Karine y Edgard se conocieron una fiesta en el valle Colchagua. Ambos son agrónomos enólogos, trabajaban en viñas grandes, reconocidas, de Chile y les gustaba lo que hacían. Ella, Mollenhauer de apellido, iba sumando experiencia en el área comercial y de producción. Él, Carter, hacía lo mismo en la parte enológica, entre bodegas y viñedos. Aquella noche no imaginaron el camino lleno de retos que les esperaban juntos. Hoy, casi diez años después, además de haberse convertido en padres de trillizos (Daniel, Ignacia y Javiera), han creado una familia paralela con nueve vinos nacidos del secano del Maule y del Ítata. Complementan sus fortalezas y entre ellos la lucha de egos no tiene cabida.
Es día de semana y Edgard se reúne conmigo en Santiago. Del otro lado del computador, en el Valle del Maule, está Karine, atenta a la hora, porque debe salir para llevar a la Javi a la Teletón y dejarle el almuerzo a Daniel en el jardín. Mientras esperamos que se conecte, Edgar me dibuja en un papel la estructura de los vinos que hoy llevan sus apellidos. Tres son del Maule y seis del Itata. Siete de ellos son lo que llaman Crus o vinos de parcela y los dos restantes de lugares que mezclan varias de sus parcelas. Ningún viñedo es propio. Vinifican todas sus uvas entre los dos, en la antigua bodega que restauraron en Maule, a 20 minutos de la casa.
“Siempre se concibió el proyecto como una exploración del secano interior del Maule e Itata”, me explica Edgar mientras repasa sus nueve vinos. “De hecho”, agrega, “ahora trabajamos cubriendo cien kilómetros a la redonda con doce productores. El leitmotiv es vinificar lugares especiales. Más allá de ser vinos Carter Mollenhauer son lugares embotellados. Normalmente, el prestigio de un vino cae en la cepa y en la marca; para mí eso es algo trunco, queda cojo. Darle bombo a los lugares, a sus productores, me hace más sentido. Son todos lugares que intentamos promover y ahí empieza a cobrar sentido el factor social del vino, porque ya no es solo prestigio para quien lo hace y lo vende, sino de dónde vienen y quién cuida las uvas. Si queremos potenciar Chile desde la base, debemos hacerlo desde los lugares, y debemos hacer de ellos lugares más prósperos”.
La familia vinícola
En una visita en enero de 2023, antes de comenzar la locura de esta cálida vendimia, degustamos los diversos vinos de la familia Carter Mollenhauer entre cubas cilíndricas de acero, cubas de concreto cuadradas, tinajas de greda, damajuanas de vidrio, barricas y toneles de madera. Todos estos juguetes son su gran capital de trabajo, nos dice ahora Edgard. En ellos han invertido desde que decidieron hacer sus propios vinos. “Podemos decir ya que tenemos una cocina armada. El siguiente paso es hacernos con un viñedo para tener una dirección. O compras viñedo y te quedas sin capital de trabajo, o tienes capital de trabajo y sigues produciendo, y hemos optado por esa opción. En algún momento vamos a tener que poner nuestras fichas en algún lugar”.
Edgard recuerda que fue en 2014 cuando hicieron su primer vino, Los Despachos Petit Verdot (15.000 pesos chilenos; 17.50 dólares), él único de la familia que no proviene de viñedos en cabeza (en vaso (sino en espalderas, de un lugar llamado así, Los Despachos, en el valle del Maule. Lo hicieron el garaje de la casa. Habiendo tanto de dónde elegir, nos explica por qué Los Despachos y no otro lugar.
“Cuando trabajé en Viña Carmen junto a Stefano Gandolini, quien estaba haciendo mucho levantamiento de viñedos en Maule, empezó mi parada de antena. Ahí empecé a responder la segunda pregunta, porque la primera es ¿qué vinos te gustan? La segunda es ¿dónde piensas que puedes encontrar las uvas para hacerlos? Y esa segunda pregunta la empecé a responder ese año, con la exploración de los carignan del Maule. Ese mismo 2010, me fui a vivir al Maule y empecé la exploración tanto del valle como del vecino valle del Itata. Luego, con la Kiki decidimos partir haciendo de Los Despachos, que si bien es un contrapunto a lo que hacemos hoy, sí está ligado a mi historia. Venía de trabajar muchos años en viñas tradicionales enfocadas en cabernet, y este petit verdot me conectaba más, me parecía especial, era de una gran parcela a pesar de lo joven que era”. Con los años lo han ido poniendo más en línea con el resto del proyecto. “No es una inconsecuencia, también refleja mi evolución como enólogo. Porque he evolucionado también mucho desde que partí, hasta donde estamos parados hoy. Es parte del aprendizaje. Como en la cocina, uno evoluciona el paladar”.
