Argentina planta una huerta en la Antártida

Después de siete años de pruebas y desarrollo, a fines de mayo se cosecharon plantas adultas de lechuga y rúcula en el MAPHI (Módulo Antártico de Producción Hidropónica), ocasionando un cambio histórico en la dieta de los 87 habitantes de la base antártica más importante de Argentina. Hasta este momento, no había manera de consumir verdura fresca.

Leandro Vesco

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No existe un lugar en el planeta donde la vida sea tan extrema como en la Antártida. En el invierno del Hemisferio Sur, las temperaturas bajan hasta los 30 grados bajo cero  en los días normales, y la luz solar es escasa y débil; las condiciones climáticas son casi imposibles para el desarrollo de la existencia humana. Sin embargo, países como Argentina tienen bases con dotaciones permanentes durante todo el año, como la Base Marambio. La alimentación está basada en comida híper congelada que llega una vez al año, cuando se inicia la invernada o cuando el avión Hércules encuentra un hueco climático para unir Río Gallegos, la ciudad patagónica argentina en el sur del continente, con la base. En mayo comenzaron a cosechar verduras de hoja fresca por primera vez en su historia.

 

“Fue la pizza más aplaudida del mundo”, cuenta Jorge Birgi, ingeniero agrónomo del grupo de investigación forestal, agrícola y del manejo del agua de la Estación Experimental de Santa Cruz, con sede en la sureña Río Gallegos. Él y su colega Boris Díaz son los encargados de poner en funcionamiento el MAPHI (Módulo Antártico de Producción Hidropónica), y de producir las primeras hortalizas en la Antártida Argentina. “Comimos pizza con rúcula recién cosechada, fue una inmensa emoción”, cuenta al relatar el histórico momento que mereció un cerrado aplauso de los 87 mujeres y hombres que conforman la dotación 53, incorporada en noviembre de 2021, que permanecerá en la Base hasta noviembre de este año.

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Lechugas creciendo en la huerta argentina en la Antártida. Foto cedida por el INTA.

“Es una necesidad comer verdura fresca. Es increíble cómo le cambia la mirada a la gente cuando sirven una ensalada”, detalla Birgi. Antes de mayo pasado, era imposible comerla, ni siquiera soñar con ver hojas verdes en la mesa de la base. El MAPHI es una huerta montada en un contenedor marítimo, en un espacio que estaba ocioso (era un garaje) y fue adaptado para albergar una huerta de cultivo hidropónico. Actualmente están produciendo perejil, lechuga verde y morada y rúcula. “Nos permitirá contar con vegetales frescos cosechados en el día, para mejorar la calidad de vida y la dieta del personal que se encuentra durante todo el año en la base, que dejará de consumir vegetales en conserva”, aseguraba el suboficial César Araujo Prado, encargado de Seguridad e Higiene Ambiental del Comando Conjunto Antártico, en un parte de prensa del INTA.

 

Siete años sin verdura fresca

Debieron pasar siete años, para que en esta base se llegara a comer una ensalada o ver rúcula en una pizza. La historia comienza en 2015, con un e-mail enviado desde la Base Carlini (en el Archipiélago Shetland del Sur) a la Estación Experimental de INTA en Río Gallegos, en el que se manifestaba la inquietud de los invernantes sobre la posibilidad de producir vegetales. “Empezamos a investigar, vimos que sí y diseñamos un módulo en 3D; la teoría estaba, faltaba llevarla a la práctica en la Antártida”, afirma Birgi. Especialistas del INTA viajaron a la Base Marambio en 2019, hallaron un contenedor que estaba aislado y reunía todas las características, y el sueño comenzó.

Debieron pasar siete años, para que

en esta base se llegara a comer

una ensalada o ver rúcula en una pizza.

Se creó un equipo al que se unieron técnicos de la Universidad de la Patagonia Austral, la Dirección Nacional del Antártico y la mencionada Estación Experimental del INTA. “Para nosotros fue un orgullo poder formar parte de este equipo que le cambia la alimentación a la dotación de Marambio, y que sienta las bases para hacer futuras huertas en todas las bases argentinas”, explica Birgi.

 

El MAPHI estuvo listo en 2020, antes de que comenzara la pandemia, pero cuando el mundo entró en confinamiento, todas las actividades que implicaban relaciones con personal del continente, incluidos los técnicos del INTA, se interrumpieron hasta 2022. En mayo, Birgi y Díaz regresaron finalmente a Marambio e hicieron las pruebas necesarias: hidráulicas del sistema de producción, de telemetría, ajustaron las cámaras de alta definición y calibraron todos los sensores. El MAPHI tiene la posibilidad de ser monitoreado en forma remota desde la Experimental de INTA de Río Gallegos. Capacitaron a tres personas y comenzaron a sembrar.

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Las lechugas tardaron poco tiempo en crecer. Foto cedida por el INTA.

El hidropónico es un cultivo que se hace en ausencia de suelo para el anclaje de las semillas. En su lugar, se usa una solución liquida nutritiva que contiene las mismas sales minerales que la planta obtendría del suelo. La solución acuosa se renueva cada hora, mediante un sistema de bombeo. A medida que crece, la raíz invade el recipiente donde está contenida y la planta crece suspendida en el líquido. “No tiene competencia por los nutrientes, por eso su crecimiento es rápido”, aclara Birgi. En doce días ya se puede tener una planta joven apta para el consumo, en treinta y cinco, una adulta.

