Quiso que evaluaran sus vinos sin prejuicios, a ciegas, junto a los más prestigiosos del mundo. Veinte años después de la Cata de Berlín, Eduardo Chadwick, quien tuvo las agallas y las espaldas para hacerla posible, explica por qué.
Descendiente de poderosas y aristocráticas familias de origen inglés y castellano-vasco, Eduardo Chadwick Claro cometió en 2003 una osadía tan necesaria como peligrosa: envió a Berlín, a una cata ciega con un jurado compuesto por 80 destacados críticos europeos, sus mejores vinos chilenos. La competencia es algo que sin duda lleva en la sangre, con un padre, Juan Alfonso Chadwick Errázuriz, que ganó varias veces la Copa Mundial de Polo como capitán de equipo, además de ser un empresario visionario del vino y de las bebidas de cola.
Chadwick hijo, el ingeniero civil industrial que entró en el mundo del vino con apenas 24 años, reemplazó en el jardín de la finca familiar la cancha de polo por un viñedo. Hoy, allí nace Viñedos Chadwick, la botella de mayor precio con bandera de Chile. Volviendo al espíritu de competición, aquel 2004 en Berlín Eduardo Chadwick buscaba un podio frente a los vinos con mayor prestigio de Francia e Italia midiéndose de igual a igual. El factor común entre todos: cepas bordelesas de añadas excepcionales.
El Juicio de París, histórica degustación a ciegas de la que se hizo incluso una película, fue su inspiración. En 1976 había logrado posicionar grandes vinos de California en la escena mundial tras ganar inesperadamente a los franceses. Aquella mañana del 23 de enero de 2004, en la cata, dirigida por el inglés Steven Spurrier, organizador del Juicio de París, Chadwick vio con alivio cómo uno de sus vinos quedaba en cuarta posición. Luego, con sorpresa, igual que todos, contempló cómo los chilenos ocupaban el segundo y primer lugar. Así, la Cata de Berlín también hizo historia.
Dos décadas más tarde, en su moderna oficina del World Trade Center de Santiago, conversamos con Eduardo Chadwick Claro, flanqueado por la directora de comunicación de lo que hoy es el Grupo Viñedos Familia Chadwick. Su rostro refleja la emoción de lo que será, al día siguiente, el cierre de una nueva gira mundial, el aniversario de los 20 años de La Cata de Berlín. Después, como ha prometido varias veces, se retirará para abrir el camino a tres de sus cuatro hijas, que ya forman parte activa de su mundo; el de los vinos de lujo.
¿Cómo nace esa cruzada para poner a competir sus mejores vinos con los más afamados del panorama vinícola?
«En 1983 el papá retomó el control de la viña fundada por Maximiliano Errazuriz. Con sus más de 70 años cumplidos, él me pide hacerme cargo. Fui entonces a Burdeos, la meca de los grandes vinos del mundo. Incluso los grandes toscanos habían sido moldeados conforme a lo que era la tradición francesa. Igual pasó en España. Visité Chateau Margaux, Chateau Lafite Rothschild, los grandes castillos. Después fuimos a Borgoña… Estudié allá un curso de seis meses para imbuirme en la enología. Lo que vi era una distancia de la tierra a la luna. Aquí en Chile se envasaban los vinos en garrafas y se vendían como vino tinto o blanco».
¿Qué faltaba?
«Conocimiento, enología, ganas. Interés por hacer vinos de alta gama y que tuvieran un mercado que los apreciara. Luego, en 1991, vino Robert Mondavi. Recorrimos el país y al final me dijo que teníamos potencial de calidad y que quería participar de este descubrimiento. Para él, aquello representaba el símil de lo que fue su vino Opus One, producto de una alianza comercial con la bodega Baron Philippe de Rothschild de Burdeos, que ayudó a crear la imagen de los vinos de Napa en el mundo. Ese fue el sueño y el objetivo que había detrás de hacer juntos Seña«.
Cuando nace Seña en 1995, Chile era conocido por sus vinos buenos, bonitos y baratos. Remaban contra la corriente.
«Pasa que en esa época los críticos venían muy poco, y los principales, como Robert Parker, nunca vinieron. Era muy frustrante porque en 2003, después de 20 años, yo veía que habíamos mejorado muchísimo. Hicimos desarrollo vitícola. Nuestros viticultores y enólogos viajaron por todo el mundo. Ya teníamos de Aconcagua la mezcla tinta Seña, y los cabernet sauvignon Don Maximiliano, del mismo valle, y Viñedo Chadwick en el Maipo. Recuerdo siempre a un importador de Corea, fanático del pinot noir Domaine de la Romanée-Conti, que me preguntó por los puntajes de nuestros vinos. No tenemos puntajes, le dije. Él tenía la enciclopedia de Parker y Chile no estaba. ¡No existíamos! El vino chileno estaba muy menospreciado por la crítica, compradores y referentes líderes de opinión. Esa es la razón de por qué creamos la Cata de Berlín. Había que lograr que nos evaluaran sin este sesgo negativo».
