Guerra y pan

Dejo comanda

El pasado mes de octubre, el crítico culinario Steve Plotznicki acaparó titulares por un incendiario tuit en el que consideraba «aceptable» sacrificar la vida de «un millón de gazatíes por la de un solo israelí». Sus palabras dieron la vuelta al mundo y desataron una ola de indignación entre chefs nacionales e internacionales -uno de los más enérgicos fue Andoni Luis Aduriz-, que por un instante pareció ponerle al borde de la cancelación.

Aquel episodio ha quedado reducido a un incómodo murmullo durante la fiesta de relumbrón que Plotznicki celebró hace unos días en Madrid para presentar la última edición del ránking OAD de los mejores restaurantes de Europa. Una iniciativa suya que, desde 2007, se suma al coro de listas que pretenden ordenar con cifras el complejo mapa de la gastronomía contemporánea.
Criado en el barrio neoyorquino de Queens, en una familia de origen polaco marcada por las heridas del Holocausto y de la limpieza étnica ucraniana de 1915, Plotznicki empezó su carrera como músico antes de entregarse a su afición gastronómica: primero en un blog y después en esta lista, basada en valoraciones de miles de expertos procesadas por un algoritmo.
Sionista convencido, no se desdijo de sus palabras cuando estalló la polémica, aunque las rebajó como una «hipérbole» sacada de contexto. Varios restaurantes enviaron entonces cartas de protesta y pidieron ser retirados del escalafón, pero la organización ha hecho oídos sordos, probablemente por temor a que la desbandada fuera vista como un boicot. El propio Aduriz –que promovió el hashtag #NotInOurNameOAD y recordó que «la vida, sea la de una persona o la de un millón, tiene un valor incalculable y debe ser respetada»– sigue figurando en la edición 2025. Eso sí, ha caído 40 posiciones.
Lo cierto es que, pasados unos meses, la tormenta se ha disipado. Las crónicas sobre el abrumador triunfo español en el ránking –45 de los 150 restaurantes son nacionales– apenas la mencionan. Al parecer, ha podido más el hambre de prestigio, pero el mundo de la gastronomía haría bien en no mostrarse tibio a la hora de defender la paz, tan necesaria para sentarse a la mesa.

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