La reivindicación del producto es, tal vez, la mayor y más bienvenida apuesta de la gastronomía contemporánea a lo largo de los últimos 20 años. Llevar la materia prima al frente, como protagonista de los platos, exhibiéndola desnuda en su aspecto y también en su genealogía. Es común que sepamos hoy el origen de cada vegetal y carne que comemos, qué variedad o raza es, como fue cultivado o criado, cuál es su trazabilidad, su momento óptimo de consumo. En los platos aparecen estos productos sin maquillaje, empoderados y poderosos. Una pesca cruda tras pasar unos minutos por sal y azúcar, un chuletón de un animal grande alimentado a pasto apenas tocado por los calores de la leña, un espárrago con una deliciosa feta de lardo y huevo pochado por encima, un aguachile de frutillas recién cosechadas, un hinojo caramelizado sobre la plancha de hierro. Sabores francos, directos, que ganaron las primeras planas trayendo novedad, frescura y juventud. Su éxito se puede leer como una respuesta a tiempos pasados, a esa cocina francesa repleta de vericuetos y camuflajes, a esa cocina de vanguardia físico química que arrasó en la primera década del siglo XXI. Pero, en esta marcha triunfal,