Contra lo esperado, la leyenda de Robert de Niro siguió creciendo el pasado martes en Madrid.
A estas alturas de la película es difícil pensar que la leyenda de Robert de Niro pueda seguir creciendo y, sin embargo, el martes ocurrió, al menos para todos aquellos que tuvimos la suerte de poder tenerle cerca por unas horas. Y ocurrió porque el hombre suplantó al actor en varias ocasiones. Llegó el martes a Madrid sin darse importancia, medio vestido de homeless, con su gorro, su abrigo y su mascarilla, y antes de instalarse en el hotel Ritz pasó a visitar a un amigo, le vio un fisio y cenó en un pequeño restaurante abierto para la ocasión, uno de esos de los que no se habla en las guías.
Lo que más le ha preocupado en su estancia –o casi lo único– es la intimidad de su novia, Tiffany Chen. Tiffany es el gran descubrimiento, la mujer capaz de meterse a todo el mundo en el bolsillo con su cercanía y su talento para deshacer los momentos en los que Bob –como le llaman desde pequeño– duda si abrirse con la gente o cerrarse en su concha de estrella.
En cuanto se siente cómodo y seguro aflora el italiano que lleva dentro, sonríe de la manera que todos conocemos y se arranca con un sentido del humor ácido como un limón. Son las tres en punto cuando entra por la puerta de la suite real, donde tendrá lugar el «almuerzo impagable» de Madrid Fusión. ¿Ayudaría usted a promocionar el congreso a cambio de un almuerzo impagable a cargo de algunos de cinco de los mejores cocineros del mundo?
«Of course, I’m in», se grabó en un vídeo. ¿Se acuerdan? Y el chico de Little Italy cumplió su palabra… y aquí está, dispuesto a meterse entre pecho y espalda una comida de pantalones largos creada ex profeso para él y su novia.
Lo que sobre, para llevar
De Niro saluda de modo a los presentes mirando a los ojos y bromea a continuación para marcar el tono del encuentro: «¿Me pueden poner todo lo que sobre para llevar?». Y las medias sonrisas y caritas de bobo de los presentes, incluidas las de cocineros con muchos tiros pegados, como Martín Berasategui o Joan Roca, se relajan.
El ambiente de camaradería se expande como un gas y a lo largo de casi tres horas de almuerzo se vuelve más distendido y entusiasta. Los invitados están felices, pero los cocineros no se quedan atrás. Están realmente emocionados y trabajan en un pequeñísimo espacio colaborando unos con otros.
El grupo de personas que da la función permanece oculto tras una pequeña puerta corredera a modo de biombo, pero la cuarta pared se rompe varias veces, como en los teatros del Off Broadway. La primera, cuando Tiffany se levanta a fotografiar cómo Mauro Colagreco saca de la montaña de sal la remolacha asada y después, cuando vuelven para ver a Martín pilpilear sus kokotxas.
La comida fluye y el ambiente se dulcifica. Los platos vuelven vacíos, uno detrás de otros. No hay mejor reconocimiento que ese para un cocinero. A los De Niro les interesa la comida, mucho, no le hacen feos a ningún producto. El momento culmen es el plato de angulas con su pilpil y guisantes lágrima que les sirve Carles Tejedor, mano derecha de José Andrés que ha viajado a Ucrania. ¿Se lo comerán? No solo terminan su ración sino que De Niro mete el dedo en el plato para rebañar la salsa.
Platos vacíos
La emoción se contagia de la cocina al comedor y viceversa. Piden pan y aceite y el resto del almuerzo será una cuesta abajo maravillosa. Berasategui, contento como un niño con juguete nuevo, le enseña a hacer garrote y le muestra cómo va a terminar la merluza. «Ahora necesito cinco minutos para acabar el plato», dice. «Por supuesto, lo que haga falta», le autoriza Toro Salvaje. De Niro ha mojado pan, ha chupado la cabeza de una gamba roja hervida en agua de mar, ha cortado jamón y ha sonreído. Ha sonado Coltrane y cuando el Tondonia blanco de 1964 y el Vega Sicilia Único de 1989 corren por sus venas piden algo de música española: Rosalía.
En la habitación de al lado se amontonan los platos vacíos y a medida que avanza la función, unos cocineros dan de comer a otros los extras que se habían traído por si acaso. Una gamba de Denia por aquí, una cucharada de angulas por allá y unas botellas de Don Perignon para celebrar cómo va la cosa. No podía haber terminado mejor.
Bob vuelve a dejar paso a Robert y en un sillón digno del capo di Corleone cuenta sus impresiones sobre la comida y graba su parte del acuerdo para el próximo spot de Madrid Fusión, otra historia de la que ya tendrán noticia por aquí. De Niro vuelve a su puro y departe un rato interesándose por el congreso, por cómo lo organizamos y le invito a venir a verlo. Sonríe y mueve la cabeza. Se siente realmente sorprendido de que nunca antes nadie haya vivido algo así y bromea: ¿Cuándo es la próxima cita?
Se despide, cálido y agradecido, camino de su suite. Tiffany deja caer por lo bajinis: «Es la mejor comida que he hecho desde que estoy con Bob».