Salir a los quioscos en el quicio que separa el día de la Lotería de la Nochebuena se presta para hablar de números redondos. Si además se tiene entre las manos uno tan bonito como el 300, miel sobre hojuelas. Y aunque la efeméride tocara fuera de fechas navideñas el asunto merecería que le dedicásemos un rato, porque a lo tonto –o a lo listo, nunca se sabe– llevamos juntos en este rincón hablando de nuestras cosas del comercio y del bebercio 300 semanas ininterrumpidas, lo que se dice pronto, algo así como todos los viernes desde hace cinco años y pico.
En aquel primer comino del 31 de marzo de 2017, cuando aún salíamos de la oscuridad de la crisis de las hipotecas que nos despertó del sueño de la vida burguesa, desconocíamos la palabra coronavirus y, pese a la invasión de Crimea, todavía no nos tomábamos en serio a Putin, empezamos hablando del ocaso de la cocina vasca en Madrid, una ciudad que ya apuntaba cambios en su genética restaurantil, pero que aún no se había convertido en la capital gastronómica de moda en Europa que es hoy en día.
En aquella primera entrega traíamos una postdata que funcionaba algo así como una declaración de intenciones. Decía: Llamar un comino a una sección es un ejercicio de falsa modestia. ¿Acaso hay algo que importe menos que un comino? ¿Será el comino el átomo de la gastronomía?
Comida y democracia
Andando el tiempo, las semanas y los años tenemos ya 300 cominos, lo que hacen un puñadito, y teniendo en cuenta lo que cunde la pequeña semilla de la apiaceae, hablamos de un auténtico ejército de sabor y aroma extendido por el mundo. Que fuéramos irrelevantes o con los años nos hayamos vuelto pertinentes en este mundillo es lo de menos, aunque la verdad es que algunos pasos objetivos hemos dado en la dirección de la relevancia con nuestro pensar a contracorriente, en la defensa la comida familiar como semillero de democracia, en la crítica del ‘foodismo’ como movimiento que defiende antes la cocina como espectáculo que como cultura, poniendo al comensal al mando por un rato frente al poder omnímodo del cocinero incluso creando el club de la servilleta o el ministerio de la felicidad del cliente, con reflexión, sin dogmas, con cierres abiertos para que cada uno tenga material para pensar y decidir qué es lo suyo.
En este tiempo también nos convirtieron en libro, palabras mayores para una columna periodística que nace para morir al día siguiente y, si hay suerte, que te usen para envolver un pez en la pescadería. ‘Animal Cocinero’ sigue ahí, como rara avis entre los libros de cocina contemporáneos. Por cierto, felicitamos aquí calurosamente al Sr. García, ilustrador de cabecera del Comino desde su fundación y flamante ganador del premio APIM que concede anualmente la asociación de profesionales de la ilustración por sus trabajos para el citado ‘Animal Cocinero’ que juntos publicamos en Abalon Books. El pensamiento y la palabra nunca pasan de moda. Si tienen pendiente algún regalito para estas fiestas ya saben. Regalar lectura siempre es una buena opción.
En el paraíso
El comino puede ser cosa menor en tamaño y en visibilidad digital. Me encanta que no se vea en las fotos del instagram, pero no hay plato que lleve tan solo una pizca de él en el que no desempeñe un papel estelar. Si nos ponemos a mirar las cocinas del mundo, apenas las hay en las que el comino no tenga una relevancia capital, desde Oriente hasta las Américas. Me vienen a la mente sin pensar mucho el ras el hanut, el curry, el tandoori, los mojos canarios, la morcilla de Aranda, los falafel, el baba ganush, los anticuchos de corazón a la criolla, el cous cous de cordero, las empanadas argentinas, las berenjenas de Almagro o el chupe cuzqueño, sin olvidarnos de las patatas en caldillo, gloria bendita de la Mancha. Sin comino, no hay paraíso.
Cuando empezó esta columna yo tenía padre y madre y no tenía hija, justo al revés que ahora. La cocina nos acompaña y hace llevadero el tránsito entre las generaciones. La cocina es la vida de diario y la de fiesta, es la familia y los recuerdos, la cultura colectiva, la identidad, el rito y el ocio. La cocina está presente, como el aire, en casi todas partes y sujeta, como las raíces de un árbol la tierra, parte de nuestro imaginario colectivo.
No sé cuántos somos los lectores de estas columnas, supongo que bastantes miles gracias a todos los diarios de Vocento en los que se publica semanalmente, pero a mí me gusta imaginar hoy, en plan épico, que somos 300, valga la efeméride, como aquellos bravos guerreros espartanos, en nuestro caso empeñados en defender la cocina como un espacio en el que los verbos ‘sentir’ y ‘conocer’ sean más importantes que los verbos ‘registrar’ y ‘difundir’. Un lugar en el que la palabra y la lectura, con su fuerza para profundizar y ralentizar las velocidades supersónicas a las que nos toca vivir, nos ayuden a recordar lo que somos como individuos y grupos humanos.
PD. Venga como venga el mar, aquí vamos a seguir mientras nos lo permitan y el cuerpo aguante, alimentándonos unos a otros en esta tribu voluntaria de ‘coministas’, de animales cocineros, que juntos hemos creado.