Un gran menú histórico nos sirve para despedirnos de Víctor Alamino, portero y aparcacoches casi 40 años, y dar la bienvenida al chef Sergio Humada
Luis Tusell (redonda) y Xavier Agulló (cursiva)
Hay emblemas que no desaparecen, pese a los cambios. Los años pasan, y ahí siguen los que son referentes. Es el caso de Via Veneto. Modas, tendencias, crisis, cocineros y empleados pasan por el local de los Monje en la zona alta de Barcelona, que se empapa de las modas justas y las tendencias necesarias sin perder su esencia. El espectacular menú que degustamos fue nuestro estreno con su nuevo chef, Sergio Humada, que ha relevado a Carles Tejedor. Nos sirivió también para charlar con Víctor Alamino, el hombre que ha recibido a todos los comensales y les ha aparcado sus coches durante los últimos 40 años, y que ahora se jubila.
Víctor, para muchos, es una de las caras de Via Veneto. Al menos la primera que ven al llegar y la última al marcharse. Le han llegado los 65 años y es momento de pasar más tiempo con su familia, visitar más a menudo su Córdoba natal e ir a los toros. «Póngame la moto más arriba, por favor, señor Agulló», le dice a Xavier tras darle la mano. La entrada ha de estar bien despejada. En el bar del restaurante, y antes de pasar al comedor, aprovechamos para charlar con un hombre que ha llegado a aparcar 58 coches en un solo día. Le pedimos que se siente con nosotros. Con una mirada pide permiso a Pere Monje, que asiente. Se saca la gorra y nos empieza a contar, tímidamente.
«Yo tenía vocación de torero, pero el permiso paterno era necesario y mi padre no me lo quiso dar», nos cuenta recordando su juventud cordobesa. Al final trabajó en un casino y el destino le llevó a Italia, donde sirvió durante tres años como mayordomo y chófer de una familia noble de Turín. Alli empezó ya a conducir coches de lujo, como Lamborghini o Jaguar. Pero, con su mujer, decidió «volver a casa». Y se trasladó a Barcelona, donde ya estaba instalada su familia, que había dejado Córdoba en busca de mejores oportunidades. Es el año 1974, el mismo en el que, a través de su primo, entra en contacto con la familia Monje y comienza a trabajar de camarero suplente en Via Veneto. Duró poco esa situación provisional, porque el portero-chófer que había por entonces se marchó y los Monje le ofrecieron el puesto a Víctor. «Me dijeron que me querían para muchos años, y hasta hoy».
En estos casi 40 años, Víctor asegura no haber tenido jamás ningún incidente importante con los coches que ha aparcado en el aparcamiento que hay en frente del restaurante. «Lo importante es no tener miedo», explica. Y ha llevado automóviles de ensueño. Recuerda especialmente un Ferrari y un Mercedes McLaren. Pero matiza: «Atiendo igual al que viene en un taxi que al que viene en un Rolls Royce».
Sí se han producido anécdotas, como es lógico. Como cuando un cliente vino a celebrar la compra de su nuevo coche directamente desde el concesionario. Al salir del restaurante, se había quedado sin batería. O el que se confundió y le dio las llaves de su casa en vez de las del coche. Hace años, la bola de enganche de remolque de un Seat 132 se enganchó al parachoques delantero de un Dos Caballos. El propietario ni se dio cuenta, y arrancó arrastrondo al Dos Caballos. Víctor tuvo que ir a avisarle a la carrera.
Y es que correr, Víctor corre un rato. Se percató también Ronaldo, tras una comida navideña de la plantilla del Barça. Al acabar, todos los jugadores salieron a la vez y pusieron en un aprieto a Víctor, que tuvo que acercarles 20 coches a la vez. El ex jugador brasileño comentó en voz alta lo mucho que corría Víctor, a lo que el por entonces presidente azulgrana, Josep Lluís Núñez, le recordó: «Y no gana lo que tú ganas». Futbolistas han pasado muchos en estos 40 años por Via Veneto. Y estrellas de Hollywood, políticos….Pero los que más han impresionado a Víctor han sido el ex presidente de Estados Unidos, George Bush (padre) y Don Juan de Borbón y María de las Mercedes, padres del Rey.
