Bodega Weinert: en defensa de los toneles

Tras hacer la importación más grande de toneles que se ha vivido en Argentina en los últimos 70 años, la bodega Weinert reafirma una idea de vinos que va más allá de los dictámenes de la moda.

Rodolfo Reich

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Acaban de hacer la importación más grande de toneles de los últimos 70 años en Argentina.

El eco de los martillazos reverbera entre las viejas paredes construidas en 1890. Es un sonido que parece llegado de otro tiempo, de otro siglo. Estamos en la cava subterránea de Bodega Weinert: acá siempre hace frío, la temperatura no se mueve de los 14ºC, sea verano o invierno, haya nieve o sol. Los cuatro toneleros se cubren la cabeza con gorros y llevan buzos abrigados; son ellos los que martillan mientras encastran las duelas, cincelan los bordes de las puertas, colocan las válvulas de acero. Tres vinieron de Italia, el otro es un aprendiz chileno.

 

Trabajan de lunes a lunes desde hace tres semanas, apurados por volver a sus hogares. Fueron enviados por la tonelería italiana Garbelotto para armar 32 grandes toneles de roble francés en Weinert. Las capacidades van de los 4000 a los 7700 litros cada uno, sumando un total de 174.000 litros. Estos toneles se construyeron y se ensamblaron primero en Italia, donde se comprobó que no tengan fallas, roturas o pérdidas. Luego se volvieron a desarmar para enviarlos por barco a través del Océano Atlántico. Es un hecho que deja su marca en la historia: se trata de la importación de toneles más grande realizada en la Argentina al menos en los últimos 70 años.

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Bernardo Weinert, fundador de la bodega. Foto: B. Weinert.

Esta postal -la de los toneleros viniendo de Europa para armar toneles en la Argentina- supo ser habitual en nuestro país. Durante gran parte del siglo XX los vinos más codiciados eran aquellos que habían pasado como mínimo un par de años en toneles (muchas veces más tiempo) siguiendo el estilo y la tradición de una parte del Viejo Mundo. Hablamos de etiquetas emblemáticas en el consumo local, de bodegas centenarias como Norton, Graffigna, Etchart, Giol o La Rural, entre tantas más. Pero esto cambió de manera abrupta a partir de la década de 1990, con la reconversión de la industria del vino nacional. De un día para el otro, los toneles dejaron de usarse, convertidos en vetustas piezas de museo y fueron reemplazados por barricas de 225 litros. El objetivo explícito era lograr vinos concentrados, con aromas nacidos del roble: tintos de color casi negro y blancos de Chardonnay vainillosos, de esos que tanto gustaban a consumidores y críticos de los Estados Unidos. Casi la totalidad de las bodegas de la Argentina cayó rendida a esta vinificación; quedaron afuera muy pocas excepciones. Weinert es una de ellas: una bodega que se rebeló a los mandatos de la moda para mantenerse fiel a una idea.

«El tiempo es un ingrediente muy importante,

buscamos producir vinos clásicos

en el sentido real de la palabra»

“De pronto los toneles pasaron a estar mal vistos. La enología argentina quería modernizarse y para lograrlo barrió con todo lo previo. Fue como empezar de cero, copiando recetas del Viejo Mundo. Pero nosotros nunca creímos que era necesario hacer ese cambio tan drástico. Si antes habíamos logrado grandes vinos, ¿por qué olvidar todo? Le echaron la culpa a los toneles, pero ellos no eran responsables. Claro que Argentina precisaba de una renovación tecnológica; era imprescindible mejorar los controles de temperatura, las prensas, los trabajos en el viñedo. Y nada de eso tenía que ver con los toneles”, cuenta Hubert Weber, el enólogo nacido en Suiza que desde 1997 está a cargo de los vinos de Bodega Weinert.

 

Contra viento y marea

 

Weinert nació en la década de 1970, de la mano de Bernardo Weinert (fallecido en 2021), un empresario brasileño dedicado al transporte que en sus frecuentes viajes a Mendoza decidió armar una bodega para producir sus propios vinos y venderlos en su país natal. Por esos años, Argentina producía cientos de millones de litros de vino al año, apostando al volumen y no a la calidad. Bernardo tenía otra idea: quería hacer vinos que compitieran con los de Europa. Para lograrlo, adquirió una vieja bodega de finales de siglo XIX y contrató al enólogo Raúl de la Mota, nombre indiscutido de la mejor enología argentina. “Compramos 233 toneles viejos que venían de las bodegas El Globo y Giol, incluyendo un enorme tonel de 44.000 litros de roble de Nancy, que al día de hoy es el tonel en uso más grande del país”, cuentan. Con la cosecha de 1977 -de donde proviene su más famoso vino, el Estrella 77- Weinert fue una de las casas pioneras en poner la palabra malbec al frente de una botella.

