Marcial Manzano

Conocí a Marcial Manzano ejerciendo de patriarca familiar, atento a la jugada como un entrenador de fútbol. Por la mañana subía y bajaba de Arriondas, ... andaba por Cofiño o Peruyes y además de los recados del día siempre venía con algo más.

Benjamín Lana

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Pasaba revista a la cocina como noble que cruza por sus campos y se sentaba en el porche de Casa Marcial a la espera de que llegara alguien con quien conversar un rato. Marcial fue siempre un gran conversador, de los de mucha retórica, retranca y una agudeza mental como pocos paisanos que yo haya conocido. Lo más singular es que le gustaba mucho hablar, como a tantos, pero también escuchar, como a pocos.

Marcial era lo que ahora llaman «multitarea». Le echaba un ojo a sus lechugas y otro a los aprendices que cada verano venían a la cocina. «Nacho, ese guaje nuevo, ojo…» informaba. En realidad, Marcial siempre tuvo más de dos ojos. Al menos otro par de ellos tenía siempre, como si fueran drones, sobrevolando a los hijos, escrutando si todo iba bien entre ellos o había que intervenir para que volvieran las aguas al regatu. De lejos, lo más importante para Marcial Manzano eran sus fíos, el clan que junto a Olga trajeron al mundo y lograron convertir en una escuadra invencible de la gastronomía internacional, a fuerza de talento, apoyo y de mantenerlos unidos. Ya se sabe que lo que más les gusta del mundo a los Manzano es estar juntos.
Marcial ha vivido para ver cómo Casa Marcial, el proyecto de vida de toda una familia, llegaba a lo más alto con las tres estrellas Michelin. Más de una vez me preguntó a mí qué pensaba yo que faltaba para que le dieran la tercera si la casa relucía como un palacio y se comía como en el cielo. Algo de tiempo, le respondía yo.
Supongo que cuanto llega la hora siempre te parece demasiado pronto, pero en su caso, al menos, se va con casi todos sus sueños cumplidos. Allí arriba van a estar más animadas las conversaciones, sin duda. Que se prepare San Pedro. Y si tienen suerte igual les cocina unos fabones de mayo o un cabritu a la estaca o monta una cuadrilla de caza.

El ‘pater’ de los Manzano tenía, tiene, más amigos que perros descalzos hay en Asturias y a buen seguro estarán como yo, llorando su pérdida, pero sobre todo tratando de dejar escritos en piedra sus frases, su socarronería y tantos ratos buenos.

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