Bien temprano, don Alberto les tocó fuerte la puerta y preguntó a su hija y esposo, escondidos aún bajo las mantas, si podía pasar. El día anterior, con su yerno habían salido a buscar un pequeño campo para comprar, a 640 kilómetros al sur de Santiago. El sueño de Felipe era plantar un viñedo en esta latitud donde hasta entonces en Chile nadie lo creía posible. “Felipe, vas a ir a comprar tierra a mis vecinos, está bien, pero yo tengo 1.000 hectáreas, ¿no podrías elegir algo allí?”
De estampa alta, delgada y serena, Felipe recuerda que aquella mañana salió después de desayunar con su suegro a elegir las primeras cinco hectáreas donde ese invierno plantarían el viñedo que por diez años fue el más austral de Chile. A sus vinos de chardonnay los llamó Sol de Sol, juego de palabras entre suelo y sol en francés, su segundo idioma, y su apellido, de Solminihac.

Unos días atrás, Felipe celebraba las 22 cosechas de Sol de Sol en la viña que fundó en las afueras de Santiago, junto a dos socios y amigos franceses. También los 20 años transcurridos desde la creación de la Denominación de Origen que lucen sus etiquetas: Traiguén, Valle de Malleco. Al lado de su hijo mayor, Eduardo, a cargo del área comercial de viña Aquitania, demostró a través de ocho añadas la trascendencia de aquel sueño que tuvo mientras estudiaba Enología y Ciencia de la Viña, en Burdeos, donde fue alumno y cercano de leyendas del vino, como Emile Peynaud y Pascal Ribéreau Gayon.
Fue un viaje al pasado de Sol de Sol, con el que recordamos el hito que representa entre los grandes vinos blancos de Chile y cómo se convirtió en el pionero de la vitivinicultura del sur.
Felipe, cuándo hiciste 2000, el primer Sol de Sol, que hoy encanta con notas complejas a damasco deshidratado, miel, dátiles, un gran volumen en boca y deliciosa acidez, ¿podías imaginar cómo iba a ser?
“No sabía mucho. Los parámetros que tenía de degustación sí me permitían hacer un vino distinto a los blancos que estábamos acostumbrados. La concentración de azúcar y acidez tan alta permitían que la boca se me llenara. Al fermentar en las barricas había una untuosidad que nuestros blancos no tenían; eran más delgados. Además, las uvas llegaron con un poco de botrytis (podredumbre), lo que dio glicerol. Yo me dije, esto va a ser muy bueno, y tuve que cuidarlo mucho para no pasarlo de madera, porque el primer año sólo tenía barricas nuevas y chicas, de 225 litros. Tuve que jugar y decidir si hacía maloláctica o no, para reducir cantidad de ácido málico y volver el vino más cremoso; no llegué al 3%, sigue siendo parecido.
«Las primeras cosechas fueron 95 y 96,
vendía la uva a viñas grandes
y se perdían en sus mezclas»
¿Fue 2000 la primera cosecha del viñedo de Traiguén?
“No, yo planté en 1990. Con la inexperiencia y las lluvias, además de la sequía del verano, las parras prácticamente no crecieron. Al tercer y cuarto año ya teníamos el riego y ahí sí creció bien, se pusieron los palos y alambres. Las primeras cosechas fueron 95 y 96, vendía la uva a viñas grandes -Veramonte y Undurraga- y se perdían en sus mezclas, aportando acidez y frescura. En 1994 fui a Nueva Zelandia. Allá, me dije, estoy en la misma latitud y hemisferio, esto tiene que funcionar. Llovía más que acá en época de maduración, y todo lo que vi estaba con riego por goteo, y dije: mi suegro tenía razón, va a ser necesario regar. Pregunté y me dijeron “tenemos el riego por si acaso”.
Hace una pausa y cuenta más sobre los primeros años.
“A las uvas les decíamos las mal queridas, porque como llegaban tan tarde, en mitad de la fermentación de los tintos en el valle central, era un problema recibirlas en bodega. El 2000, cuando llegó el primer camión a la viña Aquitania, en Macul (entonces en las afueras de Santiago), Paul Pontallier (enólogo de Chateau Margaux), uno de mis socios, me dijo: ¿no tienes un lugar dónde vender esta uva y deshacernos de ella? Yo insistí. El vino salió al mercado en 2002, cuando logré la Denominación de Origen Traiguén. Hasta entonces había solo una gran Región del Sur; no había nadie más haciendo vino allá”.
“A las uvas les decíamos las mal queridas,
llegaban en mitad de la fermentación de los tintos
y era un problema recibirlas en bodega”
¿Cómo lo lograste? Hoy en día lleva muchos años más conseguir una D.O.
“Presenté una carta de solicitud al director del SAG (Servicio Agrícola Ganadero) contando el problema, e incluyendo otras zonas donde helaba, pero pensando que se podrían llevar algún día nuevas variedades; era una mirada más a futuro. Les dije, tengo cinco hectáreas plantadas y el resultado ya es bueno. Estuve 10 años sólo. Después llegó la ganadera María Victoria Petermann; le hacía su chardonnay Alto Las Gredas, también en Macul, pero ella estaba en la que ahora es la nueva Región Austral”.

