O cómo hacer de cicerone culinario en NY sin perder la dignidad gastró ni arruinarte en el intento
Los que escribimos de gastronomía somos gente, corriente o no, con mayor o menor grado de perturbación, más o menos atrabiliarios o estrafalarios, bien encarados o con cara de probaó de vinagre, pero gente, unos pocos más, sin más.
Así que hacemos lo que hace la gente. En este caso, pillar una oferta/paquete de viaje barato a Nueva York por Semana Santa. Dos parejas, dos familias, cinco chavales, nine people. Y de pocket mony qué? Pos ná, cortitos y con sifón. Difícil situación, porque NY tiene el dinero en su mente.
Traté de no perder los nervios. El skyline gastronómico de este New York, New York, dibujaba un porvenir más oscuro que deambular down to Central Park after dark. ¿Cómo podría un crítico en crisis y en familia conservar su dignidad gastró ante estas circunstancias? Aunque no tuviera ni puñetera idea, no tenía intención alguna de entregar la cuchara. Dispuse mi espíritu, repuse mis fuerzas, expuse mis argucias y puse mi voluntad y mi escaso talento manos a la obra. ¿Misión Imposible? Blood & Guts! no man!
Íbamos a turistear a lo bruto por el lado más bestia de la vida, a pasear por el lado más consumista: turú, turú, turútutú resonaba con largueza el saxo y el alma neoyorkina de Lou en mi mente (“everybody have to pay and pay, a restaurant here, a restaurant there… NY city is the only…”). Nada que ver con mi última, lejanísima y salvaje visita. Íbamos a pasar los días andando la ciudad, tiendas, museos, topicazos, Time Square, puentazos, reconociendo las calles y esquinas como escenas de todas esas películas que pueblan nuestra memoria subconsciente. Imposible saber dónde y cómo, cada día, íbamos a comer y querer comer. ¿Cómo planificar entonces? Esta era la terrible situación culinaria que martirizaba mis sesos. Pero ¡qué leches!, me dije: la gastronomía aunque sea un bien escaso es un concepto amplísimo, abarca mucho más de lo que los que andamos a vueltas todo el día con ella como epicentro de nuestras vidas, somos capaces de admitir en nuestro caldo corto y concentrado; voy a ver si soy capaz de darle la vuelta a mi soberbiosa tortilla, que también de las Campbell´s y el ketchup se podría sacar buen provecho.
Demuestra lo que vales ¡lechuga! (mis hijos se ríen de mí cuando esto exclamo). Que si no eres capaz de comer bien en NY a precios bajos es que ni eres gourmand ni gastrónomo ni nada que se le parezca. A manos llenas bien fácil que es, pero cuando aprieta el vacío de los bolsillos es cuando hay que sacar el valor de las entrañas. Cuando oyes el siseo de las tortillas, oyes el sonido de rotura de patas y ves que el rosado solomillo se vuelve negro, es cuando hay que echarle valor, dispuesto a no disparar hasta que veas el blanco de sus huevos.
NY es un enjambre de restas. Un abarrote de negocios donde se expende comida. Una ciudad que nunca deja de comer y beber. Ecos de las ruinas de aquél mini asentamiento inicial e iniciático poblado por tabernas y vicio, incapaz de ser ordenado ni controlado. Así perdura el barullo, el ruido y la complejidad neoyorquina en un continuo mascullaje y masticaje en libertad de credo y moral gastró. Ese era nuestro futuro inmediato: encontrarnos perdidos entre la multitud que vomita. You canot stop NY.
Ante este culinario y chocante panorama ciego de Nueva York donde en breve me iba a encontrar, here I´am, y para evitar que mis hijos fueran the only no eating boys en NY, me pillé toda la información a mi alcance, todo el eating report que me proporcionaba la Michelin, la Zagat, el Time Out y las múltiples webs de la red donde al igual que en esta ingente y libérrima ciudad, puede uno cazar hasta los más extraños aparatos que nunca se hayan visto, cocodrilos callejeros incluidos. Circunstancias todas ellas que me obligaban a cambiar de estilo. No way street.
Juventudes y ruina condicionaban mi búsqueda y coartaban tanto mis instintos como mis costumbres. Mis ambiciones pasaban at the end of the line. Esto es America y esta su ciudad tabú. Había que adaptarse a su way of life. Las circunstancias pedían a gritos lugares de comida americana; en primer lugar, perritos, hamburguesas, ribs y wings, y quizás steaks; en segundo, italianinis, pizza, pasta; y después china, mexicana, japo, vietnamita, india y coreana. Por ese orden más o menos.