Steven Spurrier contó para el libro conmemorativo de la Cata en Berlín, que usted se relajó cuando uno de sus vinos quedó en el cuarto lugar.
«Es que haber salido cuarto en esa cata, en empate con Chateau Margaux, era exactamente lo que buscábamos. El miedo; el terror, era que saliera último. La gran mayoría de los críticos no había ni probado un vino chileno de alta gama en comparación con otros. Yo creo que no esperaban que, de cosechas frías, nuestros vinos alcanzaran la gran fineza y complejidad que mostraron. Esa fue la sorpresa. Después, el otro gran hito para ratificar la calidad, fue repetir esto 22 veces durante diez años y recorrer el mundo siempre con los líderes de opinión. Y que el resultado fuera tremendamente consistente: en más del 90% de los casos teníamos uno o dos de nuestros vinos en el top tres».
Veinte años después, ¿Qué ha pasado, y qué no ha pasado que le hubiera gustado?
«Hemos logrado reconocimiento y los principales críticos del mundo han venido a Chile. James Suckling empezó a venir en el año 2012 y en 2026 le dio 100 puntos a Viñedos Chadwick 2014. Al año siguiente se los dio a Seña, Almaviva y Clos Apalta. Luego se generó ese conjunto de vinos de alta gama y viajamos con él por Asia. Creo que fuimos el rompe hielo, la punta de lanza de los grandes vinos de Chile. Luego, este año, la extraordinaria cosecha 2021 finalmente abrió las puertas de par en par, porque tenemos los primeros 100 puntos Parker que nos dio Luis Gutiérrez, y los del crítico inglés Tim Atkin… Ya no tenemos que demostrar nada a nadie. Ya estamos invitados a la fiesta del Olimpo de los grandes vinos».
¿Y qué falta hoy?
«Ya estamos en la plaza de Burdeos comercializados por los especialistas en la venta de vinos finos en los principales lugares del mundo. Lo que falta (y este es un desafío permanente), es crear más demanda; un nicho de coleccionistas. El de los vinos de lujo es un mercado muy competitivo, y por supuesto siguen estando los grandes vinos italianos, franceses y de otras partes del mundo».
¿Cómo valora el nuevo logro de productores pequeños, con corta historia, incluso sin viñedos propios o bodegas impresionantes, obteniendo altos puntajes y presencia en restaurantes de la lista World’s 50 Best Restaurants, donde no llegan los vinos íconos o de lujo?
«Me parece fantástico que haya historias de éxito a diferente nivel y que los vinos de autor, de garaje o de pequeños productores sean reconocidos en el mundo. Es lo que la industria necesita. Si es un restaurante de vinos de especialidad o que les gustan estos vinos, me parece fantástico. A lo mejor ese mismo restaurante tampoco va a tener Margaux, Lafitte u Opus One».
Vik, bodega chilena en el valle de Cachapoal, acaba de colocarse segunda entre las 50 mejores para visitar del mundo. Vik se asocia al lujo. Suele decir que Chile no se asocia al lujo, ¿deberíamos hacerlo?
«Me parece fantástico por Vik, y ojalá hubiera muchas más. Una de las cosas que no hemos desarrollado nosotros ha sido el turismo; no tenemos hotel ni restaurante. Este desafío es para la nueva generación; para mis niñitas, y lo hemos conversado. Cada año van a Burdeos a probar su nueva cosecha miles de líderes del vino. En Napa venden el 90% del vino en las visitas a las bodegas. Es parte del negocio de la imagen. Nadie se va interesar en vinos por encima de los 400 dólares, como Chadwick, sin conocer su historia. Dado que somos una industria que exporta el 70% de sus vinos, el pilar fundamental a largo plazo es el mercado mundial. Los próximos diez, 20, 50 o 100 años, van a ser para productos de imagen y calidad, y creo que estos íconos son la punta de lanza. Si fuera una industria que solamente produce vinos por debajo de los diez dólares, no habría posibilidad para los pequeños. Otro tema, complejo, es la bajada del consumo a nivel global. Estamos hablando de la competencia con el cannabis; de su legalización en Estados Unidos y en Canadá. Yo creo que, más que solucionar esa realidad, que es muy compleja, se debe entender que el consumo masivo está tremendamente desafiado, y que por lo tanto la oportunidad va más hacia producir vinos de alta gama o premium que hacia pretender mantener una industria con vinos masivos de bajo valor. La alta gama es el camino sustentable para el vino«.