No debe haber sido fácil para esta bodega mendocina mantenerse al margen de la fiebre por las barricas, desencadenada sobre el vino argentino desde mediados de los años 90. Los puntajes Parker más altos y los artículos periodísticos alababan esos vinos concentrados y en extremo maderizados. Muchos incluso pasaban un año en una barrica nueva y luego un año más en otra barrica también nueva, lo que por entonces se llamaba con indisimulado orgullo “200% barrica”. No ceder ante la moda significaba quedar fuera del creciente mercado de exportación a los Estados Unidos; y perder también ventas en el cambiante mercado argentino. “Hubo una presión para que cambiemos nuestro estilo, especialmente desde el mercado interno, pero no así del externo, en especial del europeo, que era y sigue siendo nuestro primer destino de exportación. En Weinert el tiempo es un ingrediente muy importante, buscamos producir vinos clásicos en el sentido real de la palabra; vinos con un perfil marcado, un norte establecido, que trascienden las modas”, dice Iduna Weinert, hija de Bernardo, hoy a cargo de la dirección comercial de la bodega.

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Hubert Weber, enólogo de Bodegas Weindrt. Foto: B. Weinert.

Mientas que la enorme mayoría de las bodegas de Argentina, las más premiadas y exitosas, lanzan sus vinos de alta gama dos, tres, a los sumo cuatro años después de su añada, Weinert sigue apostando por el paso del tiempo. En su línea Cavas de Weinert, por ejemplo, vende hoy vinos de la cosecha 2012, que pasaron al menos siete u ocho años en toneles y el resto en la botella. A esto se suman etiquetas especiales como Tonel Único Malbec de 2006 (embotellado en 2020), un fantástico Merlot Estrella 1999 (embotellado en 2002) o el Cabernet Sauvignon Estrella 1994 (embotellado en 2001).

 

“Esto no significa que nos hayamos quedado en el pasado. Constantemente estamos invirtiendo, sumando tecnología, mejorando procesos. Compramos nuevas prensas, ahora estrenamos toneles, también refaccionamos la bodega. Pero hay ciertos principios que mantenemos sin tocar: para la línea Weinert seguimos usando en exclusiva viñedos de la primera zona de Mendoza, de Luján de Cuyo, de pie franco y con riego por manto. No es lo mismo un viñedo injertado; no es lo mismo un riego por goteo. En este caso son todos viñedos antiguos, con racimos chicos que aseguran concentración de taninos, polifenoles y aromas. Estas son las características que queremos tener para luego añejarlos en toneles”, dice Hubert.

“A un malbec de viñedo viejo y de una buena añada

lo podés tener 15 años en un tonel

 mantiene el color y la fruta”

Los vinos de Weinert son únicos en el mercado argentino, haciendo su propio camino y consiguiendo clientes fieles que los buscan. “Exportamos el 80% de la producción, en especial a Inglaterra, Noruega, Suiza y Finlandia. Cuando agarré la dirección comercial, se exportaba el 100%. Nuestro objetivo es bajar ese número al 60%; queremos que el 40% restante se quede en la Argentina”, dice Iduna. En Francia, por ejemplo, el representante de Weinert es nada menos que Sergio Calderón, posiblemente el sommelier más prestigioso de la Argentina; y a fines de este mes, el 29 de noviembre, la bodega presentará por primera vez sus vinos en España, con un evento para prensa y clientes en la embajada argentina, de la mano de la distribuidora Salú! Vinos Argentinos.

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Tonel de vino orgánico. Foto: B. Weinert.

“En Argentina, el malbec evoluciona mucho mejor que el cabernet”, asegura Hubert. “A un malbec de viñedo viejo y de una buena añada lo podés tener 15 años en un tonel y mantiene el color y la fruta”, dice. “A diferencia de lo que pasa con la barrica, los toneles no sobrecargan el vino con aromas de madera, sino que mantiene la ciruela típica de Luján de Cuyo, sumando algo de canela por el roble y ganando aromas terciarios de chocolate y tabaco que están pero no dominan”.

 

A tono con las necesidades del mercado, la bodega sumó también la línea de vinos Montfleury, elaborados solo con uvas del Valle de Uco. En este caso, la guarda es más breve y en pipones de roble de 500 litros. “Cuando perdimos nuestra posición en el mercado interno, lo tomamos como un aprendizaje para el presente”, confiesa Iduna. “La línea Montfleury busca ocupar ese espacio, porque entendemos que hay consumidores que quieren vinos con esa frescura que da el Valle de Uco. Creo que una forma inteligente de conducir una empresa es la fluidez, como el caudal de un rio, que va abriendo espacios y caminos pero para seguir siempre su curso. A veces los terrenos son más fáciles, a veces más difíciles”.

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Nave de toneles de Weinert. Foto: B. Weinert.

En una relación que no esconde algo de pendular y caprichosa, hoy nuevamente las bodegas argentinas dejaron de lado la omnipresencia de la barrica nueva de 225 litros. Un poco, seguramente, por el valor dolarizado de esa barrica; pero aún más porque entendieron que su uso indiscriminado termina eclipsando la identidad y el origen de los vinos. Cada vez son más comunes los vinos que se guardan en barricas más grandes y de varios usos, de 400 o 500 litros; también en fudres y toneles de 1000, 2000 o más litros. Y están los que directamente esquivan toda madera y son guardados en recipientes de concreto, cerámica y otros materiales. De algún modo, Weinert demostró con esa tozudez por mantenerse fiel a sus principios una coherencia y una mirada que hoy el resto de la industria recupera. Son vinos únicos, propios, con la complejidad y serenidad que solo el tiempo logra dar. Vinos actuales que dialogan con la tradición argentina. Hay algo que emociona en esa tozudez. Hay algo que emociona en ese eco de los martillazos que resuena en la vieja cava de la bodega.

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