Viajar con la tripa

Un Comino

Los humanos viajamos primero con los pies, más tarde con caballos y mulas, en pequeñas o grandes embarcaciones y después en tren. Viajábamos pocos y lo hacíamos por motivos que tenían que ver con cuestiones trascendentales para la existencia, casi nunca por mero placer. Tuvo que llegar la revolución industrial, aquella que tantas cosas cambió y de la que apenas hablamos ya inmersos como estamos en la siguiente, para que el viaje por ocio, descanso, salud o cultura llegara a ser una práctica masiva. Las nuevas clases burguesas se convirtieron entonces en algo que nunca antes había existido: en turistas. Y tan solo unas pocas décadas después, pasada la Segunda Guerra Mundial, el turismo cayó sobre todos nosotros derramado como la luz del sol, convirtiéndose en una de las principales actividades no laborales de los ciudadanos de medio mundo.

 

El descanso, el ocio y la diversión eran los motores que alimentaban ese ansia por abandonar por un tiempo el entorno cotidiano, pero ha llegado otra época en la que la gente viaja empujada por otros motivos, entre ellos, el que nos interesa más, la comida… y la bebida. La globalización y la capacidad de volar a precios irrisorios han hecho del mundo una gran aldea global, pero también podemos decir que han convertido el planeta en un barrio lleno de restaurantes de todas las culturas. Por primera vez en la historia existe una ‘escena global’ culinaria.

 

Cuando éramos niños viajábamos desde nuestra cama con la imaginación, transportados a rincones remotos por los libros de Julio Verne o Salgari y soñábamos con poder vivir grandes aventuras en los rincones más exóticos de la tierra. Bastó con hacernos un poco mayores para empezar a viajar con la tripa, alentados por esta afición nuestra a descubrir el todo de los grupos humanos empezando por la parte comestible de cada una de las culturas.

 

Crecen los turistas del paladar

 

Los turistas gastronómicos cada vez somos más, hasta cifras que han impelido al poderosísimo sector turístico a preocuparse tanto por los menús como antes lo hacían por distancia del hotel hasta la playa. Los lugares a los que se viajaba expresamente porque se comía bien podían contarse con los dedos de las manos hace no más de un par de lustros. Ahora, el posicionamiento gastronómico no es ya un monocultivo de rincones como París, Tokio, San Sebastián o Barcelona. Hasta la aldea más recóndita tiene su plan para atraer a los viajeros de la tripa, sobre todo a esa élite que piensa antes en dónde va a comer que en dónde va a dormir y que gasta un 30% más por día de estancia.

 

Un estudio sobre la demanda de turismo gastronómico en España que acaba de publicarse – su anterior edición es de 2019– certifica que los que viajamos con el paladar y el estómago no dejamos de crecer y somos ya legión. Según el trabajo, el 85% de los viajeros españoles afirman que en los últimos dos años ha realizado al menos un viaje por motivos gastronómicos. Los pata negra, los turistas netamente culinarios, siguen aumentando también y llegan ya al 20% del total.

 

Dice el informe que el 55% de los turistas gastronómicos son mujeres y que el grupo más numeroso tiene entre 46 y 55 años, aunque también el inmediatamente anterior, desde los 36 a los 45 años, es muy relevante. La mayoría viaja y come en pareja (el 64%), seguidos por los que lo hacen en familia (39%) y con amigos (37%). La actividad estrella sigue siendo comer en restaurantes, seguida de las rutas de pintxos o tapas, pero crecen las visitas a los mercados, el ecoturismo y se mantiene la asistencia a ferias y eventos gastrónomicos. Por tipología de restaurantes, los de cocina tradicional continúan siendo la opción mayoritaria, aunque los que más crecen en los últimos años (alcanzan casi un 25%) son los establecimientos creativos y con distinciones de prestigio como las estrellas Michelin.

 

Recomendaciones

 

Curiosamente, aunque podría parecer que el espacio mayoritario de inspiración para sus viajes sería el entorno digital de las redes sociales, una mayoría aplastante del 62% afirma que se inspira en los comentarios y recomendaciones de amigos y familiares frente el 24% que lo hace en redes como Instagram. Ya les digo yo que mi experiencia personal ratifica esta idea. Si por cada recomendación que me piden los amigos, conocidos o los lectores cobrara medio euro llevaría una vida muy desahogada. Por cierto, el estudio dibuja unos perfiles de turista gastronómico bastante divertidos. El cosmopolita, inquieto culturalmente que le gusta descubrir la cocina local y realizar compras; el ‘wine-lover’ que visita bodegas y ama los vinos; el ‘tragaldabas’, que antepone la cantidad de comida y la tradición a todo lo demás; el ‘foodie’, pegado a la novedad y a las redes sociales; el ‘cocinillas’, que busca descubrir nuevos productos locales, recetas y productores; el responsable, obsesionado por el medio ambiente y la sostenibilidad y, por último, el gourmet, de gusto refinado que busca lo mejor de modo incansable. ¿Y tú de cuál eres, querido lector?

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