Hacer vino sin viña es una práctica más común de lo que parece. Frente al modelo francés tradicional que conocemos, en el que el vigneron vive al lado de su tierra y produce toda su vida en un mismo lugar, en Argentina casi todos los productores hacen hoy un mix entre sus propias uvas y las que compran. Es distinto el caso de Lui Wines que convirtió esta práctica en una filosofía, buscando suelos y climas de todas partes y vinificando un amplio catálogo de variedades que le permitieran canalizar su inquieta personalidad.
Puro vino, pura vida reza el mantra de este dúo dinámico que conforman el enólogo Mauricio Vegetti Lui y Lucas Dalla Torre, comercial y finanzas de la bodega. Amigos desde 2012 y artífices del cambio de curso de sus vidas, que fue de lo corporativo a una búsqueda más íntima y personal. El prolífico portafolio de esta bodega, con más de 30 exponentes, lo da no solo la cantidad de estilos, sino la variedad de zonas y territorios que exploran. Para tener un modelo de estas características es imposible andar comprando tierra en todos lados. Por eso, una de las prácticas favoritas de Mauricio, a quien sus amigos describen como persona dinámica y activa, es buscar lugares especiales en todo el país, e incluso en otros territorios. Mauricio es incansable: hace windsurf, sube montañas, esquía, practica snowboard, y no para de viajar.
“Seguimos con el mito de que cada bodega tiene únicamente su viñedo propio, dice Vegetti, pero hoy el 80% compra uvas de afuera para elaborar. Yo por lo general, busco los lugares donde hacer vino, eso me mantiene alerta y me entrena la mirada. Y los encuentro por dos cosas, la principal es que me gusten: tengo que tener una conexión con el paisaje, sentirme bien ahí. La segunda es que los climas sean únicos o extremos, porque busco vitiviniculturas distintas, me gusta hacer cosas que nadie hizo, buscar expresiones únicas”.
Buscadores de orígenes
Entre los proyectos más extremos que Mauricio tiene en sus manos, están los vinos de altura en Huacalera, en la Indicación Geográfica Quebrada de Humahuaca; en Jujuy, el noroeste profundo argentino. En el otro extremo, los vinos en Lago Puelo, Patagonia, un lugar cercano a la cordillera con influencia marítima por la salida al pacífico. “Estoy haciendo vino en El Hoyo, y creo que de ahí saldrá el mejor sauvignon blanc del país”.
Otros instintos lo han llevado a buscar vides en Córdoba, Balcarce y Tandil, los últimos dos en la provincia de Buenos Aires. También elabora en España, en Landete (Castilla La Mancha), Gredos, Jumilla y Rueda. Y la lista sigue, porque en esta forma de vida cuasi nómade de hacer vino, hay un hambre infinito por conocer. “Imagínate si tuviera que hacer solo vino de una viña, no podría”, sentencia.
“Me gusta trabajar fuera de las D.O. Para mí las denominaciones son un collar. Es como tener una mascota y tenerla atada. De esta manera tenemos el ejercicio constante de la mirada. Yo creo que muchas de las nuevas generaciones se están saliendo de los marcos regulatorios, como el Comando G, porque son pibes más jóvenes que se revelan a las formas antiguas de hacer, si no no pueden volcar pasión, se sienten encorsetados. La diversidad permite no estar encerrados”.
Una de las claves de la búsqueda de Mauricio está en asociarse con productores diferenciales. Para él, el terroir no son solo los lugares excepcionales o las variedades, sino las personas que lo conforman. “El vino es la gente con la que compartís. La humildad de esas personas que están detrás. No hay que olvidarse que esta es la industria regional que mayor cantidad de personas emplea, de 45 a 60 jornales por hectárea y año: es muchísimo, esas personas son el vino”.
El camino que lleva a los espumosos
Su papá trabajaba en la destilería de YPF en Mendoza, su mamá era maestra con una labor social importante dentro de su comunidad. Por esos años los barrios estaban armados para que las familias de los laburantes vivan y estudien cerca. Otra forma de organizar la vida, casitas para las familias, un colegio, una iglesia y una siesta religiosa. Mauricio volvía de la escuela y como no quería dormir se iba al campo a dar vueltas con sus amigos. Se pasaba el día entero así, bañándose en el río, explorando tierras, vagabundeando la juventud hasta entrados los años 90.
