Bodega Santa Julia, el compromiso social como factor de calidad

Con programas que van desde guarderías gratuitas hasta formación profesional y educación para adultos, la bodega argentina Santa Julia muestra que cuidar a las personas también mejora el vino.

Mariana Gianella

|

Se habla mucho del terroir pero bastante poco de uno de sus factores más importantes: el humano. El vino nace en el viñedo, pero no nace solo. La interpretación de la viña se esconde también en esas manos que día a día ejecutan trabajos que marcan el carácter de un vino. En esta ecuación, la preparación y el entorno son sinónimos de calidad.  Dentro de la bodega Santa Julia, en el este mendocino, existen tres enclaves poco comunes y distintivos a la hora de pensar una bodega: un jardín maternal, un taller de costura y una escuela. Julia Zuccardi, quien lleva adelante estos proyectos de Responsabilidad Social Empresarial, nos cuenta cuándo y cómo surgieron, y cómo funcionan.

“Mi abuela fue la impulsora de todo lo que hacemos hoy en responsabilidad social. Ella lo hacía cuando ni siquiera usábamos ese término”, cuenta Julia, tercera generación al frente del proyecto. “Era una persona con vocación de servicio, muy conectada con la gente. En los años 70 y 80, cuando nadie hablaba de esto, ella ya estaba pensando cómo mejorar la calidad de vida de quienes trabajaban en la finca”.

La finca de Santa Rosa, ubicada a 50 kilómetros de la actual bodega Santa Julia, era entonces un entorno rural inhóspito, sin infraestructura, donde muchas familias vivían en condiciones precarias. Emma Zuccardi, lejos de ignorar esa realidad, entendió que había una forma concreta de incidir: generar herramientas, educación, oportunidades. “Ella decía que había que darle a la gente herramientas. Eso nos quedó marcado”.

El vino se hace en comunidad, con personas que podan, fermentan, arman cajas, ordenan stocks y sirven copas. Esas personas a su vez tienen familias, son padres e hijos, tienen historias de superación y frustración, oportunidades acotadas y contextos que muchas veces son muy adversos, sobre todo en Argentina. La identidad de un vino no está dada solo por la variedad de la uva; también la constituyen los vínculos humanos y las condiciones en las que se da ese trabajo colectivo. “Cuanta más responsabilidad haya, mejor será el vino”. Esa es la premisa que sostienen desde hace unos 50 años, desarrollando un modelo empresarial donde la responsabilidad social no es solo un adorno.

 

Bodega Santa Julia, el compromiso social como factor de calidad 0

De esa visión nace  una iniciativa original y de las más necesarias  para el cuidado de recursos en la vitivinicultura argentina. Un jardín maternal dentro de la bodega que recibe bebés desde los dos meses, con acceso gratuito no solo para trabajadores, sino también para familias del entorno cercano.  Madres y padres cruzan a sus hijos desde los sectores administrativos, de producción o de cosecha. Y entre juegos, meriendas y siestas, los chicos que comparten las aulas también reúnen historias muy distintas: hijos de gerentes y de operarios juegan juntos sin distinción. “Adentro del jardín no existen las clases sociales. Son todos niños. Y así los vemos”, dice Julia. “Eso genera una riqueza enorme para la empresa, porque promueve vínculos, comprensión, empatía. A veces es difícil llegar con un mismo mensaje a 1.200 colaboradores, pero cuando todos son parte de un mismo proyecto, como este, el impacto es real”.

Además de funcionar como espacio de cuidado y apoyo a la crianza —clave para que muchas mujeres no tengan que elegir entre maternidad y su carrera—, el jardín se transformó en una comunidad viva, donde madres y padres organizan actividades, colaboran en la gestión y hasta generan fondos para sumar recursos. “Se armó un grupo hermoso, con gente de distintos sectores. Y eso también es lindo, porque genera cruces entre personas que quizás no se vincularían de otra forma, y lo hacen por una causa común”.

El espacio fue pensado para acompañar la maternidad sin renunciar al trabajo, pero su efecto fue más allá. “Las mamás pueden ir y venir desde sus oficinas para dar la teta. No tienen que cortar la lactancia. Para nosotros eso es clave”, agrega Julia. Y completa: “Podés vivir cerca de la bodega y no trabajar con nosotros, y aún así tus hijos pueden venir al jardín. El compromiso es con la comunidad, no solo con nuestros empleados”.

