Noma de André Redzepi en Copenhague, Minibar de José Andrés en Washington o el revolucionario coreano Atómix en Nueva York. La trayectoria internacional del extremeño Rubén Mosquero, que se prolongó durante una década, no puede ser más completa ni tener mayor nivel. Ahora, con todo ese bagaje a sus espaldas, se ha instalado en Madrid para abrir su propio restaurante, EMI, probablemente la apertura más interesante de lo que va de año en la capital. Una barra para doce personas, con la cocina abierta detrás, en la que interactúa continuamente con los comensales, es el escenario elegido por este cocinero para una aventura muy personal en la que entrelaza sus experiencias con la Nueva Cocina Nórdica con técnicas asiáticas, principalmente coreanas, y producto español de temporada. Un mestizaje que se traduce en platos en los que la estética juega un papel importante pero que, sobre todo, tienen mucho sabor. Estamos ante una cocina que, con mayor o menor fortuna, se sale de los caminos trillados para marcar una línea propia. La aventura está reforzada con la presencia de uno de los más reconocidos sumilleres nacionales, Miguel Ángel Millán, que estuvo muchos años al frente de la bodega de Diverxo