Churras y merinas vegetales (II)

Un Comino

Dice la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura, Ganadería y Pesca, que en el 2050 la población mundial será de unos 9.100 millones de personas, un tercio más de las actuales, a las que el planeta deberá alimentar y educar. A razón de la preocupación sobre el modo de hacerlo –¿de dónde va a salir un tercio más de alimentos cuando hablamos de decenas o cientos de millones de toneladas?– se vienen realizando muchos estudios de cara a encontrarle una solución al problema, uno de los mayores a los que nos enfrentamos como especie. Tenemos frente a nosotros la responsabilidad de salvar el planeta, pero antes incluso de alimentar a todos los que seremos o serán.

 

Como veíamos en la primera entrega de este artículo la semana pasada, existe un movimiento muy importante en defensa de una alimentación basada únicamente en productos vegetales terrestres, el anhelo quimérico de algunos que aspiran a renunciar totalmente a la pesca y a los animales que se crían en la tierra o en el mar para convertirse en alimentos. A los militantes tradicionales del ultraveganismo se les ha unido recientemente un sector empresarial incipiente, pero cada vez más fuerte, que propone el consumo de productos ultra-transformados de origen vegetal como sustitutos de todas las proteínas animales. Pese a que poco tienen que ver con los vegetales ecológicos y naturales por los que venían apostando los más conciénciados veganos, esta nueva industria atribuye a sus tecnológicos productos todas las cualidades positivas de ambos mundos, mezclando la nutrición con el activismo político-social y el compromiso con el planeta, insinuando o afirmando categóricamente que el consumo de sus trasuntos de chuletas, piezas de pollo o palitos de pescado es la decisión más coherente para las personas preocupadas por el futuro del planeta.

 

Reservas de agua

La realidad es que ese idílico mundo en el que los nueve mil millones de personas se alimenten a base de pasta vegetal texturizada con sabor a salmón o de ecológicas verduras cultivadas bajo los mandamientos de la biodinámica no parece posible empezando por lo más básico: las reservas de agua dulce que hay en la tierra y la tierra cultivable disponible no son suficientes para producir todo el alimento que la humanidad necesitará dentro de treinta años, a no ser que terminásemos de aniquilar las selvas y los pocos reservorios de biodiversidad que quedan vírgenes en la tierra y que, además, fijan y acumulan dióxido de carbono, algo más necesario que nunca. Cuando la ideología se traviste de pseudociencia o la innovación, per se, o, mejor dicho, ‘lo nuevo’ se plantea como mejor por el simple hecho de serlo, comenzamos a deslizarnos por un peligroso terraplén.

 

Frente al fatalismo como ideología de combate la ciencia trae a menudo buenas noticias. Aunque no les guste a los fabricantes de comida ultraprocesada con aspecto de merluza, los mares sí pueden ofrecer una solución más que parcial al problema enunciado en el inicio de este artículo y sin causar un deterioro mayor del medio ambiente. Diferentes investigadores vienen confirmando que la producción de alimentos de origen marino, plantas y animales de cultivo, en su mayoría, podrían aumentar hasta un 75% para ese año emblemático de 2050, lo que equivaldría unos cincuenta millones de toneladas anuales, todo ello de forma sostenible, sin contribuir al cambio climático ni dañar los ecosistemas marinos.

 

El profesor Carlos Duarte, una de las eminencias en biología marina, ha defendido en numerosos foros, entre ellos El Encuentro de los Mares, los beneficios globales que puede ofrecer la reforestación en el mar, el cultivo a gran escala de algas, por decirlo de forma sencilla, que no necesitan de fertilizantes ni fitosanitarios, ni una gota agua dulce ni tan siquiera ocupar un centímetro de suelo. Las algas marinas pueden ayudar a reducir la dependencia de harina y aceite de pescado, a que la acuicultura encuentre caminos más sostenibles que en la actualidad e, incluso, puede abrir una puerta para la alimentación de ganado terrestre.

 

El futuro está en los mares

Uno de los problemas más graves de la crianza de grandes herbívoros domésticos, como se sabe, es la enorme emisión de gas metano que producen durante sus digestiones. Se ha demostrado que la inclusión de un porcentaje de algas en los piensos que se dan a las vacas tiene como consecuencia una importante reducción de la emisión de metano.

El proceso de reforestación marina, defendido públicamente también por la FAO, puede hacerse de modo escalable y sostenible. La aportación de los mares al futuro del planeta y de la humanidad no solo vendrá a través del mayor conocimiento de sus vegetales y el incremento de su cultivo, sino también de animales de granja pertenecientes a los eslabones más bajos de la cadena trófica -no a los grandes superdepredadores como los atunes o salmones- como son los moluscos filtradores, caso de los mejillones, uno de los super-alimentos azules en relación a la calidad de su proteína, su alto contenido en ácidos grasos Omega-3 y su bajísima, casi igual a cero, huella medio ambiental. Así que menos autoculpabilización como herramienta de negocio y más mejillones… y algas.

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