Primero fueron los caballos, y de ahí llegó el nombre Haras de Pirque. Después, sus dueños, la familia chilena Matte, sumó viñedos y vinos. Por eso su bodega, impresionante, en forma de herradura. Luego, ahí mismo, a los pies de los Andes, en el valle del Maipo, los herederos de un legado que inició Giovanni di Piero Antinori en 1385 con, se sumaron desde la Toscana a la pasión por el vino.
Siempre cuenta Piero Antinori (generación número 25 de viñateros detrás de vinos históricos como Marchesi Antinorien la DOCG Chianti Classico, o los más modernos super toscanos Solaia y Tignanello) que cuando estuvo a los pies de los Andes, se enamoró del paisaje. Sabía que de viñedos hermosos nacen grandes vinos.
El primer vino chileno de esta alianza entre familias comenzada en 2003, fue la mezcla de cabernet sauvignon y carmenere llamada Albis, por Albiera, la hija mayor de Piero. Hasta entonces, en la viña Haras de Pirque, las demás etiquetas llevaban el nombre de los sementales más famosos de su haras, en la parte plana de la propiedad, que valían millones por las carreras ganadas.
En estas dos décadas de historia juntos, Albiera Antinori asumió como la primera directora mujer del grupo Marchesi Antinori, compañía que pasó en 2017 a ser dueña del 100% de la propiedad en el Maipo. En Chile, entre tanto, su enóloga en jefe, Cecilia Guzmán, sumó el cargo de gerente general a su responsabilidad. Así, se convirtió en la primera y única chilena en ejercerla hasta ahora.
Replanteando el viñedo
Los cambios no fueron solo de mandos, también llegaron a la raíz. Cecilia nos cuenta de Pitío 2022, nacido sobre Albis, que el cambio comenzó con un plan de replantaciones en todo el viñedo. Dentro de esas novedades, la más radical fue arrancar el chardonnay que estaba en la ladera más pronunciada, con más piedras y con menos exposición al sol, para plantar la estrella del Maipo, cabernet sauvignon. También plantaron a su lado, aunque en menor medida, cabernet franc, una variedad que ya venía luciéndose en solitario con el vino Galantas.
Cecilia destaca que antes de Pitío -“Lo mejor que han hecho hasta ahora en Maipo Andes”-, todos los cabernet de Haras venían de las laderas menos empinadas del viñedo, con suelos más ricos en arena y arcilla, y mayor exposición al sol durante todo el día. El cambio a la ladera más alta, al lado de la bodega, en los cuarteles 26 y 27, exigió más al nuevo viñedo, con sus suelos más rocosos y menos fértiles. En consecuencia, como era de esperar, dieron menos uvas y más pequeñas. Su madurez, ahora sin el sol de la tarde, fue además a fuego lento. El secreto de la gran cocina.
Justo cuando en las bodegas de todo el mundo vemos los más diversos e innovadores recipientes para fermentación y guarda, le preguntamos a Cecilia qué cambios han impuesto en esta dirección para Pitío. A lo que nos responde: “Los cambios han sido en el viñedo, no en bodega. En bodega vendrán después, pero por ahora podemos decir que su carácter único, diferente a lo que habíamos hecho hasta ahora, y que obtuvimos en la uva y en el vino, solo viene del cambio que se hizo en el viñedo”.
La enóloga se refiere el carácter potente y a la vez austero del vino, lo que destacó en su lanzamiento el CEO y enólogo de Marchesi Antinori, Renato Cotarella: “Pitío es un vino intenso, como la mejor cocina, como la vida, cómo lo más preciado”.
Con apenas dos años, Pitío, de la fresca cosecha 2022 (mezcla 95 % de cabernet sauvignon y 5% de cabernet franc) llegó al mercado demasiado joven. No hay duda. En boca es una explosión de frutas negras, con tanino vibrante, tenso, profundo. Sin excesos de su guarda en madera, ni fruta demasiado dulce, de ahí su fondo austero. ¿Podrían haber esperado más para presentarlo? Cecilia dice que no. “Queríamos mostrarlo tal cual es ahora. Mostrar todo lo diferente que es y que le aporta el cambio de lugar”.
Ante ese carácter potente de un gran vino en su juventud, como Pitío, los expertos suelen decir “guarde por diez años más o acompañe con un gran corte de res con muy buenas vetas de grasa”. Pero los cocineros con estrellas Michellin Matteo Lorenzini y Nicola Damiani, se atrevieron a acompañar a Pitío para su lanzamiento en Chile, con un lomo de angus coronado con trufas y acompañado de berenjenas al estilo pizzaiola (con tomates, ajo, orégano y pimientos). Una compañía sin mucha grasa, profunda en sabor. Perfecta. Cuyo éxito, dijeron sus responsables, está evitar que el dulzor, en este caso del tomate bien maduro se apodere del plato.
Si se han preguntado por qué el nombre Pitío, esta vez no hay relación ni con caballos ni con familiares. Sí con la perseverancia de las nuevas generaciones que siguen impulsando el negocio familiar, sin perder el foco en calidad excepcional. Por eso eligieron al pájaro carpintero, pütiw en mapudungún.
Casualidad aparte, en la búsqueda del nombre y su storytelling se dieron cuenta que el vino venía de los cuarteles 26 y 27, como las dos últimas generaciones que ya se han atrevido a tomar la posta en una de las ocho familias más antiguas del mundo detrás de una marca. Lo que me recuerda lo más importante que aprendí cuando hice un viaje de introspección a los viñedos de Francia. El vino nace del viñedo tanto como de la perseverancia y pasión de la familia que lo cuida generación, tras generación, tras generación.