Copiando y fotocopiando me hice con un detallado plano a todo color por barrios, cada uno en un folio de manera que doblándolos luego a lo largo, los pudiera llevar conmigo sin excesivo engorro. Y en los días precedentes a saltar el charco, me dediqué a señalar en ellos las ubicaciones de restas que había ido seleccionando, anotando sus nombres, dirección, horarios, tipo de cocina y precio esperado. Más bien intuido, porque ya sabemos la escasa fiabilidad de estas predicciones, máxime (¡mucho cuidado con esto!) si luego a las cuentas hay que añadirles tasas y propinas que no son voluntarias y cuya cuantía fija el propio establecimiento. Y es que el dinero se encoje en NY, que te deja seco hasta el último centavo.
De esta manera, fuéramos donde fuéramos, nos halláramos donde nos halláramos, fuera la hora que fuera o estuvieran llenos los lugares, tendría opciones y recursos que evitarían nuestra perdición, in the middle of nowhere, los momentos en blanco, sus subsiguientes pérdidas de nervios y los cabreos y cornás que da el hambre a nueve desnortadas gentes que tan sólo son unos españoles en Nueva York.
He aquí el resultado y la recompensa de aquel esfuerzo previo que me transmutó en hombre-guía restaurantil. A la fuerza ahorcan: keep your family satisfied.
Este fue el recorrido o Restaurama:
DÍA 1
• Cena: OBAO. Vietnamita. Nearby hotel, paseo sin tiempo, postrauma viaje; 222E-53St. Midtown East. Pequeño. Cosy. Madera. Agradable. Buena comida a precio más que razonable.
DÍA 2
• Media mañana: SHAKE – SHACK. Hot Dogs & Burgers. Kiosko en la plaza con mesas al aire libre. Union Square.
• Almuerzo: SEA HORSE. Americano. Bajo el Puente de Brooklyn, tras paseo por el Distrito Zona Cero y alrededores. Dover St. Financial District.
• Cena: OSTERIA LAGUNA. Italiano. 209E42St. Midtonw East. Agradable y correcto, con barra para cocktails. Buena pasta. Nivel más que aceptable.
DÍA 3
• Almuerzo: MEXICANA MAMA. Mexicano. 525 Hudson ST. Charles St. West Village. Pequeño y coqueto. Bastante auténtico. Entretenido y curioso. Buena calidad a muy buen precio.
• Aperitivo y cena noche: OYSTER BAR GRAND CENTRAL TERMINAL. Restaurante-bar de ostras, mariscos y pescados. 42 St. Park Av. Midtown East. Famoso y antiguo. Bonito. Gran variedad de ostras. Divertido y carillo. Merece la pena la visita. Un clásico.
DÍA 4
• Almuerzo: CHO DANG GOL. Coreano. 55W-35St (5ª#6ªAv). Midtown West. Muy auténtico. Cocina Coreana de verdad. Sabores reales. Comunal.
• Cena: Clásico USA. No recuerdo nombre. 42 St # Park Av. Frente entrada Gran Central. Midtown East. Muy demodé. Estética antigua. Carta medio americana, medio internacional. Correcto pero ha envejecido mal.
DÍA 5
• Almuerzo: PEKING DUCK HOUSE. Chino. Chinatown. 28 Mott St (Chatham#Pel St). Uno de los de siempre. Algo más elegantón. Mucha variedad y cantidad. Bueno el pato y lo demás. Buen precio. Muy satisfactorio.
• Cena: SPOTTED PIG. Pub-Rte. 314W-11St at Greenwich St. Greenwich. Una estrella Michelin. Inmerecida sin duda. Ambiente de copas y cena diversión. Mesas mínimas muy pegadas. Ligoteo. Dos pisos. Con barra en ambos.
DÍA 6
• Almuerzo: J.G. MELON. USA Burgers 1291 3ª Av (at 74 St). Sin sitio. Festivo. Lleno y espera. Único fracaso. Día de sol, tiene terraza. Muy neoyorkino. Apetecible. Una pena. Sustitución por PUB-REST. Americano. No importa el nombre. 3ª AV. Sin comentarios.
• Cena: ABURIYA KINNOSUKE. Japonés. 209 E-45St. Midtonw East. Éxito total. Auténtico japo. Clientela japo, carta en japo. Ambiente genial, bullanguero, natural, sin tonterías. Sabores verdaderos. Comedores pequeños privados. Platos sorprendentes. Algo caro. Acierto pleno.