¿Por qué chardonnay?
“Siempre pensé en blancos. Me encanta el sauvignon blanc, pero es muy sensible a las enfermedades de hongos; la chardonnay resiste más y no había nadie que supiera de viticultura en la zona. Caminando en el viñedo, me encontraba mucho crecimiento de brotes y oídio en medio del follaje. Un día estábamos con mis suegros, los dueños del campo, y me puse a quejar en voz alta. Mi suegra me miró y me dijo: ’tú sabes que pastelero a tus pasteles, te tienes que preocupar más’…”
¿Por qué en el campo de los suegros… por qué el sur?
“En los 90 todas las cepas estaban plantadas en la zona central. Pablo Morandé había comenzado a plantar viñedos en el valle de Casablanca. A mi me había salido la curiosidad en Francia, donde estudié a inicios de los 70. Allá empecé a preguntarme por qué no teníamos vinos blancos famosos como los tintos; no salían ni en los comics. Yo empecé a ir a Traiguén desde los 17 años, desde que pololeaba con Claudia, mi señora, porque su papá tenía campo allá. En esos años, las cepas blancas todavía estaban mezcladas para hacer vinos blancos: semillón con chardonnay y sauvignon… En viña Cousiño Macul empezamos a marcar para separar las variedades en los viñedos y se vinificaron en pequeñas chuicas (bombonas grandes de vidrio); ahí aparecieron las características propias de los cepajes. Luego vinieron los años 80 con una crisis espantosa: el litro de vino costaba menos que un litro de agua y se trajo la moda de los parronales de Argentina. Los blancos bajaron calidad. De las 120.000 hectáreas de viñedo que teníamos en Chile, quedaron 65.000 y las estructuras de los parrones se pasaron al kiwi. Después se empezó a plantar en mejores lugares…Entonces un día le dije a la Claudia vamos a buscar algo para comprar en Traiguén y le pedí ayuda para conseguir el lugar a su papá”.
“Tengo miedo porque
el clima comienza a cambiar,
no tanto en el calor»
El resto de la historia ya se las contamos. El lugar elegido dentro del campo de don Alberto Levy, suegro de Felipe, está justo donde él soñaba construirse una casa, tranque y huerta para su señora. Las plantas de chardonnay las hizo Felipe con estacas que consiguió de un amigo.
“Si comparamos Traiguén con Casablanca”, explica Felipe, “donde hay menos lluvia, temperaturas más altas y más presión de humedad por la vaguada costera en la mañanas, durante época de maduración, todo el ciclo se da dos meses más tarde; si ahora están en plena floración, nosotros no vemos una flor hasta mediados de diciembre”.

