Elizabeth Mpofu: "Es inaceptable que habiendo tanta tierra cultivada, 720 millones de personas en el mundo pasen hambre”

Entrevistamos a la agricultora y líder internacional campesina, que acudió a Gijón para participar en el foro sobre alimentación de Madrid Fusión Dreams

Esperanza Peláez

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Elizabeth Mpofu (Zimbabue, 1959) nació en una familia de agricultores. Viendo a su madre trabajar, entendió que de la relación de aquella mujer con la tierra no solo nacían alimentos, sino semillas de dignidad, de soberanía, de conocimiento, de solidaridad, de poder. Elizabeth se casó y se marchó a vivir a la ciudad, pero el campo seguía llamándola. Regresó, compró una parcela diminuta y empezó a sembrar plantas comestibles y rebeliones femeninas.

 

Llegó a ser coordinadora general de La Vía Campesina, organización que representa a 200 millones de agricultores de todo el mundo. Terminado su mandato, se centró en la Unión de Mujeres Africanas por los Sistemas Alimentarios Saludables, que lucha por erradicar la discriminación de las mujeres campesinas y por garantizar a las niñas y niños el acceso a alimentos saludables. Como parte de su labor, las agricultoras llevan una porción de su cosecha a colegios del campo y de la ciudad y cocinan para los niños. “La primera vez que escuché la palabra gastronomía, tuve que imaginar su significado. Me pareció que era elegir lo que comes. Ahora nosotras estamos trabajando en gastronomía, porque ayudamos a las niñas y niños a descubrir la comida de verdad y a elegirla frente a los procesados del supermercado”, dice.

 

Serena, amable, con una voz grave y acariciante que no se apresura, pero tampoco se detiene, Elizabeth Mpofu llevó a Madrid Fusión Dreams Gijón su mensaje sobre soberanía alimentaria, sobre respeto al planeta y sobre el papel crucial que las mujeres —empezando por las que cultivan la tierra—, tienen en el futuro de la alimentación.

 

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¿Cómo llega una pequeña agricultora del sur de África a convertirse en líder mundial?

Es una historia larga. Yo me crié en una familia que se dedicaba a la agricultura. Crecí viendo a mi madre trabajar la tierra para alimentar a sus hijos y ayudar a las vecinas. Luego me casé y dejé la tierra de mi familia, pero la agricultura me llamaba. Mi marido trabajaba en la ciudad, y vivíamos allí, pero un día le dije: quiero volver al campo. Crecí en una granja y quiero esa siga siendo mi vida. Yo ahora mismo no trabajo. Sigue tú trabajando en lo tuyo, pero yo quiero un poco de tierra donde pueda producir comida.

Y accedió.

Sí, acordamos comprar una pequeña parcela. Una parcela pequeñísima, pero suficiente. Empecé a plantar verduras, algo de grano… Más tarde pude ampliar un poco mi terreno, y empecé a contactar con otros agricultores, sobre todo mujeres, y a trabajar con ellas, porque yo sabía que había muchos desafíos para nosotras; que era necesario cambiar muchas situaciones injustas por las que yo misma había pasado. Me surgió la pasión de compartir nuestros sueños y nuestros objetivos; de sumar nuestras voces y luchar unidas para resolver nuestros problemas.

 

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Elizabeth Mpofu, en las cocinas de La Laboral, en Gijón.

 

¿Qué tipo de problemas?

La situación de discriminación de la mujer. No es que se diera solo en el campo; era algo generalizado. Por ejemplo, mi marido trabajaba, pero yo ni siquiera sabía cuánto ganaba. Él manejaba su dinero sin dar explicaciones. Y yo dije: pues no me voy a conformar. Tengo brazos, tengo piernas, tengo cabeza. Puedo trabajar y puedo luchar. He visto a mi madre hacerlo, he crecido viéndola trabajar en la granja. Ese es nuestro espacio de poder. Y así, empezamos a desarrollar actividades para las mujeres, incluyendo charlas de concienciación sobre la violencia de género. De alguna manera me las arreglé para organizar a aquellas mujeres (ríe).

En un nivel muy local…

Sí, así es como empezamos.

¿Y desde allí al liderazgo internacional?

Empezamos muy pequeñitas, con nuestra organización local, y me eligieron como su representante. Supongo que pensaron: bueno, ella sabe lo que quiere, y además puede hablar. Cuando digo que yo podía hablar es porque en nuestra zona se hablan varias lenguas: shona, debele… Yo las conocía, y era una ventaja, porque facilitaba nuestra comunicación. Así que las mujeres decidieron que yo fuera su líder. Y desde ese puesto de representante, empecé a contactar con otros agricultores del ámbito nacional de nuestra asociación que, como nosotras, trabajaban en ecológico. Nuestra agrupación se convirtió en miembro de la organización de Pequeños Agricultores del Este y el Sur de África, donde también hablábamos de los derechos de las mujeres, de los derechos y reivindicaciones de los campesinos, de un montón de asuntos que preocupaban al colectivo. Al tiempo, también me pidieron que fuera la portavoz de esta organización, y seguí trabajando, en contra del criterio de marido, que no entendía por qué me metía yo en esa batalla. Al final me convertí en coordinadora general de La Vía Campesina, que representa a millones de campesinos de todo el mundo. Estuve en ese cargo hasta el año 2021, y a lo largo de esos años, la Vía Campesina se convirtió también en la voz de las mujeres del campo, de cualquier escalafón y de cualquier país.

