy la razón, por qué no. De esos cinco, los cinco aseguran que Jordi es muy majo en persona, no como se le ve en la tele. Correcto, confirmado también, aunque por supuesto mucho menos que Samantha.
Todo eso en lo que se refiere al respetable. Porque si hablamos por ejemplo de la prensa especializada, que es también muy respetable y muy entendida, yo diría que tres o cuatro periodistas gastro de cada cinco me preguntan a menudo que cómo sobrevive El Bohío a mi vida en televisión, que cómo puede ser, que cómo se lleva un restaurante siendo un cocinero que vive la tele, que si uso un mando a distancia o una inteligencia artificial de Illescas o qué.
Les diré un secreto: ese mando a distancia para dirigir un restaurante en remoto no existe. En realidad, en lo que a mí y a mi casa El Bohío se refieren, sólo existe un cocinero itinerante que cada semana hace plató-restaurante, restaurante-plató, plató-exterior, exterior-restaurante, restaurante-plató, plató-restaurante, restaurante-casa-restaurante… Y vuelta a empezar.
Todo, sin dejar de pensar en platos, en nuevas variantes y evoluciones que mejoren nuestra cocina tradicional. Todo, por llegar al próximo servicio y estar con el equipo cuando se apaga el REC. Muchos kilómetros, muchas prisas, muchas piruetas… Pero también mucha satisfacción, claro. Faltaría más.
La aventura televisiva de MasterChef sigue encadenando ediciones y ha rebasado ya la década de éxitos -arrancamos aquel experimento en 2013- pero El Bohío acaba de soplar ni más ni menos que 90 velas, qué orgullo, y eso son muchas velas, mucho legado y mucha responsabilidad. El programa de la tele ha ayudado a poner a Illescas y al Bohío en el mapa nacional e internacional, y eso vale mucho porque es muy difícil hacer alta cocina en un pueblo y poder llenar la sala todos los días. Muy difícil, créanme.
Todo se ha cocinado poco a poco, cuidando los procesos, con esfuerzo. Nuestra historia en el restaurante en estos últimos 8 años es imposible de entender sin estar allí, en primera línea, repensándolo todo junto al equipo. Por eso hemos logrado defender nuestra estrella durante todos estos años y hoy no renunciamos a nada, por eso hemos reformado completamente el restaurante hasta llevarlo a otro nivel y hemos seguido reforzando al equipo para convertirlo en equipazo, familia, casa.
¿La tele engorda? Seguramente. A lo mejor por eso decidí desde el principio seguir la dieta de El Bohío, que consiste en volver siempre a mi casa para cocinar, intentar sumarle al proyecto cada día, repetir el mantra «me voy corriendo a Illescas, llego al servicio» cuando las cámaras se apagan.