Las privatizaciones no dejaron ni un barrio en pie; la familia emigró a la ciudad de Mendoza, donde el cemento lo volvía loco. Se acercó a un colegio agrícola con la claridad de que su única opción de vida era estar vinculado al campo. Del colegio saltó a una beca en Borgoña a los 17 años y el temita nunca paró. Así nació el vino en su vida, con el recuerdo de esas tardes por ahí, y la necesidad de no trabajar encerrado entre cuatro paredes.
Discípulo del gran Pedro Rosell, quien le despertó un profundo amor por los espumantes, tuvo una larga trayectoria vinificando en Burdeos, Champagne y Borgoña; y en Argentina en bodegas como Trapiche y Nieto Senetiner. Hoy, su proyecto personal, Lui Wines, está en el corazón de Vistalba, y aloja una bodeguita boutique para todas sus investigaciones enológicas, donde la gente puede llegar sin reserva, escuchar música en vivo y hasta comer, en una modalidad que llaman Bodega Abierta. Se inspiran en esas semanas europeas donde se puede conocer los vinos del año de manera abierta.
“Nos parece importante esta modalidad, porque la gente siente mucho filtro a la hora de visitar bodegas y tener que reservar. Queremos hacer algo más descontracturado, estar más cerca. Recibimos gente que se queda entre los viñedos y si tienen ganas de escuchar sobre vinos se acercan a las charlas que damos cada hora en la bodega. Es un concepto mucho más simple que el que manejan otras, y sobre todo es muy amigable con las familias que tienen hijos o animales, que pueden venir y tener un espacio para vivir la experiencia juntos. Eso no es nada común”.
Un nutrido portafolio
En cuanto a los estilos de los vinos, el portafolio es muy amplio. Al venir de los espumantes, se volvió particular su relación con las borras, las lías, las levaduras muertas, que cumplen una función tan importante en el método champenoise, y que Vegetti llevó al terreno de los vinos tranquilos.
“Uso las levaduras como un ingrediente más”, dice Mauricio, mientras da a probar un poco de las lías que precipitan en el fondo de un tanque de tinto. “son un componente fundamental para trabajar volumen y medio de boca, además de proteger al vino y estabilizarlo. Son algo esencial que hay que saber manejar, ya que si te pasas puede dar amargos no deseados, pero bien trabajadas son espectaculares”.
La camioneta tiene tres años y 190 mil kilómetros; cada vuelta completa por todas las viñas de donde saca uva, solo en Mendoza, suma 371 km. Así, el enólogo de 42 años, une el este mendocino con el Valle de Uco, pasando por Chapanay, Vista flores, Montecaseros, Alto Agrelo, Los Sauces, La Carrera o Gualtallary en una lista interminable.
Su búsqueda consiste en mostrar el potencial de los lugares a través de las cepas que elige. Expresado claramente en su proyecto Sorol, junto a la sommelier Sorrel Moseley-Williams, concentrado únicamente en la expresión del cabernet franc, que en su primera edición embotellaron Chapanay del este de Mendoza y Gualtallary en Valle de Uco. Los resultados fueron contundentes. En la edición de este año hay un cabernet franc de Altamira, uno de Los Sauces y uno de Alto Agrelo, mostrando a viva voz las diferencias de cada lugar.
“Hay tres cepas que me encantan, el sauvignon blanc por su expresión, sobre todo en La Carrera, el cabernet franc porque es muy plástico a la hora de mostrar el lugar, y el pinot noir porque es difícil. Ahora, si me preguntas, yo viviría mi vida haciendo espumantes, es más demandante en su precisión y es una elaboración que te lleva todo el año. Los tintos permiten ciertos errores que los blancos no perdonan; eso me resulta muy desafiante. Hay que dejar de pensar en los vinos blancos como vinos del año y pensarlos de acá a una decada”.
Pura vida, rezaba el mantra, y es que en este blend está la inquietud por la naturaleza y el movimiento. Sin eso no hay nada, ese motor que lo vuelve a subir con su familia a la camioneta. Sus tres hijas en el camino, y un tendal de amigos que van armando el mapa.
El portafolio de tantas zonas es difícil de entender sin organización. Cuenta de cuatro partes donde cada línea tiene su espumante. De menor a mayor vienen primero los más frescos, Lui Wind blend, que hacen alusión al amor por el windsurf. Luego los Espontáneo, sin paso por madera, lo más auténticos y desnudos posibles. Siguen los Úmile, que representan cada viñedo. Los Harmony, que ocupan el lugar de los gran reserva, trabajados con madera de Croacia y Europa del este, tonelería preferida de Vegetti. Y finalmente el District Blend, que es el ícono de la línea, elaborado con uvas de un solo distrito, y que es la síntesis de lo que ellos consideran, fue la mejor zona vitivinícola del año.