Felipe Loayza, el quijote de Los Oasis de Tarapacá

Con porfía, ingenio y liderazgo, logró lo que nadie antes: devolverles su truncada y heroica tradición vitivinícola a las chacras y a los habitantes del desierto de la Pampa de Tamarugal, en la chilena Tarapacá.

Mariana Martínez

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“¡Pucha que se demoraron! Les tomó 80 años revivir el vino de los oasis de Pica, Quisma y Matilla”, dice el pizarrón apoyado en un esqueleto de plástico. Lo firma Jacinto Loayza y nos da la bienvenida al galpón levantado por Felipe Loayza entre árboles de árboles de cítricos, guayabas, mangos y palmeras datileras.  En este mismo espacio, más de 4.500 personas, en su mayoría vecinos, han descubierto porqué en 1937 se dejó de hacer vino en los oasis del desierto de Tarapacá. Felipe, tan delgado como alto, habitante del colorido pueblo de Pica, es pieza clave en esta historia.

 

Cuando estuve de visita en su chacra, decorada con el arte que él mismo va creando, Felipe se definió como profesor de vocación y con alma agraria por convicción. Esa alma se fortaleció cuando regresaba de vacaciones desde Antofagasta, donde estudiaba para ser profesor de educación física. “Pellizcábamos las uvas maduras que encontrábamos entre los callejones”, cuenta.

Frontera del oasis de Pica con el desierto.
Frontera del oasis de Pica con el desierto.

Soñador como su padre, también agricultor y comerciante, Felipe trabajó en Antofagasta hasta que lo llamó el desierto. Entre 1979 y 1980 un amigo le dijo “haz tu chacra acá, porque hay agua”. Le hizo caso y pidió el terreno con su hermano. “Cuando llegó la energía, pudimos hacer los pozos en forma vertical; antes eran horizontales y se llamaban socavones o puquios. Antes el lugar fue verde, tenía perales, higueras y muchas viñas. Pero se secó”, explica Felipe.

 

Por la cantidad de cerámicas rotas que se ven en el desierto, alrededor de la propiedad, se cree que pudo haber sido un lugar de elaboración de tinajas. “Hay restos de cerámicas tardías, de las antiguas, incaicas y españolas. Porque primero llegaron los incas, luego los españoles… y después llegué yo, otra conquista en el mismo lugar. Por eso le puse El Conquistador.

En verano de 2012 El Conquistador

tuvo su primera vendimia

Un alemán que conoció en las calles de Pica le ayudó a encontrar agua con radiestesia. “Hicimos el pozo, que sirve para regar nuestras 4 hectáreas. El agua no es muy buena, pero la puedes manejar; la de los socavones sí lo es. El suelo lo puedes manejar, lo que no puedes manejar es el clima. Acá es bueno: alta luminosidad, alta temperatura y humedad relativa más baja estresan la planta y aportan elementos que hacen únicas sus frutas y sus características organolépticas”.

 

El profesor de un amigo de infancia pidió a Felipe mandarle a Santiago sarmientos de las vides silvestres. El amigo es Jorge Alache, quien sabía que Pica, actualmente convertido en vergel de cítricos y frutos tropicales, fue territorio de viñas desde que fuera parte del Virreinato del Perú.

 

Cepas resistentes

 

El Instituto de Investigación Agraria (INIA), explica Alache, tenía interés en trabajar con portainjertos tolerantes con suelos altos en boro y sal, como eran los de la pampa llamada del Tamarugal, a más de 1300 msnm. Alache, ingeniero agrónomo y asesor de Felipe en los frutales de su chacra, cuenta que aquella solitud despertó en su amigo la idea de volver a hacer vino en los oasis.

orge Alache
Las cepas silvestres tomaron camino De Santiago gracias a Jorge Alache.

Felipe preguntó a los amigos que lo apoyaron en la aventura “¿vino de Pica, pasado o futuro? Porque el recuerdo que tengo de niño es de cuando nuestros antepasados prendían una vela en la noche y se ponían a conversar, y siempre aparecía el tema del vino. Se acompañaban de una botella, ya no de acá, sino del sur”.

 

Plantó lus primeras 28 vides entre 2007 y 2008. En verano de 2012 El Conquistador tuvo su primera vendimia. “Hice 12 litros. De las mismas parritas que rescatamos de las huertas, fuimos reproduciendo”. Para 2022 tenía 600 plantas. El problema, lamenta sin perder el optimismo, es que por el boro bajan la producción después de tres años.

Quince agricultores forman

la Cooperativa Lagares de Los Oasis

Felipe cuenta que un vecino supo de su interés y lo llevó a la viña con la que sus abuelos le dijeron que se hizo el mejor oporto de Pica. “Pedí permiso como corresponde, saqué unas estacas, las planté, y de ellas hicimos el primer vino dulce. Para los españoles era la castellana, para los indígenas canseca”.

 

Hoy, gracias a estudios de ADN realizados en el INIA, sabemos que es criolla canela, hija sudamericana de la moscatel de Alejandría. Además, encontraron nueve cepas que no crecen en ninguna otra parte. Entre ellas, una más resistente al boro, que bautizaron pica, y otras dos, implantadas en todo el Valle Central de Chile, la tinta país, aquí llamada gobierno, y la huevo de gallo o blanca ovoide, identificada como tamarugal en el registro internacional de variedades.

 

Llegaron los enólogos

 

Su última vendimia fue en el año 2021. “Ahora hay enólogos, me dice con su voz ronca y alegre. Terminó mi preocupación por si el vino se oxida o avinagra”. Nada más cierto. La pareja de enólogos formada por Victoria Contreras y Sergio Jara, llegaron a los oasis en enero de 2022.