 

Bodega Santa Julia, el compromiso social como factor de calidad 1

Esa misma lógica de inclusión territorial está en el corazón del taller de costura Emma Zuccardi, una iniciativa que comenzó con un programa estatal de equipamiento y capacitación y que hoy funciona como unidad productiva, formativa y empresarial.

“Al principio invitamos a cualquier persona que quisiera aprender el oficio. La mayoría son mujeres, muchas esposas de trabajadores de la bodega. Hoy son pequeñas empresarias que manejan su producción, tienen su red de clientes y un ingreso propio que cambia su vida”. Los talleres —hay dos, en Santa Rosa y en Maipú— confeccionan desde uniformes de trabajo hasta bolsas reutilizables para el wine shop. “No solo trabajan para nosotros. También tienen sus encargos externos. Aprendieron a presupuestar, a atender clientes, a sostener su negocio. Y nosotras desde la empresa seguimos acompañándolas: les damos el espacio físico, el asesoramiento, la capacitación. Todo eso también es parte de la responsabilidad social”.

 

Los vínculos no se acaban en la niñez ni en la inclusión productiva. Una de las iniciativas que más orgullo genera en la familia es el CENS (Centro Educativo de Nivel Secundario) para adultos, que permite a trabajadores y trabajadoras finalizar sus estudios formales dentro de la empresa, en horario laboral y con apoyo sostenido. “Al principio era muy difícil. Los planes oficiales de educación eran incompatibles con el trabajo. Había que quedarse después de jornada, y eso era inviable. Entonces insistimos mucho para que se adaptara. Hoy cursan una semana por mes, desde las 16.00. Eso cambió todo”.

 

Bodega Santa Julia, el compromiso social como factor de calidad 2
El impacto es tangible: más de 120 personas terminaron el secundario en la bodega y muchas de ellas continuaron sus estudios. “El día de la graduación es muy emocionante. Aparecen los nietos, la familia entera. Gente de 40, 50 años que recibe su título. Y lo más lindo es el mensaje que deja: nunca es tarde para estudiar”.

 

Mientras muchas empresas recortan beneficios o consideran las políticas sociales un lujo prescindible, en Santa Julia el enfoque es inverso: invertir en las personas es lo que garantiza la sostenibilidad. “Somos una empresa familiar. Eso nos permite pensar a largo plazo. No estamos corriendo detrás del número del trimestre, sino pensando en lo que dejamos a las siguientes generaciones”, dice Julia.

 

La mirada claramente viene de una conciencia social que no espera a que las condiciones mejoren sino que se hace cargo de mejorarlas, pero pensar en la comunidad tiene además un retorno para la empresa. “Cuando mejoras la calidad de vida de la gente, eso se traduce en productividad, en sentido de pertenencia, en cuidado del producto. Nosotros no hacemos tornillos. Hacemos vino. Y el vino expresa mucho más que una fórmula: expresa lugar, cultura, vínculos. Si la comunidad está en agonía, ese vino no va a tener alma”. Resume Julia. “Nos mueve la convicción de que este es el camino correcto”.

Bodega Santa Julia, el compromiso social como factor de calidad 3

Cuántas veces hemos escuchado a actores importantes de la industria afirmar que la gente no quiere trabajar, o que se les van los oficios y que la mano de obra no está preparada. La economía del conocimiento también se aplica al vino si pensamos que alguien que sepa podar o cosechar bien, es un factor directamente proporcional a la calidad; y que la historia de esa persona puede estar más atravesada por las condiciones desfavorables de un país lleno de vaivenes que de una voluntad por perder un oficio o una haraganería. En una industria muchas veces atravesada por la estacionalidad, la informalidad o la desconexión entre bodegas y territorios, buscar un modelo que proponga otra narrativa es indispensable. El vino puede y debe crear comunidad. Cada etiqueta es también una biografía compartida y los vínculos no son algo más que sucede  accidentalmente en el camino, sino más bien, el corazón mismo de todo proceso.

 

 

NOTICIAS RELACIONADAS