2018 fue un bombazo
Efectivamente, el Petit Verdot 2014 era un tinto mucho más corpulento y cálido en boca de lo que es hoy su cosecha 2021. Entonces, en las primeras ferias de pequeños proyectos independientes, llamó la atención por su fuerza y concentración. Con la cosecha 2015, harían además el Carignan Ciénaga de Name (22.000 pesos), de un viñedo en cabeza del Maule, en un lugar precioso, con su laguna natural a los pies del gran Cerro Name, a 32 kilómetros del mar. Ninguno de los dos vinos saldría al mercado hasta 2017, cuando decidieron independizarse y armar su propio proyecto.
Ya conectada por Zoom, Karine cuenta que con los vinos de 2014, 2015 y 2016 hechos, viajaron a hacer vendimias en el hemisferio norte. Edgard se fue a Côte Rôtie, en Francia, y ella a Oregon, en Estados Unidos. “No había niños aun en esa época. Al regresar nos fuimos de vacaciones y decidimos partir con las ventas. En 2017 no hicimos vinos, por los incendios en ambos valles; retomamos el 2018, cuando nacen los tres nuevos vinos Aurora del Itata. El mismo año nacen los trillizos y fue una locura -recuerda-, porque además decidimos hacer 15.000 botellas. Nos pegamos el salto, veníamos de hacer apenas 4.000”.
Los trillizos nacieron en Concepción, a 250 kilómetros en dirección sur. Allí tendrían las tres incubadoras que necesitaban y que no había en Talca. “Me derivaron en ambulancia. Estuve dos meses allá. Nacieron el 7 de febrero, pesaban un kilo cada uno y empezaba recién la vendimia”. Edgar no tenía alternativa: “Solo podía correr, dormir poco y ponerle. En 2018 bajé ocho kilos, la Kiki fue la más… Me haría un tatuaje que diga 2018, fue un bombazo, trillizos, estábamos en las últimas económicamente hablando, hicimos esa vendimia con flujo de caja para seis meses, pensando en las 15.000 botellas y sin saber a quién se las íbamos a vender. Pero lo hicimos igual, y además sumamos cuatro vinos nuevos. Luego, toca 2019, en términos cualitativos fue como normal, no es mi año favorito. Falleció la Ignacia (quien nació muy delicada de salud). En lo personal fue muy difícil”.
Después, a fin del 2019 vino el estallido social en Chile, a inicios del 2020, la pandemia global… Las ventas se dispararon para Carter Mollenhauer.
Sin dejar de crecer
Karine recuerda que como no se podía salir tuvieron mucho pedido para venta directa, y como era su forma normal de vender, no tuvieron que rehacer o inventar nada. Entonces empezaron a recibir mensajes de gente que no conocían. “Antes era todo por boca a boca. Ahí dijimos se está empezando a poner bueno y no paramos de crecer: el 2020 vendimos 5.000 botellas, el 2021 unas 6.000, 2022 unas 7.000. Las exportaciones han sido más erráticas, pero a partir del 2023 estamos creciendo; no por eso le vamos a dejar de dar la importancia a Chile”. Mirando hacia atrás, agrega Edgar, siempre al final las cosas van tomando su camino.
Para Karine ya están bien organizados, felices con los nueve vinos que están haciendo, a los que por ahora no piensan sumar más. “Yo soy la que cobro y puedo decir que hay poco dinero en la calle. También somos ordenados, metódicos, respondemos rápido. Nos contactan un lunes y el martes nos mandan una foto sorprendidos porque les llegó el pedido. No están acostumbrados a que de un proyecto chico llegue el vino al día siguiente”.
Durante pandemia, junto a los tres nuevos vinos Aurora del Itata 2018 Cinsault, País y Semillón (15.000 pesos) conoceríamos el Carignan VIGNO de Truquilemu (20.000 pesos), a 38 kilómetros del mar, pero más alto dentro del mismo Maule, y por ello de madurez más tardía que Ciénaga. Ciénaga, diferencia Edgard, es un vino que nace de un coluvión granítico más grueso, y de un sector más protegido; es un vino más directo, con más peso y potencia. Truqui, por su parte, es un carignan que forma parte del colectivo VIGNO y es más delgado, más fino en tanino y por eso más sedoso, también con acidez más alta.