Se convirtió en una figura muy trascendente para el campesinado mundial.

Sí, y para mí aquello representó una oportunidad de ser escuchada y de tener visibilidad, pero yo no iba a aquellas reuniones para hablar de mí, sino para llevar la voz de tantas personas que no tienen voz.

Habla usted de su madre, de sus compañeras agricultoras, y resulta sorprendente, porque cuando se representa el trabajo en el campo o cuando se piensa en él, el centro de la imagen es un hombre.

Eso es absolutamente cierto, y es por lo que estamos formando a las mujeres; para que entiendan la importancia de sus roles en la familia y en la comunidad. Porque a nosotras, las mujeres, los hombres nos han dicho: tú no tienes voz. Tú calla; aquí soy yo el que habla. Pero nosotras hemos dicho: Hasta aquí hemos llegado: ya basta. Y estamos entrenando a las mujeres, les estamos dando la capacidad de defender sus derechos. Con nuestro trabajo logramos que la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos se hablara explícitamente de los derechos de las mujeres campesinas.

Usted reivindica el cultivo del sorgo en África argumentando que es un cultivo “femenino”, en oposición al maíz, que es masculino. ¿Qué quiere decir exactamente?

Quiero decir que el maíz, el algodón o el tabaco son cultivos comerciales que el hombre quiere mantener bajo su control. En cambio, el sorgo, los mijos o las alubias son importantes para la alimentación de las familias. No son tan lucrativos, y los hombres no los valoran; por tanto, son cultivos femeninos, que las mujeres controlan y sobre los que tienen la capacidad de decidir sin interferencias masculinas.

 

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Elizabeth, en un mercado campesino con un ramo de semillas de sorgo, un cultivo esencial para la alimentación en África subsahariana.

 

La agricultura está cada vez más industrializada. Monocultivos de azúcar, de soja, de maíz… El argumento es que hay que alimentar a una población mundial cada vez mayor. Sin embargo, la FAO dice que el 70% del alimento vegetal que consumimos los seres humanos procede de pequeños y medianos agricultores.

Sí, es que es así. Pero lo inaceptable es que habiendo tanta tierra cultivada, 720 millones de personas en el mundo pasen hambre. ¿Por qué se permite? Es algo que se tiene asumido, pero tal vez quienes estamos trabajando la tierra podamos ofrecer alguna solución si se nos escucha. Lo que pasa es que sobre la tierra hay muchos intereses, y compañías muy grandes y poderosas que buscan únicamente seguir enriqueciéndose.

Otra lucha importante que sostiene su movimiento es la de la alimentación infantil. Hoy el mundo se divide entre niños y niñas que pasan hambre y otros con mala salud por consumir demasiadas calorías de mala calidad.

Lo que nosotras estamos haciendo en el plano local, es llevar la comida de calidad que estamos produciendo a las escuelas. Ese es en parte el motivo de haber decidido, en los últimos tiempos, volver a la acción local. Cuando escuché por primera vez la palabra gastronomía, pensé que significaba elegir lo que comes. En cierto modo creo que es así; de forma que nosotras hacemos gastronomía, porque vamos a las escuelas con nuestro producto y preparamos comida de calidad para los niños.

 

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El verdadero sentido de la frase «del campo a la mesa…»

Es una gran oportunidad de enseñarles. De explicarles que lo que están comiendo es comida buena, orgánica, sabrosa y saludable. Algún día, esos niños serán padres y madres, y podrán a su vez enseñar a sus hijos que esa es la comida buena, y no los ultraprocesados del supermercado. En ese trabajo nos turnamos, y cada semana le toca a un grupo ir a los colegios a cocinar. Vamos a escuelas rurales y a escuelas de ciudad también. Es una forma de promover directamente la salud de los niños.

Tengo una curiosidad. ¿Su marido terminó entendiendo su postura?

Sí. No fue fácil convencerlo, especialmente de mi postura con respecto a mis cosechas y sus cosechas (ríe), pero creo que, en todo caso, dialogar con los hombres es importante. De hecho, cuando las mujeres organizamos reuniones para debatir asuntos que nos conciernen, siempre invitamos a los hombres de la comunidad, porque queremos que sepan de qué hablamos y que compartan nuestras discusiones y nuestra lucha. Y por supuesto, les damos la oportunidad de expresarse; de explicar sus posturas.