Persona despreciable y de malos procederes. Así define la Real Academia de la Lengua una palabra que ha acabado, por caprichos del habla popular, convertida en adjetivo fetiche para un determinado sector de la hostelería. El calificativo canalla asociado a bares, restaurantes o clubs ha adquirido dimensiones de plaga en Madrid, aupado por empresarios y agencias de comunicación escasos de ideas, pero ninguna ciudad de provincias se salva de contar con un puñado de garitos empeñados en transmitir esa imagen golfa, descarada y granuja, que invita al crapuleo, siempre y cuando se pase por caja. En lo culinario, la mayoría apuestan por no complicarse la vida y tiran del recetario global más aborregado. Lo de canalla triunfa entre las hamburgueserías, como se pueden imaginar, pero cualquier preparación facilona y comercialota vale: tacos, guiozas, empanadas argentinas, ceviches, lobster rolls, croquetas, tartares o focaccias. Generalmente aderezados con ingredientes ultra sápidos, combinaciones estridentes y presentaciones efectistas, montadas a partir de bolsitas de quinta gama. Los negocios en cuestión suelen llevar nombres que rozan la autocaricatura, como Indomable, Clandestino, Ingobernable, Vicio o Pecadora. Se arrogan cualidades originales y rompedoras aunque, como define de forma magistral el dúo cómico Pantomina Full en un sketch descacharrante,