¿En qué año comienzas el proyecto de vinos tintos de Viña Aquitania en Macul?
“Aquitania parte en los 90, el mismo año que la plantación de Sol de Sol. Este proyecto con los franceses Paul y Bruno Prats (director de Cos d’Estournel) partió como idea en el 86, pero tenían pensado, y creo que muy bien pensado, no traer inversiones a Chile hasta que no hubiera régimen democrático. En el 90 partimos con todo; en paralelo estuve hasta el 93 como enólogo de viña Cousiño Macul.
Ya no estás solo en Traiguén, y hay más de 145 hectáreas de viñedos tintos y blancos en la región. Además, el valle de Malleco es la nueva vedette del vino chileno. ¿Cómo ves su futuro?
“Tengo miedo porque el clima comienza a cambiar, no tanto en el calor, pero sí tenemos menos de esos chaparrones que caían durante junio, julio y agosto -200 mm cada mes- y sumaban 1.200 mm anuales. Además, las heladas caen en primavera pero también de repente en febrero y marzo, y algunas heladas son tan fuertes que queman hasta el trigo, eso antes no ocurría. Este año modifiqué el sistema de poda para asegurar yemas de brotación tardía, el estudio que me llegó desde Borgoña asegura que el 92% del viñedo podado así allá se salva”.
“Cumplí mi deseo de tener sauvignon blanc;
es delicioso, sin el carácter costero»
Con el tiempo, sumaste viñedos de sauvignon blanc y pinot en Traiguén pero ¿chardonnay sigue siendo la reina?
“Cumplí mi deseo de tener sauvignon blanc; es delicioso, sin el carácter costero. Pero la chardonnay tiene la impronta de haber sido el primer vino. Y sabemos que envejece muy bien, porque puede ser nuevo o viejo, pero tiene que tener uva concentrada, cosechada a tiempo; buen balance entre acidez y azúcar. La uva de sauvignon es una bomba de aromas pero si se te pasa ya no es lo mismo. Lo que estamos haciendo muy rico es el espumante de pinot-chardonnay 50/50. Se cosecha un poco antes, la última semana de marzo, primera de abril”.
La ley en Chile permite mover la uva sin perder la D.O. ¿Hubieras hecho igual Sol de Sol si no fuera así?
“Cierto, habría tenido que hacer una bodega allá y tener otro equipo todo el año, sin mucho que hacer. Tampoco amerita, porque tengo que comprar botellas y llevarlas al sur, pagar flete y luego volver a traer llenas porque allá no hay puerto. El traslado de las uvas cosechadas en la mañana temprano, se hace de noche en cajas pequeñas; no es necesario refrigerar. En ocho horas, al amanecer, están en nuestra bodega de Macul”.
Nueve añadas para explicar Sol del Sol
Para celebrar los primeros 22 años de Sol de Sol, Felipe junto a su equipo, con el nuevo enólogo José Manuel Peralta, debieron elegir solo 8 ochos vinos entre 2000 y 2021. Lo cuenta Felipe: “La selección fue muy minuciosa; buscamos que tuvieran la identidad del chardonnay nuevo, del mediano y del antiguo con muy buena evolución, que fueran desde la fruta bien fresca a frutos más maduros, y al final que cambiaran los frutos ácidos del chardonnay por frutos deshidratados, manteniendo siempre el frescor. Importante, además que no tuvieran defectos, lo que no fue un problema porque estaban todos muy limpios”.

Sol de Sol 2000. El primero. No hubo muchas lluvias en el ciclo vegetativo, pero justo antes de cosecha, en abril cayeron 50 mm, fueron 150 mm en total. “Tuvimos que esperar que se secara un poco el viñedo, para no llevar uvas mojadas a Macul, aunque llegaron con un poco de botrytis. Ayuda que las temperaturas son bajas en la recta final y no queman tanta acidez”. Comparado con la primera cata vertical hace 8 años atrás, ahora 2000 es aún más impresionantes. A la vista y en aromas parece un vino de cosecha tardía, pero en boca no tiene azúcar residual. Su deliciosa acidez final hace salivar.
Sol de Sol 2003. Parecido al 2000, pero más cálido al final del verano, muy buen año. “2002 fue más lluvioso que 2000 y más difícil, cuenta Felipe, pero nos empezamos a acostumbrar y despejamos en flor para que entre el viento y seque todo. Se notaron diferencias entre botellas. Las guardadas más cerca del suelo, más frías, suelen evolucionar más despacio, explicó Felipe.
Sol de Sol 2006. Año muy seco, sin nada alarmante. “El vino es muy cremoso, rico y largo. ¡Fantástico!”, dice Felipe. En Brasil fue número uno en un ranking de vinos importados; fue primera vez, además, que lo ganaba un blanco.

Sol de Sol 2011. El 2010 heló en todo el campo y tuvieron muy poca fruta, en consecuencia, también tuvieron menos fruta en 2011. Además, heló en las partes bajas. Con más fruta que 2010 y una temporada más fría, la madurez llegó tarde, pero llegó. 2011 es el vino más filoso, más herbal en aromas y con deliciosa acidez.
Sol de Sol 2013. Año seco (apenas llovió 81 mm entre enero y abril) y cálido, lo que dio un vino más estructurado, con más cuerpo, pero igual de rico. “Es el más masculino; de muy buen volumen, goloso y justa acidez”, dice Felipe.
Sol de Sol 2016. Año lluvioso -en abril cayeron 78 mm- pero muy bueno; la uva estaba muy sana. “Es una de las mejores cosechas”, dice Felipe, “hay que ver cómo sigue evolucionando”.

Sol de Sol 2018. Bastante lluvioso, aunque menos que 2016, y más frío. Cosecharon una semana antes que de costumbre para evitar pudrición. Otro año de deliciosa acidez y muy filoso en boca.
Sol de Sol 2021. “Es un vino muy rico, pero tuvimos que empezar a sacarlo a la venta antes de lo que yo quería. Estoy esperando que evolucione en la botella, es todavía muy joven”, explica Felipe. Es la añada más fácil de encontrar en el mercado (21.900 pesos chilenos/35 dólares USA).
Sol de Sol 2022. Aún en barricas, “viene rico pero también por exigencia de ventas, tuvo que estar listo antes y le suprimí su segundo bâtonnage”, para evolucionar con más complejidad más rápido”. Todavía no tiene fecha de embotellado.