 

Hamburguesas con lechuga, lujo del fin del mundo

“Sembramos rúcula, lechuga morada y de la variedad Grand Rapid”, detalla Birgi. En tres días comenzaron a ver los primeros brotes verdes y en un poco más de una semana, pudieron cosechar. La huerta le cambió la alimentación a toda la Base, pero también el humor. “Esta noche comeremos hamburguesas con lechuga”, afirma el vice comodoro Ernesto Lynch, Jefe de la Base Marambio. “Era algo completamente impensado; es histórico poder ver hojas verdes en un plato en este desierto blanco”, dice.

 

En un ambiente de extremo confinamiento, 87 mujeres y hombres deben soportar días con un clima extremo. Salir al exterior puede ser letal; las distintas áreas de la base se conectan por pasarelas, lo que permite que las salidas al exterior se hagan caminando sobre un lugar seguro y no directamente sobre la nieve. “El hielo en la cara te quema la piel”, cuenta Birgi. “Cualquier actividad, incluso la más fácil como caminar, cuesta el doble”. Cualquier cambio que mejore la calidad de vida, es bienvenido. “Las verduras frescas le cambió el ánimo a la dotación”, puntualiza Lynch.

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La rúcula crece en la Base Marambio. Foto cedida por el INTA.

El MAPHI concentra todas las miradas en la Base donde se realizan múltiples actividades científicas. El contenedor donde está la huerta es de seis metros de longitud, y para llegar hasta él los técnicos del INTA deben salir del cuerpo principal de la base, caminar al aire libre por las pasarelas, soportar los 25 grados bajo cero (temperatura normal en invierno) hasta entrar a la huerta donde se vive un clima ideal: 26 grados. La evolución de los cultivos se registra diariamente. Algo tan preciado en la Antártida como una planta de lechuga merece todos los cuidados.

 

Las personas autorizadas pueden manipular las semillas. Las tratan como si fueran un tesoro y lo son. Son certificadas en el continente y sometidas a rigurosas pruebas. Llegan a la Antártida en un frasco de doble fondo, dentro de un recipiente de alto impacto. Ausentes de bacterias y hongos, sólo entran las que tienen un alto poder germinativo. Algunas son de Argentina, pero también las hay de Estados Unidos e Italia. “Buscamos las mejores del mundo”, afirma Birgi. Una vez en Marambio, se las ubica en un área de confinamiento.

 

La base Marambio y el Tratado Antártico

Base Marambio se inauguró en 1969 y es la más importante y populosa entre las trece bases que Argentina tiene en la Antártida, seis de ellas con dotaciones permanentes todo el año; las demás solo se habitan en el verano austral. Todas dependen de la Fuerza Área, que permite que los científicos puedan llevar a cabo sus trabajos. Marambio se ubica en la isla Seymour -catorce kilómetros de largo por ocho de ancho-, sobre una meseta a 200 msnm que sufre un clima impiadoso. En invierno puede alcanzar los 30 grados bajo cero, con vientos del polo sur, sin ningún freno natural, que llegan a los 130 kilómetros por hora.

No se puede traer tierra del continente

ni usar la que está. No puede haber

ninguna alternación del ecosistema.

La Argentina suscribió al Tratado Antártico en 1959, un convenio rubricado por países con intereses en la Antártida (Estados Unidos, Rusia, Chile, Argentina o Australia, entre otros) que tiene por objeto garantizar la “libertad de investigación científica y la promoción de la cooperación internacional con fines científicos en la Antártida, y para garantizar que el sexto continente tenga usos exclusivamente pacíficos”.

 

El tratado establece una serie de parámetros que la huerta de Marambio debe respetar y que condicionó su creación. No se puede traer tierra del continente ni usar la que está. No puede haber ninguna alternación del ecosistema; por eso el cultivo hidropónico es el único permitido. La huerta tiene una atmósfera especial. La luz que necesitan las plantas para crecer es suministrada por lámparas de sodio de alta presión, que además de iluminar, dan calor. Está controlada las 24 horas, por medio de un sistema de regulación  de temperatura.

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Jorge Birgi con uno de los primeros brotes que crecen en primera huerta en la Antártida Foto cedida por INTA

“La hidroponía nos permite cultivar todo tipo de verduras de hoja, incluso frutillas (fresas)”, aclara Birgi. La huerta tiene 240 plantas que se pueden cosechar cada doce o treinta y cinco días. La rotación permitirá tener hojas verdes frescas durante todo el año. A las dos clases de lechuga, más la rúcula, van a sumarle acelga y albahaca. La hidroponía permite producir todo el año.

 

El agua en la base es pura. No se puede traer del continente, y todos los días se derrite nieve. En Marambio hay dos lagunas, pero se congelan muchas veces al año.

 

“Soñamos con el día que podemos comer nuestros propios tomates cherri o nuestras frutillas”, confiesa Lynch. Los hombres de la Antártida saben que todo cuesta mucho tiempo y esfuerzo. “Es un inmenso logro, poder incorporar a nuestro menú verduras frescas”, dice. Las ceremonias se cumplen como si fueran obligaciones indudables. Los sábados, es noche de pizza en Marambio y de distensión. Desde fines de mayo, es el día en el que además prueban la rúcula cosechada por ellos mismos. “Es un momento de gran felicidad”, concluye Birgi.

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