Es verdad que el concepto de marisquería gastronómica puede asustar un poco. Y con razón porque se trata de ese producto que siempre se pone como ejemplo a la hora de explicar por qué hay recetas que deberían basarse en tocar lo menos posible los ingredientes. Así que Besta, el proyecto que Manu Núñez y Carles Ramon pusieron en marcha en 2021 es valiente en muchos sentidos: por resistir aquellos primeros años con la pandemia todavía golpeando fuerte, por ser capaces de crear una cocina muy personal que no enmascara el producto de primer nivel con el que trabajan, y por demostrar que el Atlántico gallego y el Mediterráneo catalán están mucho más cerca de lo que creíamos.
Pero el espacio no estaba a la altura de la cocina. Así de simple lo explican sus responsables. Por eso a finales del año pasado Besta bajó la persiana durante unas semanas para, tras una pequeña reforma, volver este 2025 con el mismo concepto, pero en un entorno en el que parece lucir más. ¿La típica reforma para Michelin? La pregunta recurrente -y rara vez contestada- que se suele hacer cuando un restaurante que figura en la lista de los estrellables pone al día su sala.

Efectivamente, Besta figura desde hace tiempo en muchas quinielas. Y con razón, porque es uno de los veteranos en ese modelo que se ha instaurado en Barcelona, creando un ecosistema gastronómico de lo más interesante. Pequeños restaurantes sin grandes inversiones detrás. Propuestas que rehúyen de las formas y estética de la alta cocina tradicional pero no renuncian a su técnica cuando hace falta. Y un acogedor ambiente de bistró con precios relativamente controlados para el nivel en el plato y el trato en la sala.
La mesa del chef
Con los cambios el espacio ha ganado en comodidad para el comensal, al que sigue recibiendo una pequeña barra de bar donde es posible tomar algo como arranque del menú. También se ha reducido el aforo y, sobre todo, ha permitido estrenar la chef’s table, un espacio privilegiado con media docena de asientos para ver en primera línea parte de la cocina donde se acaban de montar algunos platos.

Por allí andarán seguramente Carles Ramon, catalán que vivió unos años en A Coruña, y Manu Núñez, gallego afincado en Barcelona. Caminos cruzados que desembocan en una cocina que mira a ambos territorios desde Besta, y que después les llevó también a abrir Batea, definida por ellos mismos como una marisquería moderna.
Los cambios en el espacio son claros. Pero las novedades en la cocina de Besta son más difíciles de enumerar y seguir, porque el formato de menús abierto -se indican los pases, pero no los platos- permite ir adaptándose a la temporada y los productos del mercado con mucha agilidad. Algo que en esta casa practican bastante.

Esa rotación, que agradecerán los repetidores al encontrarse novedades en cada visita, hace que enumerar los platos probados tal vez no sirva de guía al cabo de unas semanas porque es posible que algunos hayan cambiado. Ahora por ejemplo los espárragos, en plena temporada, se sirven con su propio sorbete, botarga y huevas de salmón.
O la tripa de bacalao que antes se acompañaba con coles de Bruselas y kimchi -un plato potente y sensacional, donde cada ingrediente consigue mantener su identidad- ahora se presenta con una meunier de piparra, anchoa y habitas.
Dos menús y algún extra
Creatividad y técnica puestas al servicio del sabor, como en la moluscada con pimiento de padrón fermentado. Otras veces es la sencillez (salmonete a la llama con hinojo, sopa de cebolla con gamba blanca…) la que se impone. Y tampoco faltan, ya que hablamos también de cocina catalana, interpretaciones del clásico mar y montaña, como en las navajas con tendones y caldo de cocido, o la alcachofa con tartar de calamar y panceta ibérica.

En Besta trabajan con dos opciones de menú, con 9 y 12 pases y precios de 72 y 95 euros, respectivamente. Tampoco hay problema en dejar a un lado ese concepto más gastronómico y, cuando entra producto, ofrecer fuera de carta -o de menú, mejor dicho- platos como unas cigalas a la brasa.
Como no podría ser de otro modo, la bodega también tiene su mirada puesta en el Atlántico y en el Mediterráneo, con una buena selección de referencias catalanas y gallegas. Vinos, en general, de corte moderno -en el mejor de los sentidos- y que más allá de etiquetas naturales o de mínima intervención, acompañan muy bien esta cocina y la historia que quiere contar.

Y es que, si en Besta se come mejor que hace uno o dos años no es cuestión de reformas o mesas del chef, sino de la evolución tranquila de esta interesante e imaginativa cocina marina que, eso sí, ahora cuenta con un espacio a la altura de la experiencia. Pero lo realmente importante, lo que trasciende a guías y reconocimientos, es recordar que el excelente momento gastronómico que vive Barcelona es, en gran medida, gracias a proyectos como Besta.