“Parte del encanto del mar es la incertidumbre”. Para Juan Carlos Uribe, aventurero, pescador y mamagallista profesional, El Barco de Buena Mar, pescadería y restaurante, fue su manera de reengancharse a la vida de la ciudad tras años de vivir junto al Océano Pacífico en el Chocó colombiano. Graduado del colegio en Medellín, se fue a estudiar tecnología de pesca submarina a Rhode Island (EE UU). Continuó su periplo trabajando en barcos en Alemania, de donde regresó a Colombia tras un naufragio.
Amante del mar y de la aventura, a finales de la década de 1970 llegó a la playa Coca Cola, en sus palabras “las más bella de Bahía Solano”. El curioso nombre obedece a que su padre, Próspero Uribe, trabajó en la empresa que había llegado a liderar el señor Albert Hammond Staton desde Atlanta. Fueron 55 años en los que pasó de conductor de camiones repartidores a gerente. Se convirtió en la mano derecha del norteamericano, quien le regaló la playa que adquirió el nombre de la bebida.
Rincón Pacífico en Medellín
“Me dieron dos paludismos y una leishmaniasis, y me echó eso, pero quedé más enamorado que un chucho”, recuerda Juan Carlos de su aventura chocoana, de la que regresaría a su ciudad natal, también por amor, a hacer su vida con Mónica Giraldo. En esa época era incipiente el mercado de pescados del Pacífico y escaso el número de quienes valoraran la llegada de insumos frescos.
Aún en Bahía Solano, Juan Carlos empezó a mandar pesca fresca en una neverita de icopor, y Mónica hacía las entregas a restaurantes como La Provincia y La Cafetiere de Anita. De regreso en Medellín, montó un pequeño cuarto frío en la Central Mayorista de Antioquía, donde empezó El Barco de Buena Mar como pesquera. Con los años la demanda creció, al igual que la oferta, y se pasaron a la bodega en la que operan hoy, justo afuera de la plaza y en una zona donde hoy existen otros conceptos similares.
Con el segundo piso infrautilizado y con la llegada de la cocinera tradicional Carlina Mena, que a sus 70 años sigue siendo la encargada de los fogones, optaron por abrir una cevichería. La acogida fue inmediata, y de hecho quienes los visitaban preguntaban por qué no les vendían además un pargo frito, un arroz con coco; cocina caliente. La historia la recuerda David Uribe, hijo de Juan Carlos y quien hoy está al frente de la operación: “nunca hubo intención de abrir un restaurante, sino que la demanda, empezando por los amigos de mi papá, fue conformando la oferta”.
Veinte años después, el restaurante ocupa los pisos dos y tres de la bodega, en un lugar que transporta al entorno marino desde la entrada. No hubo diseñador de espacio. Cada objeto allí ubicado cuenta una historia de alguna de las múltiples aventuras de Juan Carlos: el remo de la lancha de un indígena que lo transportó, boyas, tallas en madera hechas por él mismo y más. Las paredes están intervenidas por el artista Julio Toro, un autodidacta que conoció en Bahía Solano hace años, que hoy además es vecino de la pesquera.
Cocina contundente
El restaurante de El Barco de Buena mar abre de lunes a domingo solo para almuerzo y de su cocina salen ceviches, empanadas de atún, cazuelas de mariscos y de camarones, pescados fritos y a la plancha con arroz con coco y patacones, camarones y langostinos preparados de formas diversas y colas de langosta. Apoyando a Carlina en la cocina hay todo un matriarcado que inicia su jornada bien temprano con salsa y champeta. Eso sí, a las 11.20 de la mañana están listas para servir almuerzos.
Juan Carlos tiene muy clara la base de una buena receta: “empieza con el amor con que se hace, la sencillez, ingredientes frescos y una buena disposición, sabiendo que lo que uno va a entregar es energía. En este caso, energía del mar. Entonces, con una buena fusión de los sabores que se van experimentando con el tiempo, los que a uno más le gustan, se desarrollan preparaciones distintas, soportadas en la tradición del Pacífico colombiano, pero con libertades”.
En la parte administrativa está Jakeline Sánchez Mena, sobrina de Carlina, quien nació en Quibdó hace 42 años, se formó en Apartadó y llegó a Medellín en 1997, huyendo de la violencia. Entró a ayudar en cocina y lavar platos, “y ahora estoy liderando el barco”, afirma con una sonrisa. Recuerda con cariño su vida a la orilla del Atrato y a su familia, desde su abuela Eleofine, hasta sus tíos Atanasio, Asnoraldo, Inéfina y César Baudilio, entre muchos otros, que siguen allá en esa Colombia rural en la que la comunicación se da a gritos de una orilla del río a la otra.
Pero su vida está en Medellín, en El Barco de Buena Mar: “Este restaurante es muy raro, ellos no son como mis jefes, sino como mi papá y mi niño”, dice refiriéndose a Juan Carlos y a David. La llegada de este último ha resultado fundamental, pues tras la pandemia el barco estuvo por zozobrar. Hoy trabajan con diversos restaurantes de la ciudad, a los que no solo les venden producto, sino con los cuales hacen eventos.
Para cerrar el 2024 se tomaron la cuadra de El Barco de Buena Mar y junto con Casa El Ramal, que ha posicionado su preparación de ollas populares en su local del barrio El Poblado, hicieron un plan decembrino callejero. “Esta zona es más muerta al final del día, pero se presta para una tendencia mundial que justamente busca posicionar áreas que están al margen de las más populares”, afirma David.
Una sola ola puede hacer la diferencia en las aventuras pesqueras que relata Juan Carlos, gran respetuoso del mar. Así, al vaivén de ese indómito amado, han sorteado tempestades en aguas abiertas y en la ciudad. Intacta sigue la voluntad de seguir llevando el barco a flote. Hay insumos, hay sazón, hay equipo. Las ganas de remar no se agotan.