Mil Demonios, vinos que abren puentes en Los Andes

Contamos en primicia la primera alianza entre dos soñadores de Argentina y Chile; Andrés Ridois y José Miguel Viu Bottini, para unir los dos lados de la Cordillera de los Andes en un proyecto vinícola común y remar juntos por un mismo Cono Sur

Mariana Martínez

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Uno, Ridois, es un argentino de los de egos enormes y genialidad por montones. El otro, Viu, es chileno de los humildes; y les acomoda serlo. Juntos tienen un gran sueño: unir Argentina y Chile y sus respectivas fortalezas y debilidades, para conquistar el mundo del vino con un proyecto que une ambos lados de la cordillera de los Andes. Un sueño que ya se ha materializado con sus primeras referencias bin to bottle de uvas chilenas. 

 

El argentino: de economista a gran demonio del vino. 

 

Andrés Ridois (49 años), pasó de ser economista a gran demonio del vino argentino. Estudió Economía, y tras graduarse, se tomó un año sabático para surfear en California. De regreso a casa decidió que sería artista. Su primera obra, una hoja de malbec gigante realizada junto a un amigo, ganó un concurso. Desde entonces se puede admirar en la Ruta 7, a la entrada del puente Luján (Provincia de Buenos Aires). Andrés se sigue definiendo como artista. 

La imagen ilustra los vinos de las bodegas Mil Demonios hechos con uvas de Chile
En la imagen, las referencias de Mildemonios con uvas de Chile fruto de la colaboración entre Andrés Ridois y José Miguel Viu.

En su camino creativo, la siguiente parada fue diseñar laberintos. Así conoció a Ernesto Catena y a su padre, Nicolás. Tan impresionado quedó el doctor Catena con su capacidad de vender, que le compró un laberinto de tres hectáreas y terminó por contratarlo para marketing. Entró en el mundo del vino por la puerta grande. Su misión: crear marcas. Cuando vio que ya no podía aportar o aprender más del doctor, se fue a otro grupo de más envergadura aún; Vicentín Family Wines, hoy reconvertida en Colosso Wines y Bodega Sottano. Y cuando entendió que de nuevo no podía crecer más, pidió ayuda. Así nació, en plena pandemia, Mil Demonios, marca que posee junto a su amigo Horacio Scaiola. Cuando se le quedó chica Argentina, Andresito, como le llaman sus amigos, plantó la semilla de sus siguientes 20 años en Chile. 

 

El chileno. viñatero de herencia y arcángel del enoturismo chileno.

 

José Miguel Viu Bottini (58 años) es nieto e hijo de viñateros. El abuelo, Miguel Viu García, y sus dos hijos varones, formaron parte de los llamados catalanes de Vicuña Mackenna: emprendedores que a principios del siglo XX se dedicaron a embotellar y distribuir vinos llegados a granel a Santiago desde el centro y sur de Chile. Miguel Viu Manent se independizó del negocio familiar y compró un campo de 150 hectáreas con viñedos en Colchagua. Su mayor valor entonces era un viejo malbec que hoy sigue siendo la fuente de Viu Nº1, el gran vino de la viña. Siguiendo el camino, José Miguel Viu Bottini, agrónomo, ha liderado la bodega familiar con foco en malbec. Exploraron hacer uno en Argentina hace más de 15 años. Innovador como su padre, José Miguel y sus hermanas apostaron en la década de 1990 por el enoturismo en el Valle de Colchagua, recientemente premiado como Región Enoturística Emergente del Mundo. Una apuesta a la que suma sus dos restaurantes, Rayuela y Food & Wine Studio, una cafetería, escuela ecuestre y alojamientos de lujo en mitad del viñedo. 

La imagen muestra el paisaje de viñedos en la Cordillera de Los Andes
Paisaje de viñas en Chile, al pie de la cordillera de los Andes. Foto Mariano Mantel.

 

1+2=3. Unidos por la cordillera de los Andes, el sueño.

 

A José Miguel le gusta decir que es el alma blanca del proyecto que comenzó junto a Andresito, que ya tiene sus primeros vinos nacidos de este lado de la cordillera en una primera etapa, sin invertir en infraestructura, sino eligiendo y mezclando vinos chilenos, aún sin embotellar.  Andrés llega primero al Baco, el restaurante favorito entre viñateros en Santiago. Está con su señora, Natalia, también argentina, pero su opuesto: abstemia, vegetariana, tranquila, de voz baja. Cuando se nos una en la mesa José Miguel, sabremos que se conocieron porque los conectó un crítico de vinos. 

 

Lo de Andrés, queda claro, es vender vinos que toman tiempo y tienen cuento. Su bodega se llama Sin Reglas y sus vinos son los Mil Demonios. Explica que se llaman Mil Demonios «porque son 1.000 días de infierno para obtener ganancias desde la cosecha hasta la estiba en botellas, incluyendo entre 18 y 24 meses de guarda en fudres». «Ese es el juego que a mí me gusta jugar”, añade. Después de aprender todo sobre la comercialización de vinos con el doctor Catena, Andrés empezó su propio negocio de compraventa con su amigo, el gran catador Horacio Scaiola. Para el economista que nunca dejó de serlo, todo es una ecuación: el primer error de un proyecto vinícola”, dice con énfasis, “es construir la bodega antes de vender una cantidad equis de botellas. Yo empecé con 3.000 botellas en 2018. Compraba y vendía los vinos viejos que la gente no podía vender. Iba catando barricas. Tengo una identidad muy marcada en el vino: no me gustan los jóvenes, me gusta el volumen y la elegancia». 

