El capitán Nemo tenía razón

Un Comino

Empiezo a escribir este artículo con varias imágenes submarinas superpuestas en mi retina. Unas pertenecen a rincones vírgenes en el chileno archipiélago de Diego Ramírez o en la Isla de Coco y otras, a un Mediterráneo agonizante que va perdiendo bocanadas de vida por la contaminación y la sobrepesca. Todas pertenecen a documentales del programa ‘Pristine Seas’ de National Geographic que se han premiado y proyectado estos días en el congreso Encuentro de los Mares, del que ya les hablé la semana pasada.

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La ruleta sigue dando vueltas. Aún no está decidido cuál será el futuro de los océanos y, por ende, de las generaciones que vendrán después de nosotros. La buena noticia es que científicos como Carlos Duarte demuestran que aún estamos a tiempo de salvarlos. La mala, que apenas queda margen y que ha llegado el momento de actuar con determinación si no queremos que sea demasiado tarde.

La nieta del comandante Cousteau, Alexandra, cree que si su abuelo volviese a la vida física –él nunca terminó de morirse porque sus ideas y sus películas siguen influyendo en millones de personas– no podría entender que hayamos desperdiciado los veinte años que han pasado desde que está oficialmente muerto y se pondría manos a la obra para que el péndulo que oscila entre la vida y la muerte no se detenga sobre la palabra maldita.

Estos tres días escuchando a personas inteligentes y capaces han sido realmente nutritivos y emocionantes porque inoculan la suficiente ilusión y compromiso para desear aportar mínimamente a una de esas grandes gestas de la humanidad: salvar a los mares para salvarnos todos.

 

Un mar generoso

Hoy más que nunca quiero creer que el mítico capitán Nemo tenía razón, sobre todo cuando afirmaba con rotundidad que «la fuerza creadora de la naturaleza supera al instinto destructivo del hombre». Ojalá. Lo que ha quedado probado es que en cuanto se deja de presionar al mar, a los pocos años, devuelve con creces el gesto y el respeto. Pesquerías que se recuperan, como la de la sardina o el atún rojo, y costas que empiezan a llenarse de vida como antes de que fuésemos tan mortíferos con nuestras apetencias de más capturas y nuestros contaminantes detritus de especie dominante, así lo demuestran.

Pienso en lo que quedará de esta pequeña locura de reunir bajo un mismo techo, así sea virtual, en un gran ágora digital de color azul, a los cocineros, biólogos y oceanógrafos marinos, cardiólogos, armadores, pescadores y pescaderos y a los periodistas y obligarles a ver el punto de vista de los otros y a aceptar la necesidad de encontrar un mínimo diagnóstico común sobre el que poder construir algún artefacto ideológico o práctico… y no me siento pesimista. Queda muchísimo por hacer, pero las primeras dosis de cordura ya se han inyectado.

Julio Verne era un hombre adelantado a su época como pocos y logró unir la ingeniería, la ciencia y la literatura en sus obras como nadie antes para abrir las mentes. Comió algas, imaginó el submarino, la escafandra autónoma y un sistema para producir energía con las olas y las corrientes como fuerza motriz. Quizás con un cóctel parecido podamos en esta ocasión revertir el daño que hemos infligido a los mares.

Gracias a la ciencia y a la tecnología el océano puede ser alimento –el único sostenible y producible en cantidad suficiente para la población de humanos que habitará la tierra en treinta años–, pero también agua dulce, energía, minerales y bio-recursos. Si se acelera la transformación de la acuicultura de animales y algas en una industria sostenible y se apuesta por las innovaciones en este campo como objetivo estratégico se puede convertir en una fuerza increíble que contribuya a mejorar la salud de los océanos, a paliar los efectos perniciosos del calentamiento del planeta y de la vida de las personas.

 

La dieta más beneficiosa

El doctor Guillermo Aldama, cardiólogo y experto en dieta atlántica, defiende que aquella que está basada en el consumo de pescado es de todas las posibles la más beneficiosa para la salud. La lista de enfermedades que ayuda a prevenir va mucho más allá de las cardiovasculares, no crean, e incluye algunas de las más terribles de la mente. Solo pensar en que cada vez que comemos boquerones, anchoas, gambas, sardinas, merluza, bonito, rosada, mejillones, chicharros, ostras, doradas… y así hasta casi el infinito… estamos defendiendo nuestra salud me pongo a dar saltos de alegría.

Eso sí, exigiendo siempre que todos ellos provengan de pesquerías sostenibles al 100% o de granjas que garanticen su sustentabilidad sin deteriorar otras especies de peces, ambos objetivos pendientes, pero alcanzables. Si el codium y el wakame ayudan a reducir la acidificación del mar, cuenten conmigo también, no vayan a pensar por ahí que tengo una militancia proteica y reticencias hacia lo verde… o lo pardo.

Después de estos días tengo muy claro que quien llevaba razón era el cascarrabias del capitán Nemo y no Bob Dylan.

PD. Con sincero agradecimiento a Carlos Duarte, inspirador de tantas ideas y personas