¿Quién la tiene más grande?

Dejo comanda
Cuatro kilos de carne y uno de patatas, servidos directamente sobre un tablón. Los comensales desenfundan sus móviles y el parrillero saca pecho, como si hubiera reinventado el fuego. Me resisto a llamar bilbainada a lo que, a mi juicio, no pasa de ser una vulgar hipérbole. Ese adjetivo, tan nuestro, debería estar reservado para gestas de otra envergadura: levantar un puente colgante, jugar al fútbol en una catedral, escalar cimas imposibles. Ambiciones de cotas más altas que meterse entre pecho y espalda medio rumiante.
Lo preocupante es que no se trata de una excentricidad aislada, sino de una tendencia en alza que empieza a convertirse en regla: bocadillos kilométricos que desencajan la mandíbula, pizzas que desbordan una mesa imperial o hamburguesas con más pisos que la torre Iberdrola se suceden en videos supuestamente ‘foodies’ con millones de visitas. Cualquiera diría que acabamos de dejar atrás una larga posguerra.
Pero no parece que el objetivo de estos banquetes pantagruélicos sea tanto saciar el apetito como el hambre de ‘likes’. Paradójicamente, cuanto más crecen las raciones, más disminuye el disfrute. No importa tanto la calidad de la pieza, el punto de cocción o sus acompañamientos, sino que la presentación espectacular concite el mayor aplauso en las redes. Sentarse a la mesa se está convirtiendo en una mera ‘performance’.
En esa carrera absurda por ver quien la tiene más grande, el sentido común se queda fuera del convite. Mientras una parte del mundo adopta dietas saludables para cuidar sus arterias o reduce el consumo de carne para no freír el planeta, otros se pirran por el filete más grueso o la hamburguesa más descomunal, como si tuvieran que demostrar su superioridad en la cadena trófica.  Después de hacerles la foto de rigor o de colgar el video en TikTok, ¿cuántos kilos de esa tabla acaban en el cubo de la basura? Cuesta no pensar, aunque sea por un instante, en la de gente que comería con lo que aquí de desecha. Empiezo a creer que esta épica del exceso es una manera de compensar carencias más profundas. Y esas, me temo, no se digieren con un poco de bicarbonato.

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