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Andrés Ridois (izquierda) y José Miguel Viu Bottini, en el restaurante Baco de Santiago de Chile. Foto Mariana Martínez.

 

“En Argentina, por los costos financieros y la inflación, los procesos se aceleran y te entregan una botella cara de un gran vino con dos meses embotellado. Ahí empezamos nosotros a jugar con contenedores chiquitos para micro vinificaciones. Mientras más chiquito el contenedor, menos aromas primarios pierdo. Después, lo contrario: la guarda en fudres grandes en vez de barricas de 225 litros, porque no necesito la aceleración”. Fue después de crecer cuando el demonio argentino se planteó el desafío de la bodega propia. Así empezaron a nacer los Arcángeles. Entre medio habían nacido otros vinos como Lucifer, Vikingo, Gitano o Samurai.

 

El chileno José Miguel Viu entendió el concepto from bin to bottle (del contenedor de fermentación a la botella), cuando se aventuró a hacer su malbec en Mendoza.”Íbamos en una gira técnica, por nuestra especialización en malbec en Chile, sin ninguna intención de hacer un vino; solo para aprender. Al final de la semana ya estábamos entusiasmados con la idea de hacerlo. El bodeguero dice: hacemos lo que ustedes quieran from bin to bottle. ¿Y qué pasa con la barrica?, preguntamos. Ustedes la compran, nos responde ¿Y las uvas? Nosotros les damos acceso a lotes de 2.000 kilos, de 3.000. En Chile eso es inviable, nadie te contesta el teléfono por 2.000 o 3.000 kilos de uvas, y menos en zonas tan destacadas como lo es Altamira en Argentina”.

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Algunos de los primeros vinos Mildemonios de origen chileno. Foto Mariana Martínez.

 

“La verdad es que al principio me costaba imaginarme la bodega y cómo era la microvinificación”, prosigue José Miguel, mientras elige algunos platos para compartir en la mesa. A los dos socios les gustan los mariscos y no los disfrutarán sin vinos blancos. Así nació el Sauvignon Blanc Mil Demonios de Casablanca; bien costero, bien chileno, junto al elegante Cabernet Sauvignon de los 100 años, y el más intenso Samurai; ambos de Colchagua y todos nacidos de mezclas en las bodegas Viu Manent.  “Cuando conoces el proyecto en Argentina, se aclara todo», agrega. La bodega se llama El Arca y la conforman cuatro naves distintas; una con acero inoxidable y el resto con fudres y algunas barricas. Debe de ser la bodega de mini vinificación más grande de Latinoamérica”.  

 

En El Arca existen cinco bromatólogos. “Son los que cuidan la salud del vino, las bacterias, su lado químico. Además tengo dos máquinas de análisis microbiológico que valen 100.000 dólares cada una y detectan cualquier microorganismo. Porque imagínate, 1.000 días de proceso y por un solo error, todo se pierde. Este año hicimos 225 Arcángeles distintos, todos a mano. Vamos a replicar esta bodega en Chile. Ya están viniendo los fudres desde Croacia”, se entusiasma Andrés.

La imagen ilustra el viñedo andino argentino.
Viñedos a los pies de los Andes en la zona de Mendoza, Argentina. Foto Alberto González.

 

Andrés Ridois está convencido de que su unión con José Miguel Viu va a ser una de las más fructíferas en la vitivinicultura de Argentina y Chile en los últimos 100 años. “El argentino y el chileno siempre han tenido esa relación de amor, o de rivalidad que es amor no bien expresado porque implica admiración”, dice. Y es cierto. Hasta ahora, si vemos atrás, nadie había cruzado del otro lado para hacer vino juntos en Chile.

 

José Miguel ve el sentido. “Al principio, Andrés me hablaba de los aspectos negativos de Argentina y de lo cansado que lo tenía la realidad allá, y yo le hablaba sobre las cosas que en Chile admiramos de Argentina: esa habilidad para el relato; para vender un producto pese a toda la adversidad. Dudo que Chile hubiera llegado adonde ha llegado con las dificultades que ha tenido Argentina”.

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Andrés Ridois y José Miguel Viu brindan por el nuevo proyecto con algunos de sus vinos en el restaurante Baco de Santiago de Chile. Foto Mariana Martínez.

 

“No lo sabemos”, responde Andrés. “Pero estamos al principio de una nueva era donde la viticultura de Sudamérica puede tener comunicación a través de una gran cadena montañosa. Es un principio para que ambos países empiecen a trabajar unidos, porque somos parte de la misma cordillera; de la misma columna vertebral. Yo digo que tenemos que ir todos juntos. Somos dueños del sur del mundo”.

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