Vinos de Méntrida, luchando contra la estereotipos

Esta DOP, ubicada al noreste de la provincia de Toledo, se repone a una injustificada fama de tintos recios y alcohólicos

Raquel Castillo

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No se conocen mucho, y eso que tienen una larga historia que les respalda. Pero en un país como el nuestro, donde existe una enorme variedad de vinos, estilos y zonas, resulta complicado sobresalir. Máxime si encima hay que enfrentarse a determinados sambenitos, como les ocurre a los vinos de Méntrida.

 

Y es que esta DOP, ubicada al noreste de la provincia de Toledo –lindando con Madrid y Ávila, al pie de la sierra de Gredos- arrastra una hoy injustificada fama de tintos alcohólicos, recios y de poca calidad que durante años estuvieron dedicados a graneles. Pero las cosas han cambiado, y mucho.

 

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Un pasado de graneles

En estas tierras ya había viñedo en el siglo XII, y durante 400 años fueron los vinos que se bebían en Madrid (y entonces el consumo de vino era mucho mayor que en la actualidad), no solo en las tabernas, también por la aristocracia instalada en la Corte. Pero este pasado glorioso empezó a decaer, y en el XX pasó prácticamente al ostracismo. Cuando se creó la denominación de origen en 1976 el panorama era complejo.

 

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El reinado de la garnacha

Desde siempre esta región ha sido el territorio de la garnacha, una uva que ahora está de moda y se reivindica para elaborar grandes vinos. El 73% del viñedo cultiva esta variedad, perfectamente adaptada al clima mediterráneo continental, seco y extremo, preponderante en la zona. Además se dan otras cepas como la tempranillo, la cabernet sauvignon, la syrah o la graciano, y en blancas la autóctona albillo real, viura, sauvignon blanc o chardonnay.

 

 

La garnacha es la que otorga personalidad y carisma a los vinos de Méntrida, que han ido adquiriendo entidad gracias al trabajo de una serie de viticultores y bodegueros en las últimas tres décadas. El enólogo Alfonso Chacón –junto a Belarmino Fernández fundador de Bodegas Canopy-, los también enólogos Dani y José Landi, la bodega Arrayán o bodegas Alonso Cuesta supusieron un antes y un después en la DO. “Hace 30 años llegamos una nueva generación con la idea de perder el complejo por el color. Mi propia casa era reducto de graneles desde hacía más de cien años, pero empezamos a elaborar de otra manera. Con el tiempo los nuevos enólogos de las cooperativas han cedido parte de sus mostos para hacer vinos distintos, copiándonos a las bodegas y dejando parte de su producción para sacar vinos de nuevo estilo, como ha sucedido con la cooperativa de Fuensalida o Viñedos de Camarena”.

 

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Las nuevas formas de elaborar pasan por ejemplo por vinificar con los raspones, sin despalillar (quitar la parte leñosa del racimo), para afrontar la falta de tanicidad de la garnacha, o efectuar la crianza en fudres o depósitos de cemento.

Al estilo actual

A las viejas garnachas imperantes en la DO, plantadas en vaso la mayoría, se han incorporado variedades foráneas ya adaptadas –con alguna excepción como la merlot que no se da bien en esta tierra- al tiempo que se recuperan cepas como la autóctona albillo real, variedad muy resultona en los blancos, que da vinos con mucho carácter y por la que ha apostado Arrayán con notable éxito. Desde Canopy están haciendo lo propio con la garnacha blanca, que desapareció, o el sauvignon blanc que elaboran en Alonso Cuesta.

 

Son vinos de corte actual, que enlazan perfectamente con las preferencias de un consumidor demandante de un estilo muy definido: redondez, equilibrio, madera justa, vinos ágiles y fluidos, fáciles de beber y de buena relación calidad-precio.

Quizás por todo esto los de Méntrida triunfan en los mercados exteriores. Choca que más del 50% de la producción de la DO se exporte, y que como matiza su presidente, “nos resulta más fácil vender nuestros vinos en Shanghai que en Toledo”, añadiendo que en los países nórdicos son auténticos fans. “Yo creo que los comparan con algunos pinot noir franceses –explica-, mucha fruta, poca madera, poco color y un precio mucho mejor”.

 

El enoturismo, una actividad cada vez más relevante

 

El futuro en su opinión pasa por potenciar esta forma de conocimiento del vino a través de los viajes, y el empeño por “conquistar el mercado español, Toledo en particular, introducirnos más en Madrid y continuar con la exportación”, señala. Una vía para dar a conocer los blancos, rosados y tintos que elaboran sus bodegueros.

 

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Entre los blancos cabe destacar La Suerte Albillo Real 2023 de Bodegas Arrayán (20 euros). Un excelente trabajo de la enóloga Maite Sánchez, que apostó por esta variedad histórica. Un vino complejo, con buena estructura, volumen, todavía joven que va a evolucionar muy bien en el tiempo. O el Blanca Sauvignon Blanc 2021 de Bodegas Alonso Cuesta (33 euros), una rareza en la zona, con 12 meses de crianza con sus lías (apenas 1.200 botellas). Una nariz sumamente curiosa, ahumada, tostada, con acidez y una boca compleja y voluminosa.

 

Un vino muy gastronómico

Con los rosados, dos propuestas. Una económica, el Condes de Fuensalida Garnacha 2023, de la cooperativa homónima (5 euros), un vino fresco, frutal, sencillo y correcto, de que hacen unas cinco mil botellas al año. Y otro más sofisticado, el Alonso Cuesta Rosado Garnacha Fermentado en Barrica 2022 (15 euros), que ha estado cinco meses en contacto con la madera. Fruta roja fresca, flores y profundidad en un rosado largo y elegante.

 

Con los tintos hay más donde elegir, pero nos quedamos con tres. Empezando por Las Uvas de la Ira 2022 de Vitícola Mentridana (21 euros), a partir de garnachas muy viejas de El Real de San Vicente, en el valle del Tiétar. Con él el enólogo Curro Bareño mantiene el proyecto que inició Daniel Landi años antes. Criado en hormigón y madera, es un tinto fresco y fluido, sabroso, que gusta.

 

 

La Viña Escondida Garnacha 2017 de Canopy (32 euros) se hace con cepas de más de 96 años y envejecimiendo 20 meses en fudres, 100% con el raspón. Fresco, floral, mineral y elegante, es un vino que no busca potencia ni estructura, sino que se beba bien.

 

Para terminar, un tinto singular para la zona. El Finca la Verdosa Graciano 2022 de Arrayán (28euros), con 12 meses de crianza en roble francés. Goloso, pero fresco, redondo, largo, tiene un indudable atractivo.

Recorrer los viñedos y bodegas de Méntrida sólo es una de las opciones enoturísticas que propone Castilla La Mancha, que acoge el mayor viñedo del mundo y cuenta con seis rutas destacadas: La Mancha, La Manchuela, Valdepeñas, Almansa, Jumilla y Méntrida-Toledo.

 

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