El tiempo de los mares

Un Comino

Algunos de los avances más importantes de la humanidad se han producido con el mar como protagonista. La era de los descubrimientos, los grandes viajes surcando los océanos de hace cinco siglos, cambiaron nuestras vidas y nuestra historia para siempre. Los habitantes de la vieja Europa no solo supimos que había otros continentes y otros seres humanos con organizaciones sociales muy diferentes a las nuestras, sino que nuestros campos, rebosantes de maíz, tomates y patatas, nos cambiaron para siempre, no solo nuestra alimentación, sino nuestra esperanza de vida y tamaño de nuestros pueblos y ciudades por el incremento de la población.

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De nuevo, en este extraño siglo XXI, los océanos se presentan ante nosotros como la frontera, el repositorio más plausible de eso que llamamos futuro, el espacio en el que se jugará la continuación o desaparición de nuestra forma de vida actual. Salvar los océanos, asumir el reto como la gran labor colectiva de nuestro tiempo, puede ser una empresa tan transformadora e importante como lo fue en su día recorrer hasta el último rincón del globo a bordo de una nao.

Dosis de optimismo

Ayer se clausuró en Marbella la tercera edición del Encuentro de los Mares, un congreso singular que reúne al tiempo a cocineros especialmente vinculados a los productos y vida marina, a algunos de los mejores oceanógrafos y biólogos marinos del mundo, a periodistas especializados y a representantes de los sectores de la pesca y la acuicultura, entre otros. Un tiempo singular en el que profesionales que viven del mar o para el mar desde distintas posiciones y miradas, comparten preocupaciones y la búsqueda de soluciones.

La aportación de los científicos marinos más interesante llega con dosis de optimismo, si somos responsables. Si los humanos lo hacemos bien esta vez podríamos tener para 2050 unos océanos saludables como los que conocieron nuestros bisabuelos. Esta predicción, formulada ya hace dos años, se muestra cada vez más plausible. Los mares se muestran como criaturas fuertes y poderosas y consiguen recuperarse en plazos de tiempo relativamente cortos, de dimensión humana, menores que una generación, si se deja de agredirles. Hay mucho por hacer y desde muchos frentes, eso sí. Uno de ellos es poner en valor la reforestación marina, los bosques de algas que producen oxígeno y secuestran por décadas dióxido de carbono en las profundidades marinas, de modo que no se expulsa al ambiente.

Las praderas de Virginia

Karen McGlathery, directora del Environmental Resilience Institute de la Universidad de Virginia y al mando del principal proyecto mundial en recuperación de estos ecosistemas marinos, explicaba que hemos perdido el 20% de los bosques de los océanos en un siglo, pero al tiempo daba aliento a la esperanza cuando mostraba su proyecto de reforestación de praderas en Virginia, en un nada desdeñable espacio de 200 hectáreas utilizando 75 millones de semillas de zostera marina. Hablamos de fijar dióxido de carbono y mantener los suelos marinos, pero también de alimento para humanos, para peces en diferentes técnicas de piscicultura, incluso para animales terrestres, ‘polímeros plásticos’ sostenibles, compuestos poderosos para curar el cáncer y un sinfín de utilidades más que convertirían en realidad los sueños del capitán Nemo.

La cruz de la moneda es la extensión por el litoral andaluz de un alga invasora originaria de Japón que amenaza los ecosistemas de varias provincias, la Rugulopteryx Okamurae, la roña, como la llaman los pescadores del Estrecho, que llegó probablemente en el agua de lastre de alguno de los barcos que cruzan el Estrecho y que literalmente amenaza con extenderse por todo el Mediterráneo.

Comámosnos al invasor

El problema era conocido por la comunidad científica y las instituciones, pero desde estos días el Encuentro de los Mares la ha mostrado en toda su magnitud a la sociedad a través de los periodistas especializados que participaban en él. Incluso ha promovido un primer proyecto de investigación entre el cocinero David Chamorro, alma mater del laboratorio gastronómico Food Idea, y profesores de la Universidad de Cádiz para su utilización en cocina, convertida en una salsa picante como el tabasco, una sriracha, un aguardiente con sabor marino, un modo de acercar el problema a la sociedad cargado de simbolismo: comámonos al invasor.

Desde esta atalaya cocineril podemos sentir orgullo de hasta dónde pueden llegar los poderes de los fogones, aliados con los científicos «para encontrar formas constructivas de mejorar nuestra relación con el mar y co-crear un futuro distinto y sostenible», en palabras del director científico del congreso, el biólogo marino Carlos Duarte.

De nuevo vuelve la idea que hemos compartido en anteriores artículos. Estamos a tiempo de convertir la cocina en una herramienta de transformación social, esta vez de apoyo a esa gran empresa llamada ‘salvar los océanos’ o de dejar que termine vinculada a la cultura de la imagen y el espectáculo.

Estos días de Encuentro de los Mares, que dejan compromisos colectivos para los próximos años, comenzaban hablando de cocina y de ciencia en el entorno marino, comiendo papas con chocos y langostinos mientras un barco navegaba desde Sevilla hasta Sanlúcar, en una travesía simbólica, tal y como hacían los navegantes de aquel otro momento de la historia, hace más de 500 años, cuando los mares fueron los protagonistas de una de las gestas que cambió el modo de vida para siempre de millones de personas. Pertrechados de ilusiones y conocimiento en Barrameda, y tras convencernos unos a otros de que es posible, solo resta zarpar juntos hacia el mañana.