Al pasear hoy por sus calles cuesta creer que hace unos años, no tantos, esta era una zona marginal. Nació como barrio minero, fue el primer ensanche de Bilbao y llegó a ser un alegre distrito cabaretero. Pero para finales del siglo pasado, las candilejas se habían apagado, dando paso a un turbio escenario de cine quinqui de bajo presupuesto.
Los bares y tiendas de toda la vida iban bajando uno a uno la persiana, mientras los precios de los pisos se desplomaban ante la desidia en el mantenimiento del espacio urbano. El tráfico de drogas, la delincuencia y la prostitución habían ahuyentado a la clientela de clase media, que ya no se atrevía a adentrarse en esa media docena de calles, antaño florecientes.
Eso atrajo a jóvenes creativos, con más entusiasmo que posibles, que colonizaron el barrio en busca de alquileres baratos y espacios con historia. Abrieron pequeñas galerías de arte, estudios de diseño, tiendas de segunda mano… El engranaje de la gentrificación se había puesto en marcha tímidamente y algunos hosteleros se aventuraron a volver.
Primero un comedor de menú del día con maneras de bistró, después una terraza de cañeo y bocadillos, un restaurante de cocina fusión… Hasta un chef con estrella ha llegado a tener Bilbao La Vieja, obligando por fin a los turistas a cruzar el puente que les separaba de las postales.
Aquellas calles desangeladas, alfombradas de jeringuillas, son ahora animadas zonas peatonales de poteo y en los antiguos muelles de carga se despliegan terrazas con vistas a la ría. La hostelería, con sus luces, aromas y conversaciones, ha devuelto cierto dinamismo al vecindario y los inmuebles han recuperado valor. Pero una vez cumplido su papel redentor, comienzan a aflorar las quejas.
Pancartas contra la música y las risas, denuncias contra el exceso de vida; ahora que el barrio tiene algo que decir en la vida social de la ciudad, se le exige silencio. Quizá sean achaques de la edad o síntomas de aburguesamiento, pero es curiosa la poca memoria que tienen algunos vecinos. ¿Preferirían que todo siguiera como estaba? Toda transformación tiene un precio. Parece que, otra vez, lo pagarán los bares.