El renacimiento de los vinos de Armenia

Con solo 30 vendimias, la industria vitivinícola de Armenia quiere poner en valor una tradición interrumpida con más de 6.000 años de antigüedad

Jordi Luque

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La sumiller Mariam Saghatelyan expresa el amor que siente por su país, Armenia, a través del vino; tanto es así que hace 12 años fundó In Vino, un wine bar sito en el centro de Yerevan con una completa representación de referencias de las cinco regiones vitivinícolas de su pequeño estado. “Cuando abrimos, la primera reacción de la gente local tras entrar al bar era salir de nuevo a la calle, no hay vodka, decían” explica Mariam, que fue nombrada mejor sumiller de su país en 2023, y sigue: “Era consecuencia de la influencia soviética, durante los tiempos del soviet aquí se bebía vodka y a nuestro país se le asignó la producción de brandy, siempre a partir de una variedad de uva llamada kangun, así que la elaboración de vino se abandonó. Por entonces solo teníamos diez vinos bebibles en Armenia”.

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Mariam Saghatelyan

Desde la fundación de la República Socialista Soviética de Armenia en 1922 y hasta la caída de la Unión Soviética en 1991, el altiplano caucásico puso en paréntesis una tradición vitivinícola con 6.100 años de antigüedad, por lo menos, y es que en 2008, la excavación arqueológica de una cueva del valle del río Arpa, en el sur del país, halló los restos más antiguos que se conocen de una manufactura de vino.

Los primeros vinos

Del fino y gris polvo que cubre el suelo de la cueva Areni sobresale una piedra alargada, surcada por un canal que conduciría mosto a unas ánforas de distintos tamaños, de las que su boca sobresale del suelo. “Es la primera instalación del mundo en la que se elaboró vino, los habitantes de esta cueva, en la Edad del Bronce, cosechaban las uvas que crecían en el valle, cuyo análisis genético coincide con las de la variedad areni, y en estas ánforas prensaban, fermentaban y envejecían el vino”, sostiene Nane Khachatryan, experta en Historia del Arte y de la Cultura de Armenia.

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Cueva Areni

No está claro si aquél vino se destinaba a un consumo hedónico o ritual, aunque a juzgar por los cráneos, dientes y otros restos óseos hallados en las ánforas donde se almacenaba, todas las teorías apuntan a lo segundo: hace 6.100 años, aquél vino tenía que ver con ritos vinculados al más allá.

Suelos volcánicos

La cueva Areni, que toma el nombre del pueblo más próximo, como también lo hace la variedad de uva tinta hallada en las vasijas, está en el centro de Vayots Dzor, la zona vitivinícola más prestigiada del país. Se trata de una región con una altitud que va de los 850 a los 3.522 metros, rica en suelos volcánicos, libre de filoxera y con una agricultura basada en las frutas de hueso, como el omnipresente albaricoquero (prunus armeniaca), y una amplia práctica de la ganadería lanar y caprina.

 

Trinity Canyon Vineyards, la primera bodega armenia en certificarse en ecológico, en 2018, elabora algunos de los mejores vinos de Vayots Dzor. Destaca su Trinity 6100 Areni Noir, un tinto amplio, estructurado, con mucha fruta madura y taninos suavizados por una crianza de seis meses en roble del Cáucaso -una madera muy usada en Armenia y que suele dejar una fuerte impronta, no es el caso. A pesar de su potencia y respetable volumen alcohólico, el vino resulta fresco, tal vez por los 1.350 metros de altura a los que se encuentra el viñedo.

 

Otro interesantísimo vino de Trinity es Voskehat Ancestors, un vino naranja elaborado con la variedad blanca voskehat. Este fermenta en karas, las ánforas armenias, donde también se deja a macerar durante seis meses, tras los cuales se embotella sin filtrar. Todo este procedimiento resulta en un vino con una astringencia muy aperitiva, de sabor salado y que desprende aromas muy limpios a fruta de hueso y canela.

Variedades de uvas locales 

En Armenia se cuentan más de 350 variedades autóctonas de uva, un riquísimo patrimonio ampelográfico que aún se está catalogando. El viñedo de todo el país alcanza una extensión aproximada de 15.500 hectáreas -en España, sólo la D.O. Rueda abarca más de 20.000- y operan más de 100 bodegas, la mayoría de ellas en las regiones de Armavir y del Valle de Ararat.

Tushpa es una de las bodegas del Valle de Ararat nacidas tras la caída de la Unión Soviética. Fundada por Mihran Manasserian en 1992, con unas vistas imponente de la bíblica montaña, ahí se elaboran dos tintos con la variedad haghtanak, un blanco de kangun -la variedad en principio dedicada al brandy- y un blanco Off Dry con muscat. Si los primeros son vinos musculosos, con la madera bastante presente, el blanco de Kangun es afilado y floral y el muscat, agradablemente perfumado y con buena textura.

 

Pero lo que destaca en esta casa son los espumosos elaborados siguiendo el método ancestral que Karlen Manaseryan, segunda generación, ha presentado recientemente. Se trata de dos pét-nat blancos, elaborados con las variedades lalvari y banants, respectivamente, y otro tinto, hecho con tozot. Afrutados, primarios, directos, frescos y divertidos, parecen explorar una nueva era de vinos armenios, en sintonía con lo que ocurre, por ejemplo, en la España vitivinícola más innovadora.

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Karlen Manaseryan

En la misma zona, la familia Mateossian gestiona la bodega Voskeni y elabora el mejor vino de Armenia que yo haya probado. Se trata de un tinto de Areni, que recuerda a determinadas garnachas muy vivas y amplias al mismo tiempo, cosechado a mucha altura en Vayots Dzor, elaborado en el valle de Ararat y con una crianza de 20 meses en barricas grandes de roble del Cáucaso.

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Voskeni 130 Reserva

Otras bodegas interesantes cosechan en Vayots Dzor y vinifican en el Valle de Ararat; una práctica bastante extendida y es el caso de Zulal, dirigida por Aimee Keushgerian, una elaboradora interesada en variedades minoritarias, como la tinta karmir kot, con la que elaboró en 2018 el primer vino hecho con ella, resultando en un caldo con viva acidez, mucha fruta y fluidez.

Tras 6.100 años de tradición, los elaboradores y las elaboradoras más jóvenes de Armenia, como Aimee o Karlen Manaseryan de Tushpa, tienen aún que escribir la página más reciente de la historia vitivinícola de su país, un reto sin duda tan excitante como los vinos que llegan desde el altiplano caucásico.

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