Ahora Víctor reconoce estar algo triste aunque ya tiene ganas de jubilarse. Sus propios compañeros reconocen que le echarán de menos. Son muchos años juntos, y todos le demuestran su afecto. «Echaré mucho de menos esta casa porque el señor Monje me ha ayudado mucho». Precisamente, Pere Monje reconoce lo difícil que ha sido buscarle sustituto a una persona como Víctor, poque «siente el oficio». Tras un escrupuloso proceso de selección, Carlos será a partir de ahora el responsable de aparcar los coches y dar la bienvenida a los clientes de Via Veneto. Estos días, ha estado realizando un entrenamiento junto al propio Víctor, que le ha transmitido las claves del día a día.
Y mientras Víctor se va, Sergio Humada se consolida tras llegar al restaurante en septiembre. El reto de sustituir a Carles Tejedor no es fácil.
Amo esta sensación extraña y placentera, este cosquilleo inconcreto de deleite latente que recorre mi cuerpo cuando penetro en Via Veneto. Y las sonrisas que ya no cesan, y la cálida bienvenida de Pere Monje, y el saludo moroso del maître, los camareros, el sumiller… ¿Cómo volver a casa? Evidentemente, como la vuelta a una casa ideal, soñada, a la esquiva felicidad perdida… Han pasado los años, las comidas gloriosas, las cenas ostentosas, las copas alargadas, pero Via Veneto, los Monje, siempre serán para mí un mihrab al que quiero acercarme con un raro respeto, fruto no sólo de mis propias mitologías sino también de la certificación de una trayectoria admirable, impecable, más allá del tiempo.
Hoy probaremos algunos de los nuevos platos de Sergio Humada, el joven chef (aunque con densa experiencia: Arzak, El Celler, Mugaritz…) que se ha incorporado al restaurante hace unos meses; pero también –gracias por la ecléctica sensibilidad, Pere- algunos de los clásicos de la casa que no han perdido aquí nervio ni grandeza. El placer gastronómico es a menudo un laberinto en el que no importa recorrer pasados recodos…
Navaja con cítricos. Mini. Elegante en su minimalismo. Versión de la “gilda” con sardina ahumada y aceituna rellena de queso y guindilla. Una “gilda” pijísima. Cortezas de bacalao que hay que “dipear” en un pil pil de cítricos. Canapé de caza –perdiz y liebre- de morbosa textura que es “nevado” de tartufo en directo… A su lado, un refinado “shot” de “escudella i carn d’olla” en miniatura. Y el sofisticado sándwich de cochinillo.
No acaba en los aperitivos la sutileza. Ahí está ese fino tartare de cigala con ostra, espuma de yuzu y aceite de jamón ibérico, envolvente, pícaro… Y el dumpling de gamba –uno de los platos que ya está en la historia reciente de Via Veneto, creación del anterior chef, Carles Tejedor- con ese toque de plancha, con el dashi… Pero también Via Veneto es lujuria y desenfreno culinario: tagliolini con huevo a baja y salsa de ceps y foie gras. Sí, tío, sí. Y de aquí a la epifanía final: la trufa negra al champagne, en epicúreo “flash back”, y la majestuosa liebre a la royale, la de verdad (odiamos esos inventos que convierten el plato en meras hamburguesas), con esa textura firme, ese sabor montaraz y profundo, con su tatin de manzana, las virutas de nuez y chocolate…
Los regalos finales pertenecen al señor Ramos, que nos dedica su naranja virtuosa, y a José Martínez, el sumiller, que nos propulsa a un cosmos deleitoso de flores y miel con un improbable Chateau d’Yquem 1996.
Ya en la calle, el nuevo portero, Carlos, de Granollers, cargado con el pesado abrigo marrón, es una película a cámara rápida entre coches y taxis. Y una nueva historia que probablemente asombrará a otros cronistas futuros se empieza a escribir en Via Veneto…