Victoria y Sergio
Victoria Contreras y Sergio Jara concretaron en Pica lo intentado en Codpa.

Venían de hacer un levantamiento de información en los antiguos viñedos y bodegas artesanales de Codpa, una quebrada detenida en el tiempo de la región de Arica-Parinacota, en el norte aún más extremo de Chile. “Gracias a ese levantamiento, cuenta Sergio, publicamos fotos en redes sociales y alguien del INIA nos contó que había alguien haciendo vino en Pica, y que necesitaba ayuda. Era Felipe Loayza. Conversé con él y decidimos asesorarlo con una mirada comercial; llegamos a Pica y empezamos a armar la bodega. El de Felipe era por lejos el mejor vino del Norte Grande. A pesar de que no tenía conocimiento técnico, tiene los ojos abiertos. Sin darse cuenta había hecho ensayos y tratamientos diferentes”.

 

Sergio y Victoria entendieron que la historia era potente. “Lo que hicimos fue ordenar ese relato y darle una dirección. No necesitamos un guionista, acá el relato es genuino. Se hizo vino por 400 años y empezamos a develar porqué se acabó de golpe”.

 

Desaparecidos desde 1937

 

A mediados de agosto pasado, Sergio presentó en Santiago los vinos de la Cooperativa Lagares de Los Oasis Pica, Quisma y Matilla, formada por quince agricultores; cuatro de ellos, incluyendo a Loayza, suman ya 1.500 plantas. Todos los vinos eran de la cosecha 2024. Unos más salinos y frutales que otros, y uno de ellos dulce.

 

Primero, Sergio contó que el estado chileno expropió en 1925 la vertiente que daba agua a los oasis de Quisma y Matilla, y la redirigió hacia la ciudad costera de Iquique. Con esta medida, acabó una actividad que en el siglo XVI llegó a producir en ambos oasis 650.000 litros de vino anuales, quedando solo uno de sus 500 habitantes.

La vida es sencilla en los pueblos de Los Oasis.
La vida es sencilla en los pueblos de Los Oasis.

Desde 1927, el estado agregó un alto impuesto al vino y a cada parra de la Región de Tarapacá, por la presión de los productores de la zona central y el creciente alcoholismo entre los mineros. Un par de años después colapsaba la industria salitrera que motivó la Guerra del Pacífico, en la que Perú perdió las actuales regiones de Arica-Parinacota y Tarapacá.

 

En 1935 empezó la chilenización del norte, persiguiendo y expulsando a los peruanos que habían decidido quedarse. La mayoría eran viñateros y vieron el vaciado de sus vasijas de vino y la clausura de sus alambiques. Sergio remató su intervención: “Jacinto Loaiza, agricultor matillano, registró en 1937 la última vendimia de los oasis”.

 

Sabemos ahora que el tatarabuelo de Jorge Moya, uno de los amigos que apoyaron a Loayza, era uno de los hermanos Medina, dueños del Lagar de Matilla, declarado Monumento Histórico Nacional en 1977. Sus vinos alcanzaron premios en las ferias de Sevilla y París a inicios del XX.

 

Proyecto emocional

 

Lagar de los Oasis, explicó Sergio, está reparando el tremendo daño realizado por el estado de Chile a los agricultores. “Por eso, uno de los grandes valores es que es un proyecto enológico emocional; no están pensado en cuánto van a ganar. Es como una reparación de constelaciones familiares; están recuperando lo que les arrebataron a sus abuelos».

Lagar de Matilla
El Lagar de Matilla fue declarado Monumento Histórico Nacional.

A la vez es un proyecto social, por los talleres con la comunidad y en el Liceo Bicentenario Padre Alberto Hurtado de Pica, donde Sergio y Victoria enseñan viticultura y la historia local. “Te puedo decir que hasta 2022 logramos todo esto que existe gracias a Felipe. Lo que queríamos hacer en Codpa es lo que estamos haciendo en Pica. Se necesitan líderes que empujen”. La Fundación Collahuasi financia el trabajo social desde 2024.

 

Pregunté a Felipe cómo quiere seguir. “Al inicio, me dijo, nuestro foco era hacer vino a la usanza antigua, con la pisa pisa en lagares de piedra, y guarda en tinajas de greda, y desarrollar el agroturismo. Queremos mostrar cómo se hacían las vendimias antiguamente, con qué cánticos, qué se comía, qué función cumplía el baile de la cachimba. Con escasez de agua no podemos competir, hay que darle valor agregado.”.

Botella de Lagar de Oasis
Lagar de Oasis de Pica.

Otro proyecto en el que trabajan busca recuperar un terreno histórico, donde existe uno de los lagares abandonados, para hacer un museo y plantar parras. “La idea es seguir haciendo el vino en una única bodega y puedas comercializar lo que te devuelva como gustes, cada uno con su propia etiqueta y con el sello de Los Oasis”.

 

Lautaro Núñez, arqueólogo y antropólogo, Premio Nacional de Historia 2002, me envío por carta un buen final para esta hazaña: “Solo un Loayza, genuino descendiente de las familias españolas que desde fines del siglo XVI instalan las primeras viñas en los oasis de San Andrés de Pica, pudo ver unas parras arrinconadas, sobrevivientes de tanto tiempo ocultas y pensó por qué no intentarlo. Descubrió que no estaba solo y lo logró. Cuando bebí el vino por primera vez, tuve la imagen de mi bisabuelo Francisco Núñez Loayza y su esposa Luisa Mendoza Olcay junto a su lagar de Quisma. Estamos juntos, conformando un colectivo totalmente comprometido”.

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