«O compras viñedo y te quedas sin capital de trabajo,
o tienes capital de trabajo y sigues produciendo,
y hemos optado por esa opción»
Con el tiempo, el Semillón Aurora del Itata también se convertiría en un vino de parcela como los dos carignan, por ser de un viñedo único, registrado con más de 120 años. Hoy cambió el nombre, dando vida al extraordinario naranjo La Palma. Sus uvas son las primeras en cosechar en marzo, de ahí su deliciosa acidez; se despalillan en zaranda (mesa de colihues) y fermenta con sus pieles en tinajas de greda. Allí queda, con sus pieles por 9 meses, lo que le da su color ámbar y agarre en boca. No se filtra, por lo que esperan que se limpie por decantación antes de embotellar. Le agregan muy poco sulfito previo al embotellado.
De la experiencia de los dos Aurora restantes, Cinsault y País, fueron naciendo tres vinos más, de gran carácter, de parcelas únicas (20.000 pesos). Dos cinsault opuestos: Los Queules, más corpulento, y Filo Este, más delgado y filoso, ambos de Guarilihue Alto, en Itata. Más el País de Lonquén Arriba, elegante y profundo, como pocos, del mismo valle.
Edgar explica que hoy todos los viñedos se separan por geología. Por eso, del viñedo donde nace el Cinsault Filo Este elaboran tres vinos. “Igual es una locura; el viñedo es de apenas 0.6 hectáreas y la vinificación cambia según suelo. Se hacen 1.200 kilos por allá, 2.000 por acá, y un descaste de 500 kilos que se hace aparte y que vendo a granel. En la bodega, las extracciones de taninos de las pieles de las uvas de cada sector se hacen pensado en sus suelos. Porque un suelo que es más rico en roca se trata con más cuidado para extraer. En cambio, donde hay más suelo, es más perdonador y extraes más porque va a ser un vino de más volumen y querrás extraer más también para equilibrar concentración con más tanicidad. Verás, el trabajo no es por cepa, sino por lugar”.
En ese camino de extracción y guarda, Karine y Edgard juegan en la bodega, o en la cocina, con la diversidad de recipientes que tienen. Las cubas de acero solo se utilizan para fermentar algunos lotes y realizar las mezclas finales. “Hay vinos de parcelas que tienden a abrirse y oxidarse, otros que tienden a la reducción. Por eso hay mucho de ensayo y error. Pasó el primer año, cuando dividí Truqui en tres sectores: uno lo hicimos en una cuba cerrada, se redujo demasiado, y eso produjo un problema. Como trabajamos sin agregar sulfitos, una parcela que se va a reducir, se va a reducir, así como una parcela que se va a oxidar, se va a oxidar. No usar sulfuroso te muestra la realidad. Lo contrario pasa cuando usas sulfitos; nada se oxida, pero igual suceden cosas, así es como no te preocupas y no te das cuenta”.
Como concepto, sigue explicando Edgard, nunca van a meter un vino con problema en la botella. “No nos gusta la volátil excesiva, no nos gusta el brett (notas animales que aporta la contaminación por levaduras Brettanomyces); tampoco cuando manda el mousy (nota a ratón mojado, debo a la mezcla de brett y bacterias lácticas). Este es un proyecto de viñedos, la idea es que mande el viñedo, y la idea es hacer una enología lo más transparente posible, de poco input, muy cuidada, de muchas atenciones. Ha habido errores, pero esos errores se quedan en casa. De a poco nuestra manera de trabajar se ha ido entendiendo, porque al principio como nuestros vinos no son funky (turbios o con defectos aromáticos), me decían: tienen mucha enología. Y yo les decía que si enología significa echar cosas, no tienen mucha enología, pero sí es tener muchos cuidados y tratar de interpretar bien los viñedos y tomar mejores decisiones cada año, sí hay mucha enología. Los productores de vinos naturales del viejo mundo, ya pasaron esta problemática en los años 70. Si pruebas hoy sus vinos están impecables, hablan de terroir y son naturales, lo que se entiende como menor intervención posible. Allá nadie se escuda ya enque los vinos son naturales para justificar problemas. Tal vez este es un camino más largo, pero es un proyecto a 30 años y tengo 46. A los niños no los vamos a obligar, si quieren seguir, bien, hay que enamorarlos. A Daniel ya le encanta, es pura alegría, ayuda en todo… Hoy somos dos socios, y podemos decir que es una economía familiar, gracias a eso, los números son otros. La línea de flotación es baja. Es una casa, una economía, y eso cambia todo: el proyecto se empieza a justificar antes, con menos botellas”.
Fotos cedidas por Carter Mollenhauer.