Pastelitos de zanahoria o al limón, helados de frutos exóticos con vinagre balsámico, crujientes milanesas de ternera: en Nueva York, los restaurantes ambulantes apuntan a la alta gastronomía. La moda, lanzada en Portland (Oregon, noroeste de EEYY) y Los Ángeles (California, oeste), llegó a Manhattan hace poco más de un año.
La alimentan páginas en internet y redes sociales, incluyendo el sitio de ‘microblogs’ Twitter, que informa del menú del día y dónde ubicar los camiones que ofician de restaurantes rodantes. «Hoy ternera, en la Calle 52, de 12H00 a 15H00», escribe en Twitter Oleg Voss, de 28 años, diplomado de una escuela de cocina y también del prestigioso instituto de negocios de la Universidad de Nueva York (NYU).
Unas 5.400 personas siguen sus movimientos en Twitter y decenas esperan su turno frente al camión beige y marrón de ‘Schnitzel & Things’, cuyo logo fue creado por un diseñador del Instituto Parsons. «Me acababan de contratar en un banco de inversión en Viena, en 2008, cuando estalló la crisis: fui el primero que echaron», cuenta Oleg.
Este talentoso joven nacido en Ucrania decidió entonces lanzar en Nueva York, junto a su hermano Gene de 35 años, un restaurante ambulante que ofrece ‘schnitzels’ (milanesas), es decir, carne rebozada con pan rallado, acompañadas de puré de manzana o patatas fritas, un plato tradicional que comía a menudo en Viena.
«A menudo no tengo ternera porque es muy cara, entonces las hago con pollo o carne común pero de buena calidad; las frío en el momento, el aceite es orgánico y lo cambio todos los días», dice Oleg mientras toma pedidos de una clientela de jóvenes abogados y financistas del barrio. Además de su hermano, en el pequeño camión trabajan dos cocineros. Sirven unos 200 platos por día, a un precio promedio de unos 10 dólares cada uno.
Unos quince camiones ‘gourmet’ operan en Nueva York, es decir menos de un 10% del mercado de la restauración ambulante. «Obviamente, tuvimos que hacernos un lugar con la mafia de los heladeros», cuenta Grant Di Mille, propietario junto a su mujer Samira Mahboubian del camión ‘Street Sweets’, especializado en brioches, croissants y brownies. «Los muchachos de Mr. Softee (la cadena de helados fundada en 1956, cuyos camiones circulan haciendo sonar un carrillón) amenazaron con quemar nuestro camión», contó Di Mille, quien, al igual que su esposa, trabajó unos 20 años en ‘marketing’ antes de lanzarse a este negocio hace menos de dos años.
«Teníamos ganas de tener nuestra propia empresa», dijo Mahboubian, de origen iraní, que siempre vio a su madre preparar pasteles. «Logramos obtener una autorización difícil de conseguir, y después nos hicimos amigos en la Policía». La pareja tuvo éxito y trabaja con eventos organizados por marcas conocidas y clubes deportivos. «Tenemos un segundo camión que puede pintarse con el nombre del cliente», explica ella.
La personalización no es problema para Douglas Quint, de 39 años, fagotista en Boston en invierno y vendedor de helados en Manhattan en verano. En un camioncito blanco con el cartel ‘El gran camión gay de helados’ propone sorbetes asombrosos en Union Square: de dulce de leche y sal, de jengibre y curry, o de frutos exóticos y vinagre balsámico. «Convenzo a los curiosos de que los prueben, les encanta y listo», dice este creador de sabores, que compra «los mejores helados» y luego los condimenta. «Me voy a San Francisco a participar en una conferencia sobre la restauración callejera, una tendencia en alza».
Fuente: Paola Messana, AFP